domingo, 31 de julio de 2022

Ingeniería social

    Durante la Ilustración se pretendía educar al público, ahora se trata de intervenir sobre su vida de muy diversos modos para controlar con arreglo a propósitos normativos.

    Esto es particularmente cierto en la ciencia social estadounidense, especialmente en lo que respecta a disciplinas como la psicología o la economía. Watson, uno de los pioneros del conductismo, articuló esta concepción en psicología: se debía tratar en ella de manipular las reacciones del sujeto en el laboratorio. Los ejemplos de Skinner van en este mismo sentido: las técnicas psicológicas pueden aumentar el bienestar social, una vez que establezcamos qué tipo de conductas deben implantarse para ello.

    Del mismo modo, la invención de técnicas estadísticas como el análisis de regresión posibilitó la transformación de la economía en una ciencia empírica capaz de guiar la intervención política en contextos tales como el New Deal estadounidense o la planificación soviética. Frente al desorden económico experimentado con la crisis de los años 1930, el gobierno debía regular la economía para prevenir que producción e intercambio se desarrollasen aleatoriamente, adecuando ambas al bienestar de los ciudadanos. Incluso disciplinas como la antropología reivindicaron su dimensión ingenieril: así Malinowski solicitó a la Fundación Rockefeller que financiase la investigación etnográfica de los sistemas políticos puesto que ello serviría a la administración colonial para facilitar el gobierno indirecto de los indígenas. 

    Tras la IIGM, con el auge del Estado de bienestar en el mundo capitalista y de los régimenes comunistas en Asia y Europa del este esta concepción de las ciencias sociales como soporte de la ingeniería política quedó definitivamente establecida. Una de sus más tempranas expresiones se encuentra en la obra de Neurath, uno de los fundadores del círculo de Viena. Para Neurath, la coordinación social exigía la coordinación de las ciencias, de modo tal que todas ellas debían partir de un vocabulario observacional común que asegurase la posibilidad de predecir. Hasta aquí la pretensión positiva de la unidad de las ciencias. Pero esto tenía su traducción política en el socialismo soviético: una economía planificada requería predicciones coordinadas sobre cuantos fenómenos determinan la producción.

    No obstante, el debate metodológico también desempeñó un papel crítico, cuestionando el alcance de esta ingeniería social. A este respecto Popper y la Escuela de Frankfurt tiene destacados trabajos. Popper advirtió de las posibilidades que la estadística ofrecía para formular leyes sobre el curso de los acontecimientos históricos, pero advirtió también sobre el alcance restringido que tenían las predicciones que podríamos obtener de ellas. En La miseria del historicismo. Popper argumentó contra Marx o Comte por defender la existencia de leyes sociales que actúan por encima de la voluntad de los individuos que las constituyen. Sostuvo que la acción social era el producto de la suma de acciones individuales a menudo espontáneas que, con frecuencia, dan lugar a efectos no anticipados por los propios actores. Por ello, cuestionó la posibilidad de predicciones tan ambiciosas.

    Para Popper, esta era la alternativa que debían seguir los reformistas en las democracias liberales, contra la tentación de una ingeniería social holística que no solo atentaba conta la soberanía del individuo, sino que era además utópica por pretender que las ciencias sociales podían predecir tanto como requería el planificador.


Álvarez Álvarez, J.F.; Teira Serrano, D.; Zamora Bonilla, J.P. (2009). Filosofía de las Ciencias Sociales. UNED: Madrid.

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