martes, 19 de diciembre de 2023

Religión o espiritualidad: las viejas estructuras de orden frente al viaje de búsqueda

    Con demasiada frecuencia, la gente confunde la religión con superstición, espiritualidad, creencia en poderes sobrenaturales o creencia en dioses. La religión no es ninguna de esas cosas. La religión no puede equipararse con la superstición, porque es improbable que la mayoría de la gente llame a sus amadas creencias supersticiones. Siempre creemos en la verdad. Solo son los demás los que creen en supersticiones.
    De manera parecida, pocas personas depositan su fe en poderes sobrenaturales. Para los que creen en demonios, los demonios no son sobrenaturales. Son una parte integral de la naturaleza. Los médicos modernos achacan la enfermedad a gérmenes invisibles, y los sacerdotes del vudú la atribuyen a demonios invisibles. No hay nada de sobrenatural en ello: hacemos enfadar a algún demonio, y el demonio entra en nuestro cuerpo y nos causa dolor. ¿Qué podría ser más natural que esto? solo los que no creen en demonios piensan en ellos como algo que se aparta del orden natural de las cosas.
    Equiparar la religión a la fe en poderes sobrenaturales implica que es posible comprender todos los fenómenos naturales sin la religión, que esta no es más que un suplemento opcional. Una vez que hemos comprendido perfectamente bien toda la naturaleza, podemos decidir si añadimos o no algún dogma religioso sobrenatural. Sin embargo, la mayoría de las religiones aducen que no es posible entender el mundo sin ellas. Uno no comprenderá la verdadera razón de las enfermedades, las sequías o los terremotos si no tiene en cuenta su dogma.
    Definir la religión como la creencia en dioses también es problemático. Solemos decir que un cristiano devoto es religioso porque cree en Dios, mientras que un ferviente comunista no es religioso, porque el comunismo no tiene dioses. Sin embargo, la religión la crean los humanos y no los dioses, y se define por su función social  y no por la existencia de deidades. La religión es cualquier historia de amplio espectro que confiere legitimidad superhumana a leyes, normas y valores. Legitima estructuras sociales asegurando que reflejan leyes superhumanas.
    La religión asevera que los humanos estamos sujetos a un sistema de leyes morales que no hemos inventado y que no podemos cambiar. Un judío devoto diría que este es el sistema de leyes morales creado por Dios y revelado por la Biblia. Un hindú diría que Brahma, Visnú y Shiva crearon las leyes, y que estas nos fueron reveladas a los humanos en los Vedas. Otras religiones, desde el budismo y el taoísmo al nazismo, el comunismo y el liberalismo indican que las leyes superhumanas son leyes naturales, y no la creación de tal o cual dios. Cada una cree en un conjunto distinto de leyes naturales descubierto y revelado por diferentes visionarios y profetas, desde Buda y Lao-tsé a Hitler y Lenin.
    A los liberales, comunistas y seguidores de otros credos modernos no les gusta describir sus respectivos sistemas como religión, porque identifican la religión con supersticiones y poderes sobrenaturales. Si decimos a comunistas o liberales que son religiosos, pensarán que les acusamos de creer ciegamente en sueños dorados sin fundamento. De hecho, ello significa únicamente que creen en algún sistema de leyes morales que no fue inventado por los humanos pero que, no obstante, los humanos tienen que obedecer. Hasta donde sabemos, todas las sociedades humanas creen en esto. Todas las sociedades dicen a sus miembros que tienen que creer en alguna ley moral superhumana, y que infringir dicha ley acarreará una catástrofe. Desde luego, las religiones difieren entre sí en los detalles de sus narraciones, en sus mandamientos particulares, y en los premios y castigos que prometen.
    La afirmación de que la religión es una herramienta para preservar el orden social y para organizar la cooperación a gran escala puede ofender a muchas personas para las que representa, ante todo, un camino espiritual. Sin embargo, la brecha entre la religión y la espiritualidad es bastante amplia. La religión es un pacto, mientras que la espiritualidad es un viaje.
    La religión proporciona una descripción completa del mundo y nos ofrece un contrato bien definido con objetivos predeterminados. "Dios existe. Nos dijo que nos comportáramos de determinadas formas. Si obedecemos a Dios, seremos admitidos en el cielo. Si lo desobedecemos, arderemos en el infierno." La claridad misma de este pacto permite que la sociedad defina normas y valores comunes que regulan el comportamiento humano.
    Los viajes espirituales no se parecen en nada a esto. Por lo general, llevan a las personas de manera misteriosa hacia destinos desconocidos. La búsqueda suele empezar con alguna gran pregunta como: ¿Quién soy?, ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿Qué es bueno?. Mientras que muchas personas aceptan sin más las respuestas al uso que ofrecen los poderes que sean, los buscadores espirituales no quedan satisfechos tan fácilmente. Están dispuestos a seguir la gran pregunta a donde quiera que los conduzca, y no solo a lugares que conocen bien o quieren visitar. Así, para la mayoría de la gente, los estudios académicos son un pacto y no un viaje espiritual, porque nos conducen a un objetivo predeterminado aprobado por nuestros mayores, nuestros gobiernos y nuestros bancos. "Estudiaré cuatro años, aprobaré los exámenes, conseguiré mi grado y me aseguraré un trabajo bien remunerado". Los estudios académicos podrían transformarse en un viaje espiritual si las grandes preguntas que fuéramos encontrando por el camino nos desviaran hacia destinos inesperados, que al principio ni siquiera habríamos imaginado. Por ejemplo, una joven puede empezar estudiando economía para asegurarse un puesto de trabajo en Wall Street. Sin embargo, si lo que aprende hace que, de alguna manera, termine en un ashram hindú o ayudando a pacientes con VIH en Zimbabue, entonces a esto podemos considerarlo un viaje espiritual.
    ¿Por qué calificar de espiritual este viaje? Se trata de una herencia de las antiguas religiones dualistas que creían en la existencia de dos dioses, uno bueno y otro malo. Según el dualismo, el dios bueno creó almas puras y eternas que vivían en un maravilloso mundo de espíritu. Sin embargo, el dios malo creó otro mundo con materia. Satanás no supo cómo hacer que su creación perdurara, de manera que en el mundo de la materia todo se pudre y se desintegra. Para insuflar vida a su defectuosa creación, Satanás tentó a las almas del mundo puro del espíritu y las encerró dentro de cuerpos materiales. Esto es lo que son los humanos: una buena alma espiritual atrapada dentro de un cuerpo material malo. Puesto que la prisión del alma se deteriora y acaba por morir, Satanás tienta sin cesar al alma con placeres corporales, y por encima de todo, con comida, sexo y poder. Cuando el cuerpo se desintegra y el alma tiene la posibilidad de escapar de nuevo al mundo espiritual, su anhelo de deleites corporales la retiene dentro de algún nuevo cuerpo material. Así, el alma transmigra de cuerpo en cuerpo, desperdiciando sus días en busca de comida, sexo y poder.
    El dualismo conmina a la gente a que rompa estos grilletes materiales y emprenda el viaje de regreso al mundo espiritual, que nos es totalmente desconocido pero que es nuestro verdadero hogar. Durante esta búsqueda debemos rechazar todas las tentaciones y los pactos materiales. Debido a esta herencia dualista, todo viaje en el que dudamos de las convenciones y de los pactos del mundo material y caminamos hacia un destino desconocido se llama viaje espiritual.
    Tales viajes son fundamentalmente diferentes de las religiones, porque el objetivo de las religiones es cimentar el orden mundano, mientras que el de la espiritualidad es escapar de él. Con mucha frecuencia, la demanda más importante que se hace a los viajeros espirituales es que pongan en duda las creencias y las convenciones de las religiones dominantes. Si mientras caminas por la senda espiritual te encuentras con las ideas rígidas y las rígidas leyes religiosas, también debes liberarte de ellas.
    Para las religiones, la espiritualidad es una amenaza peligrosa. Las religiones se esfuerzan típicamente por refrenar las búsquedas espirituales de sus seguidores, y muchos sistemas religiosos fueron puestos en tela de juicio, no por seglares preocupados por la comida, el sexo y el poder, sino más bien por buscadores de la verdad espiritual que querían algo más que tópicos. Así, la revuelta protestante contra la autoridad de la Iglesia Católica no fue desatada por ateos hedonistas, sino por un monje devoto y ascético: Martín Lutero. Lutero quería respuestas a las preguntas existenciales de la vida, y rechazó contentarse con los ritos, los rituales y los pactos que la Iglesia ofrecía.
    Desde la perspectiva histórica, el viaje espiritual siempre resulta trágico, porque es una senda solitaria adecuada para individuos y no para sociedades enteras. La cooperación humana requiere respuestas firmes y no solo preguntas, y los que se enfurecen contra las estructuras religiosas anquilosadas acaban forjando nuevas estructuras en su lugar. 

Extraído de: Harari, Y. N. (2016). Home Deus. Breve historia del mañana. Penguin Random House: Barcelona.

lunes, 18 de diciembre de 2023

El mito de las notas (calificaciones)

    Los sistemas educativos modernos proporcionan numerosos ejemplos más de la realidad que se postra ante los registros escritos. Cuando mido la anchura de mi mesa, la regla que utilizo importa poco. La anchura de mi mesa sigue siendo la misma con independencia de que use centímetros o pulgadas. Sin embargo, cuando las burocracias miden a la gente, las reglas que emplean suponen toda la diferencia. Cuando las escuelas empezaron a evaluar a la gente según calificaciones numéricas precisas, la vida de millones de estudiantes y profesores cambió drásticamente. Las calificaciones son un invento relativamente nuevo. A los cazadores-recolectores no se les calificó nunca por sus logros e incluso miles de años después de la revolución agrícola, pocos sistemas educativos utilizaban calificaciones precisas. Un aprendiz de zapatero medieval no recibía al final del año un pedazo de papel que dijera que había conseguido un sobresaliente en cordones pero un aprobado raspado en hebillas. Un estudiante en la época de Shakespeare se iba de Oxford con solo uno de dos resultados posibles: con un grado o sin él. Nadie pensó en dar a un estudiante una nota final de 7,4 y a otro, un 8,8.
    Fueron los sistemas de educación masiva de la época industrial los que empezaron a emplear notas precisas con regularidad. Cuando tanto las fábricas como los ministerios del gobierno se hubieron acostumbrado a pensar en el lenguaje de los números, las escuelas hicieron lo propio. Empezaron a evaluar el mérito de todos los estudiantes según su calificación media, mientras que el mérito de todos los profesores y del rector se juzgaba según la calificación media total de la escuela. Cuando los burócratas adoptaron esta regla de medir, la realidad se transformó.
    Originalmente, las escuelas debían centrarse en ilustrar y educar a los estudiantes, y las notas eran simplemente un medio de medir el éxito. Pero, de manera totalmente natural, pronto empezaron a centrarse en conseguir calificaciones altas. Como todo niño, profesor e inspector sabe, las habilidades necesarias para obtener calificaciones elevadas en un examen no equivalen a una comprensión verdadera de la literatura, la biología o las matemáticas. Todo niño, profesor e inspector saben asimismo que si se les obligara a elegir entre las dos cosas, la mayoría de las escuelas preferirían las calificaciones.
    Las organizaciones humanas realmente poderosas, como el sistema escolar moderno, no son necesariamente perspicaces. Gran parte de su poder estriba en su capacidad de imponer sus creencias ficticias a una realidad sumisa. Cuando el sistema educativo declara que los exámenes de acceso son el mejor método para evaluar a los estudiantes. El sistema tiene suficiente autoridad para influir en las condiciones de admisión en universidades, sectores públicos de empleo y en empresas privadas. Por lo tanto, los estudiantes invierten todos sus esfuerzos en conseguir buenas calificaciones. Los puestos más codiciados los ocupan las personas con calificaciones altas, que naturalmente apoyan el sistema que los llevó a ellos. El hecho de que el sistema educativo controle los exámenes más cruciales le confiere más poder y aumenta su influencia en universidades, departamentos gubernamentales y el mercado laboral. Si alguien objeta que "¡El certificado del título no es más que un trozo de papel!" y se comporta en consecuencia, es poco probable que llegue muy lejos en la vida.
    Las ficciones nos permiten cooperar mejor. El precio que pagamos es que la misma ficción también determina los objetivos de nuestra cooperación. Así, podemos disponer de sistemas de cooperación muy complejos, que se emplean al servicio de objetivos e intereses ficticios. En consecuencia, puede parecer que el sistema funciona bien, pero únicamente si adoptamos los criterios propios del sistema. Un director de escuela podrá decir: nuestro sistema funciona. Durante los últimos cinco años, los resultados de los exámenes han mejorado en un 7,3%. Pero ¿es esta la mejor manera de juzgar una escuela?
    Las redes cooperativas humanas suelen juzgarse a sí mismas con varas de medir de su propia invención y, algo nada sorprendente, a menudo se adjudican calificaciones elevadas.

Extraído de: Harari, Y. N. (2016). Home Deus. Breve historia del mañana. Penguin Random House: Barcelona.