domingo, 31 de julio de 2022

Ingeniería social

    Durante la Ilustración se pretendía educar al público, ahora se trata de intervenir sobre su vida de muy diversos modos para controlar con arreglo a propósitos normativos.

    Esto es particularmente cierto en la ciencia social estadounidense, especialmente en lo que respecta a disciplinas como la psicología o la economía. Watson, uno de los pioneros del conductismo, articuló esta concepción en psicología: se debía tratar en ella de manipular las reacciones del sujeto en el laboratorio. Los ejemplos de Skinner van en este mismo sentido: las técnicas psicológicas pueden aumentar el bienestar social, una vez que establezcamos qué tipo de conductas deben implantarse para ello.

    Del mismo modo, la invención de técnicas estadísticas como el análisis de regresión posibilitó la transformación de la economía en una ciencia empírica capaz de guiar la intervención política en contextos tales como el New Deal estadounidense o la planificación soviética. Frente al desorden económico experimentado con la crisis de los años 1930, el gobierno debía regular la economía para prevenir que producción e intercambio se desarrollasen aleatoriamente, adecuando ambas al bienestar de los ciudadanos. Incluso disciplinas como la antropología reivindicaron su dimensión ingenieril: así Malinowski solicitó a la Fundación Rockefeller que financiase la investigación etnográfica de los sistemas políticos puesto que ello serviría a la administración colonial para facilitar el gobierno indirecto de los indígenas. 

    Tras la IIGM, con el auge del Estado de bienestar en el mundo capitalista y de los régimenes comunistas en Asia y Europa del este esta concepción de las ciencias sociales como soporte de la ingeniería política quedó definitivamente establecida. Una de sus más tempranas expresiones se encuentra en la obra de Neurath, uno de los fundadores del círculo de Viena. Para Neurath, la coordinación social exigía la coordinación de las ciencias, de modo tal que todas ellas debían partir de un vocabulario observacional común que asegurase la posibilidad de predecir. Hasta aquí la pretensión positiva de la unidad de las ciencias. Pero esto tenía su traducción política en el socialismo soviético: una economía planificada requería predicciones coordinadas sobre cuantos fenómenos determinan la producción.

    No obstante, el debate metodológico también desempeñó un papel crítico, cuestionando el alcance de esta ingeniería social. A este respecto Popper y la Escuela de Frankfurt tiene destacados trabajos. Popper advirtió de las posibilidades que la estadística ofrecía para formular leyes sobre el curso de los acontecimientos históricos, pero advirtió también sobre el alcance restringido que tenían las predicciones que podríamos obtener de ellas. En La miseria del historicismo. Popper argumentó contra Marx o Comte por defender la existencia de leyes sociales que actúan por encima de la voluntad de los individuos que las constituyen. Sostuvo que la acción social era el producto de la suma de acciones individuales a menudo espontáneas que, con frecuencia, dan lugar a efectos no anticipados por los propios actores. Por ello, cuestionó la posibilidad de predicciones tan ambiciosas.

    Para Popper, esta era la alternativa que debían seguir los reformistas en las democracias liberales, contra la tentación de una ingeniería social holística que no solo atentaba conta la soberanía del individuo, sino que era además utópica por pretender que las ciencias sociales podían predecir tanto como requería el planificador.


Álvarez Álvarez, J.F.; Teira Serrano, D.; Zamora Bonilla, J.P. (2009). Filosofía de las Ciencias Sociales. UNED: Madrid.

Manipulación y contra-control

     La investigación básica en ciencia del comportamiento es esencialmente manipulativa; el experimentador dispone las condiciones bajo las cuales el sujeto ha de comportarse de una manera dada, y, cuando lo hace, controla el comportamiento. Como en el condicionamiento operante esto es evidente, con frecuencia se alude a él como si no fuera más que una técnica para controlar a los demás. Sin duda se le puede utilizar de esa manera con fines no científicos, y se utilizará si los resultados son reforzantes. Entre los que tienen el poder necesario para controlar de ese modo a los demás se cuentan las autoridades gubernamentales y religiosas, y los hombres que tienen mucho dinero. Escapamos de ellos o atacamos su poder cuando recurren a métodos aversivos o a métodos que tienen las consecuencias aversivas demoradas que se llaman explotación. Como hemos visto, quienes no utilizan su poder de maneras aversivas o explotadoras no se abstienen de hacerlo porque son compasivos o porque poseen sentido ético o interés por el bienestar de los demás, sino porque están sometidos al contra-control por parte de los sujetos que experimentan su poder. La democracia es una versión del contra-control diseñada para solucionar el problema de la manipulación. (...)

    Decir que todo control es manipulativo y, por lo tanto, malo, es pasar por alto aspectos importantes de la educación, la psicoterapia, el gobierno, etc. La propuesta de acabar con la investigación comportamental o de ocultar sus resultados con el pretexto de que los déspotas o tiranos podrían utilizarlos, sería un desastroso error, porque eso perjudicaría todas las contribuciones importantes a la cultura, y se interferiría con las medidas de contra-control que limitan el control aversivo y explotador.


B.F. Skinner, sobre el conductismo. Barcelona, Martínez Roca, 1987, pp. 218-19

Relativismo cultural y constructivismo: hacia una antropología del lenguaje

     (...) Sapir denfendió que las categorías semánticas de cada lenguaje constituían un modo de organizar la experiencia, a menudo inconmensurable de un lenguaje a otro. Por ejemplo, se dice que un lenguaje lexicaliza o codifica un dato x si posee una palabra para ello. Y sabemos que no todas las lenguas operan esta codificación del mismo modo: un ejemplo clásico es el de los Inuit, indígenas esquimales del ártico que, al parecer, contaban con al menos 9 denominaciones para la nieve. Es decir, se codifica de 9 modos distintos lo que en lenguas como el castellano se lexicaliza con una. Esto plantea un obvio problema de traducción. No obstante, argumentó Whorf, la dificultad es aún más radical: el hablante de una lengua asume que la realidad se corresponde con las categorías de su vocabulario, de modo tal que donde uno de nosotros ve una sola cosa (la nieve) el esquimal podrá ver 9 distintas. Nuestras categorías semánticas estarían, además, tan profundamente imbricadas entre sí que no existe manera de referirse de una manera neutral (universal) a la realidad. Cada lengua vehicula una visión del mundo original e inconmensurable con los demás.

    Ahora bien, la propia hipótesis de Sapir-Whorf podría intentar contrastarse. Para ello es necesario partir de organizaciones léxicas distintas en las que podamos reconocer un mismo referente para comprobar si da lugar a respuestas no verbales diferentes. Un caso clásico es el del color, las variaciones en la organización del espectro de una lengua a otra y la capacidad de discriminación en el mismo por parte de sus hablantes. Al parecer, los colores resultan más accesibles perceptivamente cuando se cuenta en el vocabulario de la propia lengua con una palabra para ellos. No obstante, generalizar este tipo de análisis a otras experiencias distintas del color resulta complicado, pues las categorías semánticas de una lengua son interdependientes entre sí.

    (...) Puede ocurrir que una proposición verdadera en una lengua sea falsa en otra. En este sentido algunos sociólogos y antropólogos acuñan la expresión construcción social de la realidad.

    (...) A principios del siglo XX, Durkheim presentó el concepto de representación colectiva como alternativa sociológica a las categorías kantianas: serían el marco permanente de nuestra vida mental. El argumento es que la clasificación de los datos sensibles que ordena nuestra experiencia no se opera mediante una tabla de categorías de algún modo universal, sino que organizamos la naturaleza siguiendo divisiones sociales (y, en particular, estructuras de parentesco). Así, a cada clan correspondería ciertos animales, regiones, estrellas, etc. Por tanto, la evidencia empírica sobre la que se asientan las ciencias no sería una excepción: una sociedad conoce la naturaleza de acuerdo a su propia organización.

    Es decir, de algún modo, Durkheim iba un paso más allá de Sapir y Whorf: no se trata solamente de que las categorías de cada lengua articulen una visión del mundo, sino que esta se correspondería con la ordenación social de sus hablantes, sus divisiones, sus intereses, etc. En consecuencia, la realidad no sería una misma para toda nuestra especie, como pretendía Kant al sostener la universalidad de sus categorías, sino que estaría construida socialmente.

    Kuhn cuestionó la concepción del significado de los términos científicos desarrollada por la tradición positivista, según la cual debía existir una referencia común con arreglo a la cual establecer la verdad de las proposiciones de distintas teorías. Khun defendió, a diferencia de Durkheim, que los paradigmas serían un proceso interno a cada comunidad.

    Este sería justamente el giro que imprimiría David Bloor a la sociología de la ciencia cuando propuso que esta debía explicar causalmente el conocimiento científico, entendido este como creencias colectivas de una comunidad. Esta fue la tesis defendida en su Conocimiento e imaginario social (1976). No importa si verdaderas o falsas, ambas debieran explicarse según un mismo esquema causal. Bloor se apoyó aquí en una propuesta de Mary Hesse, según la cual para poder enfrentar desafíos como el de Kuhn debemos contar con un modelo que dé cuenta de cómo los niños adquieren el vocabulario de una lengua, es decir, cómo aprenden a categorizar la realidad. En este proceso, el niño desarrolla mecanismos de discriminación sensorial, clasificando estímulos al asociarlos con palabras y generalizando después por semejanza.

    Para Bloor el aprendizaje de una lengua es un proceso social en el que medirían siempre otros adultos que dirigirían la atención del niño al medio. La categorización se opera sobre convenciones, pues la infinita complejidad del mundo imposibilita una correspondencia unívoca entre palabras y cosas, de modo que cabrá desarrollar tantas como relaciones viables se puedan establecer con el medio. 


Álvarez Álvarez, J.F.; Teira Serrano, D.; Zamora Bonilla, J.P. (2009). Filosofía de las Ciencias Sociales. UNED: Madrid.

Individualismo y sociedades modernas

    (...) Estamos en una sociedad en la que el control y la acción sistemática que facilita la ciencia social, desde la contabilidad a la psicología, desde el consumo de masas a la psicología de consumo, provoca un impacto enorme sobre la misma acción social que tratamos de comprender. (...)
    (...) Entre las críticas postmodernas, la crítica epistemológica ha tenido una importancia destacada: la supresión de las grandes narrativas, la imposibilidad de sustentar una noción fuerte de verdad, y hasta la imposible aceptación de un estado fijo de la realidad social junto al rechazo de los grandes proyectos emancipadores, el rechazo de la ingeniería social parcial y cualesquiera proyectos de los reformadores sociales. La estética del postmodernismo nos llama a acogernos en el individualismo posesivo y en el individualismo afectivo, pero buena parte de sus miradas nos resultan parciales, sesgadas y, sobre todo, que solo contrabalancean la posición del racionalismo absoluto, del control total y de la superhumanidad robótica. (...)
    (...) A los individuos se les puede suponer racionales, pero si eso significa que son maximizadores estricto de sus propias preferencias y con ello no pueden intervenir en múltiples decisiones, que conforman la profundidad racional de la modernidad, en definitiva les estamos impidiendo incorporar su última decisión de decir "no" en el momento mismo en que se enfrenten a su decisión. Su decisión puede ser la de dudar en el último momento, su derecho debe incorporar la opción de comportarse con "manos temblorosas" en la decisión social, su derecho incluye la posibilidad de ser autónomos e independientes. Todas estas posibilidades son las que ofrece la modernidad al establecer la reflexividad como elemento central de un nuevo sistema social. Una interesante realización empírica a pesar de todas las imperfecciones, y hasta por ellas, es la democracia política que parece ser un juego que requiere jugadores algo más complejos y bastante más diversos que los "tontos racionales" de la teoría económica estándar. (...)
    (...) La modelización, al acercarse al dominio de la simulación social, está produciendo ya resultados muy llamativos en la relación entre lo micro y lo macro. Incluso hay quienes esperan que "así se podrá resolver el problema teórico de los fundamentos de las ciencias sociales, a saber, la posibilidad de formas emergentes no planificadas e inconscientes de cooperación, organización y comprensión entre agentes intencionales que planifican". Aparece así una antigua cuestión en ciencias sociales, el problema del orden social espontáneo y las funciones sociales. Un asunto que preocupaba a Adam Smith y para lo que propuso el mecanismo de la mano invisible.

Álvarez Álvarez, J.F.; Teira Serrano, D.; Zamora Bonilla, J.P. (2009). Filosofía de las Ciencias Sociales. Tema 8: holismo frente a individualismo. UNED: Madrid. Pp 191-194.

viernes, 29 de julio de 2022

Reglas de elección social

    El principal problema que analiza la Teoría de la Elección Social es el de cómo determinar qué opción es la más adecuada, tomando como un dato las preferencias que cada miembro del grupo tiene sobre las opciones colectivas existentes. Una forma de expresar esta cuestión es la de cómo determinar las preferencias del grupo a partir de las preferencias de sus miembros, aunque algunos autores objeten que el concepto mismo de preferencias del grupo no tiene sentido, pues los únicos que tienen realmente preferencias y deseos son los individuos.
    Algunas reglas de la elección social más o menos comunes son: unanimidad, sorteo puro (para cada elección, se elige al azar una opción), sorteo de un elector (para cada elección, se elige por sorteo un miembro del grupo y la opción elegida es la que prefiera él), dictadura, mayoría simple y mayoría cualificada.
    Cada regla de elección social tiene ventajas e inconvenientes. Por ejemplo, la regla de la unanimidad es la más respetuosa con los derechos de los individuos, pero muchas veces puede dejarnos sin una decisión colectiva que tomar; la regla de la dictadura, por contra, es la más fácil de aplicar, pero produce resultados nefastos para quienes tienen preferencias diferentes a las del dictador; los sorteos suelen considerarse bastante justos en ciertas ocasiones pero no en otras. Finalmente, la regla de la mayoría tanto simple como cualificada, que intuitivamente parece la más apropiada para la toma de decisiones colectivas puede generar también graves problemas.


Álvarez Álvarez, J.F.; Teira Serrano, D.; Zamora Bonilla, J.P. (2009). Filosofía de las ciencias sociales. UNED: Madrid.

El concepto de acción colectiva, la Teoría de la Elección Social.

    La Teoría de Juegos analiza las situaciones de interdependencia como si cada individuo tuviera que tomar su decisión independientemente: para esta teoría, los jugadores son interdependientes en el sentido de que las acciones de cada uno afectan a los demás, pero, en el fondo, cada uno está a solas consigo mismo a la hora de decidir qué acción realizar.. Esto es relativamente razonable porque, incluso si los jugadores se ponen de acuerdo acerca de qué decisión tomar, al fin y al cabo cada uno de ellos debe decidir internamente si cumple dicho acuerdo o no. De todas formas, una vez que suponemos que los individuos van a tomar alguna decisión de manera consensuada, y que existe algún mecanismo que garantiza que ese consenso va a ser respetado, también podemos plantearnos entonces la cuestión de qué decisión colectiva puede ser más racional en cada situación; este es el objeto de la Teoría de la Elección Social.
    En un sentido muy lato, casi todas las acciones son colectivas en la medida en que los resultados que uno obtiene gracias a sus actos dependen de los actos de otras personas. Pero podemos restringir el significado de acción colectiva a aquellos casos en los que se ha de tomar una decisión única para todo un grupo grande de personas. Así, son decisiones colectivas la elección de representantes políticos, la decisión de por dónde ha de pasar una carretera, la elección de un hogar para la familia, la decisión de jugar a un determinado juego un grupo de amigos, etc. La principal diferencia entre los juegos y las elecciones colectivas es que, en los primeros, cada jugador tiene ante sí un abanico de opciones, no necesariamente las mismas que los demás, mientras que en las segundas, son las propias opciones las que son colectivas, pues hemos dado por eliminada la posibilidad de que cada uno haga lo que quiera (salvo si colectivamente se acuerda que se haga así; en caso contrario, lo que sucede más bien si no se adopta una decisión colectiva es que el grupo desaparece como tal: si cada ciudadano nombrase - no votase- a los diputados que quisiera, entonces no habría tal cosa como diputados; si cada uno decidiese jugar a un juego distinto, entonces no habría juego -únicamente solitarios-; si cada miembro de la familia eligiese un hogar, entonces tendría poco sentido decir que es una familia, etc.).

Álvarez Álvarez, J.F.; Teira Serrano, D.; Zamora Bonilla, J.P. (2009). Filosofía de las ciencias sociales. UNED: Madrid.

jueves, 28 de julio de 2022

La construcción social de la realidad

    El éxito de la socialización probablemente se obtenga en las sociedades que poseen una división del trabajo sencilla y una mínima distribución del conocimiento. La socialización en esas condiciones produce identidades socialmente pre-definidas y perfiladas en alto grado. Como todo individuo encara esencialmente el mismo programa institucional para su vida en sociedad, la fuerza íntegra del orden institucional se hace gravitar con mayor o menor peso sobre cada individuo, produciendo una masividad compulsiva para la realidad objetiva que ha de ser internalizada. La identidad, pues, se halla sumamente perfilada en el sentido de que representa totalmente la realidad objetiva dentro de la cual está ubicada. Dicho con sencillez, todos en gran medida son lo que se supone que son. En una sociedad de esa clase, las identidades se reconocen con facilidad, tanto objetiva como subjetivamente. Todos saben quién es cada uno y quiénes son los otros. Un caballero es un caballero, y un labriego es un labriego, tanto para los otros como para sí mismos. Por consiguiente, no existe el problema de la identidad. La pregunta ¿Quién soy yo? no es probable que aparezca en la conciencia, puesto que la respuesta socialmente predeterminada es masivamente real desde el punto de vista subjetivo y queda confirmada consistentemente en toda interacción significativa. Esto de ninguna manera implica que el individuo se sienta satisfecho de su identidad. Probablemente nunca fue agradable ser labriego, por ejemplo (...) Las personas formadas en tales condiciones probablemente no se conciben ellas mismas como profundidades ocultas en un sentido psicológico (...) Por ejemplo, el labriego se percibe a sí mismo en un rol cuando castiga a su mujer, y en otro cuando se humilla ante su señor. En cada uno de ambos casos, el otro rol está bajo la superficie, o sea, está desatendido en la conciencia del labriego. Pero ninguno de los roles se plantea como un yo más profundo o más real.

    La posibilidad del individualismo se vincula directamente con la posibilidad de socialización deficiente, la cual suscita la pregunta: ¿Quién soy yo? En el contexto socioestructural en el que se reconoce como tal a la socialización deficiente, surge la misma pregunta para el individuo exitosamente socializado cuando reflexiona sobre los deficientemente socializados. Tarde o temprano se enfrentará como esos yo ocultos, los traidores, los que han alternado o están alternando entre mundos discrepantes. Por una especie de efecto de espejo, la pregunta puede llegar a ser aplicable a él mismo (...) Con esto se abre la caja de Pandora de las opciones individualistas, que eventualmente llegan a generalizarse (...) El individualista surge como un tipo social específico que tiene al menos el potencial para peregrinar entre una cantidad de mundos disponibles y que, deliberada y conscientemente, se ha fabricado un yo con el material proporcionado por una cantidad de identidades disponibles (...).

    En una sociedad en la que se dispone de mundos discrepantes sobre una base de mercado (...) existirá una creciente conciencia general de la relatividad de todos los mundos, incluyendo el propio, el cual ahora se aprehende subjetivamente como un mundo, más que como el mundo. Se sigue que nuestro propio comportamiento puede aprehenderse como un rol del que podemos separarnos en nuestra propia conciencia y que podemos representar con control manipulativo. Por ejemplo, el aristócrata, y así sucesivamente (...) Esta situación resulta cada vez más típica de la sociedad industrial contemporánea (...) y se sigue lógicamente de la relación necesaria entre la división social del trabajo y la distribución social del conocimiento.


Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, pp. 205-215.

martes, 26 de julio de 2022

Maestros de la República, Tomás Toral "Pase lo que pase, no dejéis de estudiar"

    Tomás Toral fue un docente del pueblo de Villaornate (León), apasionado del conocimiento y asesinado y desaparecido en 1936. Fue arrestado delante de sus alumnos en la escuela del pueblo y lo último que les dijo a sus alumnos fue "pase lo que pase, no dejéis de estudiar". Le condujeron al campo de concentración de San Marcos y días después le asesinaron en Villadangos del Páramo. Su esposa en ese momento estaba embarazada de 8 meses y su hijo nació 3 semanas después de su muerte.
    Los testimonios recogidos por periodistas e investigadores describen al maestro Toral como un hombre especial, amante del conocimiento y vecino solidario. Dejó varías libretas escritas sobre investigaciones en ciencia y astronomía y notas de filosofía de la época. En los escritos de su bloc de notas explicaba las nuevas teorías sobre el origen de los planetas, los descubrimientos de la época, la necesidad de dormir, cómo la radiación podía ser dañina para la salud, razones del envejecimiento...
    Una de sus premisas educativas era "igual es el derecho del rico a educarse que el del pobre. Pero no solo hay que ceñirse al reconocimiento de tal derecho, sino que hay que ir más allá y decir que el pobre, como el rico, tiene que disponer de los mismos medios para llegar a la educación, para adquirir su formación espiritual, corporal y cultural. Porque es injusto lo que sucede con los niños pobres: hay que repararlo arropándolos bien y dándoles alimentos nutritivos en abundancia para que se críen sanos en cuerpo y limpios en alma". Redactada en la Revista Primas, donde publicó varios artículos sobre la necesidad de la educación.
    Cada día, tras las clases, acudía a las casas de aquellos alumnos que no podían ir a la escuela porque tenían que ayudar a sus padres en el campo. En la escuela del pueblo promovió una biblioteca y puso a las alumnas mayores y más aventajadas al mando de la gestión de los prestamos. La biblioteca contaba con obras como La Odisea, La Ilíada, La Divina Comedia, Las mil y una noches... Más adelante libros prohibidos tras el golpe de Estado y quemados los ejemplares de esa biblioteca.

viernes, 22 de julio de 2022

La droga de diseño utópica, la dictadura sin lágrimas

     En la novela de Huxley Un mundo feliz, el "soma" es más que una droga: es una sustancia, ya sea en forma de vapores, líquida o en tabletas, que sirve al Estado para controlar, por completo y sin limitaciones a la civilización de este mundo feliz.

    Es conocido el interés que Aldous Huxley, durante gran parte de su vida, siempre tuvo por encontrar una droga perfecta que ofreciera a la gente la posibilidad de escapar de sus miserias y lograr la paz consigo misma. En 1931, un año después de escribir la novela, escribe en su ensayo "A la búsqueda de un nuevo placer":

Hasta donde yo puedo ver, el único placer posible vendría derivado de una nueva droga, un sustituto más eficaz y menos dañino que el alcohol y la cocaína. Si yo fuera millonario haría una importante donación a un grupo de investigadores para que encontrasen el estupefaciente ideal. Si pudiéramos esnifar o tragar algo que, durante 5 o 6h diarias, aboliera nuestra soledad como individuos, nos reconciliara con nuestros semejantes en una rebosante exaltación del cariño (...) y si esta divina droga transformadora del mundo tuviera la cualidad de que pudiéramos levantarnos a la mañana siguiente con la cabeza despejada y en buen estado, entonces, me parece que todos los problemas se solucionarían y la tierra se convertiría en un paraíso.

    Las gentes de esta civilización acostumbra a darse sus vacaciones de soma para evitar pensar y, por tanto, sufrir. El soma permite abrazar el éxtasis de un sueño hacia la eternidad para el que esta sociedad deshumanizada no está preparada. Huxley cree en la posibilidad liberadora de semejante droga, pero siempre que contribuya a hacer tomar al ser humano conciencia de una realidad superior, a trascender "las puertas de la percepción". En cambio en la novela, las vacaciones de soma son la única actividad que el ciudadano de este mundo puede realizar en solitario, individualmente, no para liberarlo, sino para alejarlo aún más de sí mismo y hacerlo más dependiente del sistema. En esta línea en su artículo "La revolución final", de 1959 escribe:

Me da la impresión de que en la próxima generación existirá un método farmacológico capaz de hacer que la gente ame su servidumbre, que producirá dictaduras sin lágrimas, así de claro (...) de modo que aunque la gente quedará desprovista de libertades, le gustará porque se les alejará de cualquier deseo de rebelarse, mediante la propaganda, el lavado de cerebro o el lavado de cerebro reforzado con métodos farmacológicos.

    El soma es utilizado en la narración con la intención de destacar la dimensión imaginaria e irracional del término como símbolo disémico de una desquiciada y deshumanizada sociedad en la que no es un simple producto de consumo (el Estado lo ofrece gratis), sino el único sustento de la espiritualidad que promulgan las instituciones, la política y la religión. En definitiva, un nuevo y seguramente más aterrador opio del pueblo. Los gobernantes del Estado Mundial utilizan el soma en los más diversos formatos, según la necesidad.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

La deshumanización mediante la degradación sexual

    Hasta en 8 ocasiones en la novela Un mundo feliz reverbera la máxima "Todo el mundo pertenece a todo el mundo". La combinación de los avances en ingeniería genética, de la eugenesia y de la destrucción de la familia en la sociedad presentada en la obra allanan notablemente el camino hacia una de sus mayores virtudes: la promiscuidad sexual. El ser humano de esta civilización escucha, desde niño, esta máxima que lo prepara para aceptar el sexo como un divertido juego. La eugenesia, aplicada desde la infancia, hace que los niños lo conciban como la mayor fuente de placer con la idea de que, en la etapa de juventud y madurez, el sexo se convierta en un interminable yacimiento de sensualidad en el que todo el mundo quede felizmente atrapado. Para los niños de esta civilización, las prácticas sexuales no solo forman parte de su educación, sino que constituyen uno de los principales pilares de su forma de concebir las relaciones humanas. Este interés del Estado por transformar el sexo en un asunto más de su particular moral científica explica su obsesión por destruir peligrosos fundamentos o pilares de la humanidad, como la familia, por ser la primera forma de Estado fuera del Estado. Por ello, términos como padre, madre, o familia se convierten en palabras obscenas y malditas, desterradas del vocabulario de una población infantil que padece un incómodo rubor al escucharlas.

    Para Huxley, lo que verdaderamente importa no es la tendencia u orientación sexual de esta futura civilización, sino el sentido utilitarista que se le da al sexo. El sexo forma parte del complejo y surrealista código moral y ético de esta civilización, hasta el punto de que lo trasciende y llega incluso a cobrar un sentido espiritual con rituales religiosos como el de la "oligorgia", en la que se invita a la exaltación de los sentidos mediante la práctica de sexo en grupo combinada con la ingesta de la droga. Con esta histérica y alucinógena orgía, a la que se le atribuye un sentido y fin espiritual, el ser individual queda totalmente aniquilado y a merced del Estado, que logra subyugarlo colectivamente a su poderoso imperio de los sentidos.

    El sistema ha conseguido que esta sociedad desconozca el conflicto entre la conciencia sexual y el instinto sexual. Los instintos sexuales operan con mucha más libertad cuando no existe conciencia sexual o cuando esta queda totalmente sometida al instinto El conflicto entre conciencia e instinto sexual sí existe, en cambio, en el otro modelo de civilización que nos presenta la novela en el mundo primitivo de la Reserva.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

El entretenimiento como arma estabilizadora

     Aldous Huxley, en su ensayo "Revoutions", de 1929, manifiesta su temor a que la sociedad, saturada de actividades de ocio, acabe interpretando la diversión como una ocupación a tiempo completo:

Los buenos momentos se han hecho habituales, una necesidad diaria, no un alivio ocasional. Nos estamos tomando nuestras diversiones demasiado en serio. Hemos hecho del entretenimiento una ocupación a tiempo completo, importante y regulada. Nuestros antepasados tenían más sabiduría (...) Los buenos momentos tienden, por tanto, a perder sustancia. "el filo del placer es mellado por el abuso". Casi todo el mundo sucumbe. Todos van por los buenos momentos, lo mismo que a por el tipo de ropa que los demás se ponen. Ya está. No hay más que decir.

     El Estado Mundial, del mismo modo que dirige y controla los objetivos, los sueños y la muerte de la población en Un mundo feliz, también controla y condiciona el tipo de distracciones que ha de suministrar regulada y científicamente a la sociedad. Los entretenimientos básicos y esenciales de los que se vale para controlar también el tiempo de ocio de la población son numerosos: el sexo, el sensocine, el deporte colectivo, la música sintética y el órgano de perfumes son los pilares de la diversión y del ocio de esta civilización. Con semejante saturación de los sentidos, el Estado Mundial se asegura de que la población no tenga tiempo para pensar. El entretenimiento científicamente regulado y controlado contribuye, por su parte, a que el ciudadano de cada casta tenga una sensación de felicidad constante.

    En esta sociedad en la que el trabajador es un producto de consumo del Estado, el deporte ha de ser consumido por la sociedad. El consumo absurdo y mecánico del ciudadano contribuye al mantenimiento del engranaje económico del sistema. Los deportes de civilizaciones anteriores han desaparecido por completo. Así, los deportes sofisticados son una muestra de la obsesión del Estado por imponer deportes sumamente complejos a una sociedad a la que no se le deja un solo momento de respiro para pensar. Ninguna de estas actividades puede practicarse en solitario, dado que podría ser una fuente de inestabilidad. Vemos que estos complejos, y a la vez entretenidos, deportes tienen la función de mantener a la sociedad colectivamente ocupada durante su tiempo libre. De este modo, el hombre de esta civilización no tendrá la necesidad de recurrir a otros pasatiempos individuales como la lectura, peligrosos para el sistema. El mensaje que ofrece Huxley es bien sencillo y claro: la sociedad de este mundo feliz está enferma, y el deporte, por tanto, es una enfermedad ideada por los gobernantes para controlar contagiosamente a toda la población.

    En todo momento se advierte el deporte como una poderosa arma de control por parte del Estado; sin embargo, no es el único entretenimiento eficaz con el que cuenta el sistema. En este sentido, el entretenimiento más valioso para el Estado es el sensocine, que además de controlar a la población también la condiciona.  Ofrecen la posibilidad de oler, percibir con el tacto... Lo que importa no es el contenido, sino las sensaciones y emociones que provocan en un espectador para el que resulta casi imposible discriminar entre la realidad y la ficción, algo parecido en nuestro tiempo con el cine y los videojuegos en los que el jugador y el espectador también interactúan con personajes y escenarios virtuales. Esto nos hace pensar que posiblemente no estemos tan lejos de este tipo de películas, especialmente por el acercamiento que se viene dando entre el cine, con todo tipo de sofisticados efectos, y los videojuegos más realistas en 3D.

    Los sensofilmes provocan sensaciones muy realistas en los sentidos del espectador; pero a la vez, también lo acribillan con las más sutiles armas de condicionamiento psicológico, algo parecido a los sofisticados y científicos métodos empleados en campañas publicitarias y políticas de nuestra sociedad actual para convencer a la población. En esta civilización todo está estudiado y calculado científicamente. La televisión y el cine se han convertido también en infalibles y eficaces armas de control y condicionamiento de esta sociedad.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

La religión sin espiritualidad, mecanismo de control

     La novela presenta un escenario futuro en el que todo vestigio del pasado ha sido erradicado con la finalidad de sellar una nueva era de la humanidad totalmente desprovista de contenido y sentido histórico. El Estado Mundial ha destruido la historia y el pasado porque su obsesión es solo el presente. Los ciudadanos de este nuevo mundo ajenos a la historia, desconocen por completo los valores morales, culturales y espirituales porque han sido condicionados para imitar y seguir un despiadado canon capitalista que delata una adulterada idea de bienestar. En este modelo de sociedad eugenésica y controlada hasta el más mínimo detalle por el poder científico, Jesucristo ya no es referente alguno, el modelo a seguir es Henry Ford gurú y dios de esta sociedad porque el materialismo ha sustituido a la espiritualidad y el hombre ha remplazado a Dios. Otro profeta importante de esta civilización es Sigmund Freud, por ser el primero en revelar los cruciales problemas de la vida familiar. Aunque la gente de esta civilización nada ha leído de Freud dado que está prohibido leer, sí ha oído, desde la infancia, a través de mensajes y máximas hipnopédicas, las revelaciones acerca del comportamiento sexual del padre del psicoanálisis. Aldous Huxley establece de este modo, un irónico símil entre el mayor exponente capitalista Ford, y el máximo representante de los estudios de la psique de su tiempo, Freud.

    La religión impuesta por el Estado Mundial, y seguida sistemáticamente por la población, no solo ha logrado eliminar la veneración a Dios, sino incluso la misma noción de Dios, que es algo prácticamente desconocido para unos ciudadanos desposeídos por completo del sentido histórico. De esta manera, este ominoso sistema global se hace además garante de lo divino. Aldous Huxley en su ensayo "Política y religión", de 1941, avisa del peligro de los totalitarismos políticos, que hoy día podemos denominar políticas globales, como manipuladores incluso de la esfera religiosa:

Los políticos totalitarios exigen obediencia y conformismo en todos los campos de la vida, incluyendo, naturalmente al religioso. Aquí, su propósito es usar la religión como un instrumento de consolidación social, un estimulador de la eficacia militar del país. En este sentido, el único tipo de religión que favorecen es estrictamente antropocéntrica, exclusiva y nacionalista.

    Huxley lo que valora de la religión es su apartado místico no su creencia en la existencia de Dios, que para él no es lo verdaderamente esencial. Lo que critica es la eliminación del elemento místico y, por ende, divino de la religión. El modelo religioso que plantea en Un mundo feliz ejemplifica su temor de que la religión, en definitiva, la espiritualidad, acabe en manos también de un poderoso sistema global que la desprovea de su verdadera esencia divina para utilizarla como un mecanismo más de control de las masas. 


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

jueves, 21 de julio de 2022

El último romanticismo de la nueva era: la estabilidad

    El apartado que destinamos al análisis del Estado Mundial, advertimos el eslogan sobre el que se sustenta y en el que fundamenta su opresiva y tiránica filosofía: Comunidad, identidad y estabilidad. De estos tres principios, el tercero, la estabilidad englobará los dos que lo preceden. La trama de Un mundo feliz nos muestra que para desarrollar la estabilidad hay que producir muchos individuos genéticamente idénticos, como los gemelos de las castas inferiores, y aquí, por tanto, entra la noción de identidad; pero al mismo tiempo, la estabilidad solo puede darse cuando la persona renuncia a su carácter individual, porque desconoce dicha opción y asume así formar parte únicamente de la masa, del ser colectivo, al abrigo de la comunidad. La estabilidad se constituye, de esta manera, en el canal vehicular por el que fluyen y afloran las ideas, las normas y también las fobias de este nuevo romanticismo en el que el Estado Mundial se inspira y con el que este, a su vez, pretende contagiar a la población.
    Naturalmente, Aldous Huxley utiliza la insalvable distancia y oposición entre aquel primigenio romanticismo, que pregonara la exaltación de las emociones y la libertad del individuo hasta sus últimas consecuencias, y este otro romanticismo de diseño, que inventa una libertad sintética, para confirmar su convicción de que mientras el ser humano no tome conciencia de una tercera opción, el camino de la espiritualidad, para solucionar sus problemas, la humanidad entera seguirá a merced de los sistemas políticos que solo conocen y persiguen dicotomías extremas: la revolución y el conflicto o la paz y la estabilidad. Pero no hay que olvidar que dicha estabilidad es también un principio ideológico que existe cuando se considera al ser humano como una especie de paciente proclive a padecer la patología de sentirse individuo, capaz, por tanto, de pensar y de cuestionar por sí mismo cuanto le rodea y le impone el sistema. Esta cualidad del ser humano como ente en sí mismo, como ser individual y libre, le puede hacer, naturalmente, inestable y es ahí cuando el Estado ha de intervenir para tranquilizarlo, calmarlo, integrarlo y estabilizarlo. La estabilidad social se aplica con métodos científicos en todas las castas de la población.
    En nuestro tiempo, el término estabilidad significa cualidad de estable, empieza a cobrar una significación global, impregnada especialmente de matices económicos y financieros: en 1997, el Consejo de Ámsterdam aprueba el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC); el 9 de mayo de 2010, en plena crisis financiera internacional, los países miembros de la UE aprueban el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF); en España, el 12 de abril de 2012, el Congreso aprueba la Ley de Estabilidad Presupuestaria; y el Consejo Europeo el 1 de julio de 2012, aprueba la entrada en vigor del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), que reemplaza al FEEF, en el que ya se advierte la palabra estabilidad como núcleo de un acotado grupo nominal. Todos estos mecanismos políticos centran su cooperación en la consecución y el logro únicamente de resultados económicos. Para estos organismos de poder la economía se convierte en un efectivo instrumento estabilizador de la cohesión social entre todos sus países miembros. En este sentido, la estabilidad financiera que prometen y amparan estas entidades supranacionales, de clara vocación globalizadora, se erige en garante y protectora de la estabilidad social de los países a los que afecta. Siguiendo esta misma línea no debemos olvidar que la estabilidad que nutre todas las capas sociales se cimienta básicamente sobre un complejo entramado económico que articula, modifica si es preciso y determina los hábitos de vida, los gustos y hasta la muerte de los ciudadanos. La dependencia que la sociedad tiene de la estabilidad social es absoluta. Sin estabilidad, este nuevo ser humano de la novela Un mundo feliz no sabe vivir. Se han erradicad las guerras, las enfermedades y hasta la vejez. Pero la estabilidad social hay que pagarla con la renuncia a ser libres, con la rendición, sin paliativos, al Estado y, sobre todo, con la abdicación del hombre libre a favor de un hombre consumido y de consumo.

Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

¿Nos estaremos volviendo más estúpidos?

    Aldous Huxley en marzo de 1932, nada más comenzar a escribir Un mundo feliz, expresa su temor, en el ensayo ¿Nos estaremos volviendo más estúpidos?, acerca de la llegada de una nueva casta política que imponga la imbecilidad como un nuevo estilo de inteligencia:

Ya no hay bárbaros; ahora todos están, superficialmente, civilizados. Les hemos dado nuestras pautas de éxito social; lo que significa que están eliminando la inteligencia tan rápidamente como nosotros. Cuando hayamos agotado toda nuestra cuota de inteligencia, no quedarán reservas ahí fuera, como había en los tiempos de Roma, para rellenar nuestro vacío.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid. 

La ciencia como mecanismo supremo de control

     Tal y como el propio Huxley advierte en el prólogo de 1946 de Un mundo feliz, el tema central de la misma gira en torno al modo en que un uso erróneo de los avances científicos puede influir o afectar a la humanidad. Un abuso de la fisiología y la psicología para lograr la comunidad, la identidad y la estabilidad puede poner en serio peligro la libertad del ser humano. En este sentido, Huxley retrata a un ser humano condicionado para adecuarse a las necesidades de la sociedad, del Estado, del sistema, pero no al revés. Huxley, en una carta que escribe a su hermano expresa su convencimiento de que los temores y amenazas del mal uso de la ciencia, que plantea en la novela, están a punto de cumplirse:

Los métodos de Hitler, los lavados de cerebro ruso y chino siguiendo pautas pavlovianas, las estrategias publicitarias americanas perfeccionadas por psicoanalistas de la motivación, el aumento de la sugestionabilidad mediante las drogas y la producción, como en Un mundo feliz, de la satisfacción de un estado de servidumbre mediante la euforia inducida químicamente (...) en unos pocos años será posible abolir el libre arbitrio por completo.

    El condicionamiento científico al que es expuesto y sometido el ser humano en la novela es tanto fisiológico como psicológico. En el apartado biológico, vemos cómo los embriones humanos ya no se desarrollan en el útero materno, sino en frascos o botellas. El ser humano no nace, se decanta en los frascos, donde los futuros hombres y mujeres son condicionados fisiológicamente con una precisión matemática, en función de la casta social a la que pertenecerán. En esta primera fase de condicionamiento orgánico y biológico todos son condicionados desde el tubo de ensayo y predestinados para un determinado lote o tipo de ganado en la vida futura, puesto que el ser humano es una fuerza proletaria y consumista que ha de estar, como esclava, incondicionalmente al servicio del Estado que, a su vez, se encarga de mantener el sistema científico de dividir a la población en castas sociales. Desde el primer capítulo de la novela se aprecia la rígida estructuración de este mundo ideal en castas. Esta distinción o división se basa en el tipo de función y trabajo que cada casta ha de desempeñar para la sociedad, en definitiva, para el Estado. De esta manera, para completar la separación entre las distintas castas, a cada una se le asigna una letra griega. Los Alfas y Betas son los intelectuales y, por ello, los encargados de desempeñar funciones de alto nivel para el sostenimiento del Estado. Estas dos castas de seres privilegiados reciben mejores cuidados y atención. En cambio, los Gamba, Deltas y Epsilones son prácticamente infrahumanos, subespecies clonados en masa. Mediante la aplicación científica de la eugenesia en el tubo de ensayo se ha logrado modificar genéticamente la raza humana, creando una especie superior y otra de seres inferiores. Los Alfas y Betas son individuos; los demás no.

    El siguiente paso o fase de condicionamiento es el psicológico, a este pertenece la ciencia de la hipnopedia o adoctrinamiento durante el sueño. A este condicionamiento se debe el hecho de que todos los miembros de una casta acepten de buen grado su patrón, condición y función dentro de la sociedad. El orden intelectual es de capital importancia en este sistema de castas. Las personas son condicionadas, por tanto, para aceptar las reglas y ser conformistas en todo momento. Para asegurar la identidad de cada casta y así admitir los estereotípicos niveles sociales, cada una lleva un color distinto de ropa.

    El condicionado psicológico dura toda la vida. Se inicia en la cuna, sometiendo a los niños durante el sueño a la escucha de constantes repeticiones de máximas y estribillos y continua en la adolescencia y madurez con los rituales colectivos de sexo en grupo (oligorgia) o con los cantos comunitarios en masa, entre otros muchos actos comunitarios y colectivos que llenan el tiempo y la vida de estos ciudadanos del futuro. La hipnopedia no es un instrumento de educación intelectual sino de condicionamiento psicológico.

    Aunque el condicionamiento psicológico de los ciudadanos de esta civilización se logra mediante la hipnopedia, a la fijación del mismo contribuye en buena medida, la aplicación de la droga oficial, el soma, sustancia destinada a proveer al ser humano de una efímera y falsa libertad y de mantenerlo así en un eterno letargo mental que elimina, por tanto, su capacidad de pensamiento libre e individual y lo convierte en un elemento pasivo del sistema. Ya Aldous Huxley, en 1936, ante el ascenso de sistemas totalitarios como el fascismo y el nacismo en Europa, escribe el ensayo Escritores y lectores en el que expresa sus temores acerca de una futura guerra silenciosa provocada por los últimos descubrimientos farmacológicos, según él, capaces de realizar un efectivo y sutil lavado de cerebro a la población. 

Los propagandistas del futuro probablemente sean químicos y fisiólogos, además de escritores. Una galleta que contenga 3/4 de un gramo de coral y 3/4 de miligramo de escopalamina producirá en la persona que se la tome un estado de total maleabilidad psicológica, semejante a la del estado de una persona profundamente hipnotizada. Cualquier sugestión que se le haga al paciente durante este inducido trance artificial penetra en las entrañas de la mente subconsciente, y puede provocar una modificación permanente de sus habituales formas de pensar y de percibir.

     Pero no solo los hechos son de crucial importancia para la aplicación de todas estas técnicas y avances científicos y psicológicos del Estado Mundial, también los resultados dependen mucho de las cifras, de los números. En este sentido, al modelo político-científico también le preocupa mantener la cifra perfecta de la población por castas, bajo una matemática muy racional y selectiva. En esta futura civilización del S.XXVI no solo se aplican los racionales porcentajes matemáticos para la división social por castas (8/9 partes bajo el agua y 1/9 parte por encima), también se ha de controlar el sexo de la población. De este modo, la mayoría de las mujeres de esta sociedad son estériles. El resto de mujeres utiliza cinturones cargados de píldoras anticonceptivas para evitar el embarazo. El Estado Mundial no deja un solo cabo suelto en la aplicación de la ciencia como poderoso instrumento de control. La tecnificación científica de la sociedad alcanza tal grado de sofisticación que nada de lo que parece es real o auténtico.

    Aldous Huxley expresa su temor a que el sistema científico de castas pueda encontrarse a menos de 4 o 5 generaciones de distancia han pasado ya 3 generaciones que han asistido a muchos de los avances científicos descritos en la novela: el 25 de julio de 1978, 15 años después de la muerte de Huxley, nace Louise Brown, la primera bebé probeta del mundo, curiosamente también en Inglaterra, también en el Reino Unido científicos del Instituto Roslin logran producir la primera oveja clónica Dolly, y en el año 2004 científicos de la Universidad de Seúl anuncian la clonación de 30 embriones humanos maduros.

    Aunque la mayor parte de la comunidad científica avala hoy día estos descubrimientos por su clara finalidad terapéutica, en cuanto solucionan graves patologías en seres humanos, todos estos hallazgos conducen a una siguiente fase aún más revolucionaria y efectiva, la de la investigación con células madre. En nuestra sociedad actual los donantes de esperma y las donantes de óvulos dan solución a parejas con problemas de esterilidad, y las células madre embrionarias pueden regenerar cualquier tejido corporal y ser utilizadas en trasplantes, pero también podrían utilizarse para clonar seres humanos, algo que en nuestro tiempo aún se descarta, por razones éticas, la comunidad científica internacional.

    Los primeros pasos vaticinados por Huxley ya se han dado con la fecundación in vitro y la producción de estas células madre en tubos de ensayo, que en definitiva son esos mismos frascos donde se producen y decantan los seres humanos del nuevo mundo ideal presentado en la novela. La temática que Huxley plantea en su fábula no es acerca del avance científico per se, sin cómo y en que sentido estos avances científicos pueden afectar, modificar e incluso deshumanizar al hombre y a la mujer del futuro. A día de hoy, la fase más reciente dentro de la clonación y que más desencuentros y polémica viene ocasionando, dentro de la comunidad científica y dentro de nuestra sociedad, se llama clonación terapéutica de embriones. Aunque la polémica aún está presente, nuestra sociedad parece haberse ido adaptando y condicionando hasta dar por hecho, y por consiguiente aceptar, el posible uso de estos embriones humanos para salvar otras vidas. En este sentido, ante este enfoque utilitarista de la ciencia, nuestra sociedad, a medio camino de la generación que según Huxley llegará a encontrarse ante el mundo sometido a la ciencia de su novela, ya asiste con absoluta normalidad a una procreación despersonalizada o, tal vez más bien, a una producción despersonalizada de embriones, clones y futuros seres humanos. Sin entrar en consideraciones y supuestos éticos al respecto, es cierto que esta reciente y revolucionaria alternativa de la ciencia coloca al ser humano no como sujeto de la ciencia sino como objeto de la misma. De esta manera, el ser humano que con sus avances y descubrimientos científicos manipula las leyes de la naturaleza, es, a su vez manipulado por esa misma tecnificación científica. Solo nos queda esperar un par de generaciones más para saber si la predicción de Huxley llega a cristalizar en nuestro mundo con esas mismas fatalistas consecuencias esgrimidas en la novela.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

El Estado Mundial: Comunidad, identidad y estabilidad

     La novel Un mundo feliz, abre con la lectura, en una placa, del eslogan del Estado Mundial: Comunidad, identidad, estabilidad. Este Estado Mundial es el modelo de un gobierno global que controla, económica y políticamente, a toda la población mundial. El eslogan nos recuerda el lema de la Revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad, que Huxley sustituye con exquisita ironía pues el Estado Mundial representa el control abusivo y el dominio absoluto de la población llevados a su máximo delirio. El lector asiste, por consiguiente, a la presentación de una sociedad por parte de un narrador omnisciente que diseña todos los registros narrativos y así describir pormenorizadamente una cultura en la que el ideal científico, impuesto por esta especie de orden mundial, se nutre y ahoga a un tiempo con esos mismos mitos científicos que crea. Este Estado  Mundial no permite el camino del medio o terceras posibilidades, sino únicamente alternativas y salidas extremas. A la población solo le queda elegir entre la dictadura de la ciencia y el mecanicismo científico o la dictadura de las fuerzas más atávicas de la naturaleza.

    Aldous Huxley quiere ofrecer alternativas y soluciones a este peligroso futuro, pero ningún personaje consigue dar con la salida, porque todos son absorbidos y engullidos por un voraz sistema capitalista que vela únicamente por mantener a sus ciudadanos en un estado de permanente estabilidad y quimérica felicidad. Es evidente que, en el caso de que hubiera aparecido otra alternativa en la novela, el mensaje central de advertencia y alarma de la obra se habría diluido.

    El Estado Mundial, a pesar de las pocas veces que se menciona como tal a lo largo de la novela, es la clave, desde diferentes modalidades, por la que se rigen la trama, los argumentos y las actitudes de los personajes. La amenaza de que "la sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la máquina y el gobierno", que ya advirtiera Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, en 1930, es el mismo temor que Huxley, un año después, plasma en su novela bajo la fórmula de este todopoderoso sistema de gobierno global. Este Estado Mundial teje, articula y condiciona los movimientos, pensamientos e incluso el sueño de sus ciudadanos, que pierden de este modo sus rasgos como individuos para convertirse en seres colectivos.

    Aldous Huxley encarna y simboliza los valores y el mensaje del Estado Mundial en uno de los personajes centrales de la novela, Mustapha Mond, el controlador mundial residente de Europa Occidental representa la racionalidad matemática del Estado al que sirve ciegamente. Se trata de una de las 10 personas que dirigen el Estado Mundial. Él es el dirigente y tecnócrata encargado de mantener y preservar la comunidad, la identidad y la estabilidad del paraíso distópico presentado en la novela. La sociedad ideal que él representa forma parte de una apocalíptica utopía desprovista del más mínimo instinto humanizador El Estado Mundial es antimaniqueo en su obsesiva aspiración a un cientifismo secularizado y basado en un ciego racionalismo. El reino que plantea es únicamente exterior y, por tanto, artificial. Todo es aparentemente bello, higiénico, aséptico, divertido  perfecto a los ojos de unos ciudadanos a los que su vida interior les ha sido irremediablemente usurpada. Solo ven por y para el Estado Mundial que, como contraprestación, les ofrece un reino exterior fuera de la historia, aniquilador del pasado y destructor de la condición humana. En definitiva, el Estado Mundial impone la felicidad de la población mundial por decreto. Por tanto, dado que el bienestar de los ciudadanos es un imperativo social, se trata de una felicidad sin sueños, que solo puede vivirse colectivamente. Al único reino interior al que puede aspirar el ser humano de esta futura civilización como individuo, únicamente se accede mediante las drogas y el sexo que, como apreciaremos, siempre controla, diseña y dosifica también el Estado. En este sentido, el paraíso que promete y protege el apocalíptico Estado Mundial es más bien un nuevo infierno ya presente y localizado en la estabilidad, comunidad e identidad, sugestionadas e irremediables, que padece su sociedad, contagiada y emponzoñada por tres doctrinas que procuran la desintegración total el individuo. Esperemos que este modelo de apocalíptico gobierno global vaticinado en la novela no acabe cristalizando en el fatalismo que el filósofo rumano Emile Cioran ya viera cernirse sobre nuestro mundo en 1960, cuando afirmara que la simbiosis entre lo utópico y lo apocalíptico puede reflejar la clase de realidad que nos amenaza y a la que, no obstante, diremos sí, un sí correcto y sin ilusión. Sera nuestra manera de ser irreprochables ante la fatalidad.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

miércoles, 20 de julio de 2022

De Un mundo feliz a 1984

     En 1949, Aldous Huxley escribe una carta a George Orwell en la que agradece a este la copia que le envía de su última novela. En la carta, aprovecha para señalar el afortunado logro de la novela en la medida en que consigue plasmar lo que Huxley denomina la "revolución total":

¿Me permites que te diga que el libro trata de una revolución total? Los primeros indicios de una filosofía de la revolución total, de la revolución que va más allá de la política y la economía y cuyo objetivo es la total subversión de la psicología y la fisiología del individuo (...) Creo que la pesadilla de 1984 está destinada a transformarse en la pesadilla de un mundo que tiene un gran parecido con el yo imaginé en Un mundo feliz.

     Hoy día ambos títulos se han convertido en eslóganes y consignas de cualquier debate destinado a cuestionar el futuro de la humanidad como posible pasto de una política y una economía cada vez más globalizadas. De alguna manera, estas novelas son dos iconos literarios insoslayables de nuestra cultura occidental más reciente.

    El enfoque distópico de ambas novelas viene caracterizado por dos formas narrativas bien definidas y diferenciadas: de un lado, el ritmo sensorial, poético, de transiciones suaves producidas por abundantes seriaciones asindéticas, así como por la multiplicidad de voces y registros narrativos de Un mundo feliz; de otro, el ritmo pausado y en ocasiones encorsetado de la prosa de 1984, destinado a dotar de una gran preeminencia el apartado semántico. El vivaz y caleidoscópico ritmo de la prosa de Huxley favorece el desarrollo de las distintas alternativas psicológicas de los personajes centrales de la novela, mientras que la prosa forma y metódica de 1984 facilita la construcción del mensaje político como parámetro esencial de esta obra. En este sentido, la novela de Huxley parece formar parte de un nuevo romanticismo; la de Orwell, en cambio, abre las puertas al Nuevo Realismo literario ya propuesto por Zamiátin en 1922. Asistimos, por tanto, a dos actitudes bien diferenciadas ante una parecida y aterradora visión futurista de la humanidad: Aldous Huxley desvela su postura psíquica y visionaria desde el inicio de la novela para reflejar así los peligros de una civilización sometida a la tiranía de la ciencia y la tecnología; George Orwell, en cambio, revela una postura perceptiva, de concreciones futuras que facilitan la demostración casi matemática de su discurso distópico en un mundo en el que el poder político es la principal amenaza.

    En 1958, Aldous Huxley en su obra De vuelta a Un mundo feliz, título de ensayos sociopolíticos, humanistas y económicos en el que el propio autor, desde la perspectiva del contexto histórico y político de finales de los cincuenta, en pleno telón de acero, revisa los temores y profecías de su Un mundo feliz y también resume muy bien algunas de las diferencias fundamentales entre la sociedad retratada en su novela y en la de Orwell:

La sociedad descrita en la fábula de Orwell es una sociedad permanentemente en guerra, y el objetivo de sus gobernantes es, sobre todo, el ejercicio del poder por el placer de ejercerlo y, en segundo lugar mantener a sus subordinados en ese estado de tensión permanente que un estado de guerra constante exige a quienes la liberan (…) La sociedad descrita en Un mundo feliz es la de un Estado Mundial en el que la guerra ha sido eliminada y en el que el primer objetivo de los gobernantes es evitar, a cualquier precio, que sus subordinados creen conflictos.

    Desde nuestro punto de vista, una de las diferencias esenciales entre los dos títulos estriba en el hecho de que la novela de Huxley involucra actos y valores políticos al mismo tiempo que diversas fuerzas, motivos y razones económicas; asuntos, estos últimos, menos desarrollados en la obra de Orwell. Aldous Huxley nos presente la civilización de un Estado Mundial que controla en silencio, con eslóganes, hipnopedia y drogas, a la población, mientras que George Orwell, en cambio, refleja un todopoderoso y omnipresente Gran Hermano que ejerce una opresión sádica sobre la población; de ahí que Huxley llegue a considerarla una fiel estampa de la "revolución total".

    En la sociedad retratada en Un mundo feliz se ha erradicado el amor, la belleza, la poesía y el arte; en la de 1984, el placer, el sexo y el erotismo. En este sentido, Huxley parece anticiparse mejor a los posibles males del futuro que Orwell, a quien parecen importarle más las conclusiones directas, extraídas de su experiencia personal sobre el nazismo y el estalinismo, como principales amenazas de los poderes totalitarios que se ciernen sobre occidente. De este modo, el mundo rígido y dictatorial de Orwell es un fiel exponente tanto de la política dictatorial y restrictiva soviética como de la falsa capa de libertad de la dictadura capitalista de occidente tras la IIGM. George Orwell se imagina, con magistral fabulación, las consecuencias finales de los poderes fácticos y de los totalitarismos que él ya ha presenciado y padecido durante las décadas de los años 30-40. El mundo que Huxley presenta es, en cambio, puramente profético, tan visionario como su autor, que concibe una sociedad que ya ha superado la violencia, las guerras, las revoluciones y, lo que es peor, las ganas de rebelarse; pero que, en contrapartida, tiene que pagar el elevado precio de la esclavitud y servidumbre de un sistema que vende paz y bienestar a cambio del silencio y la parálisis del pueblo. En síntesis, mientras el Gran Hermano recurre a la fuerza y mata, cuando hace falta, para callar a los rebeldes y los disidentes, el Estado Mundial de Huxley reparte cinturones maltusianos y tabletas y vapores de soma para calmar a las masas. El sexo, que en la sociedad que Huxley expone es uno de los pilares y dogmas centrales, en 1984 es, en cambio, amplia y férreamente controlado y reprimido.

    Podemos afirmar que Huxley va mucho más lejos en su distopía que Orwell, en la medida en que le atribuye una mayor proyección en todos los campos y órdenes sociales: la psicología viene estructurada por la ingeniería emocional; la medicina ha erradicado el dolor y ha creado la droga perfecta (el soma) para mantener la felicidad intacta; la educación se basa en la eugenesia con herramientas poderosas como la hipnopedia; el inglés es la lengua mundial, porque se han eliminado los demás idiomas (salvo en la Reserva); las artes y la poesía han sido también erradicadas para evitar así que los ciudadanos tomen conciencia de su ser como individuos que pueden pensar por sí mismos, porque únicamente es el Estado Mundial el que puede pensar; y la historia no existe, para así implantar una sociedad permanentemente en calma e incapaz, por tanto, de poner en peligro la estabilidad del sistema.

    La novela de Huxley presenta unas estructuras sociales futuras en las que el ser humano, como ente ahistórico, se encuentra sistemáticamente desintegrado y deshumanizado por un proceso de evolución regresiva o de inversión de la naturaleza evolutiva. George Orwell, 17 años después, prefiere mantener, en su distopía, todavía intacta la naturaleza humana, porque es al Estado y no a la ciencia a quien le compete degradar la condición humana mediante la coerción, el castigo y la fuerza. Las 2 novelas concluyen con sendas rebeliones protagonizadas por los personajes que parecen destinados a redimir sus mundos: John, el salvaje, en Un mundo feliz; y, Winston Smith, en 1984. El resultado final de la rebelión, en ambas novelas, lleva a la destrucción del héroe: en el caso de John mediante el suicidio; en el de Winston Smith mediante el reconocimiento de su insignificancia, tras su fatalista toma de conciencia de la realidad. Las 2 novelas son una seria reflexión acerca del peligro de que las generaciones futuras se vean condicionadas, si no se actúa a tiempo, por ideologías y sistemas políticos dirigidos por gobiernos globales desprovistos de una verdadera autoridad moral y únicamente motivados por la insaciable sed de poder de sus gobernantes. Como obras que con gran realismo presentan una lectura profética del devenir de la humanidad, ambas se erigen, junto a Nosotros de Zamiátin y Fahrenheit 451 de Bradbury en obligados referentes literarios del género de novela de ciencia ficción distópica con los siguientes rasgos distintivos que resumimos seguidamente: Nosotros es una distopía del individuo; Un mundo feliz una distopía filosófica; 1984 una distopía política; y Fahrenheit 451 una distopia social.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

De Nosotros a Un mundo feliz

     Un estudio comparado de la novela de Zamiátin con la de Huxley nos muestra dos sociedades futuras opresivas y dos modelos de ciudadanos controlados por las mismas, pero desde dos perspectivas políticas claramente diferenciadas y, sobre todo, con variantes temáticas y estructurales muy notables. Esto nos hace pensar que Zamiátin se anticipa a una terrorífica y visionaria concepción del mundo que Huxley también abordará 7 años después.

    La primera escena de la novela de Zamiátin nos presenta un Londres matemáticamente racional y cartesianamente moderno, en definitiva, tan controlado por el sistema como el mundo feliz de Huxley. Ambas novelas incluyen dos dictadores: el dictador de Zamiántin y el controlador de Huxley. LAs dos novelas se centran en modelos de gobierno totalitarios que hacen de la ciencia y los avances tecnológicos su principal consigna política y credo social, si bien la forma de ejercer el control de la población es notablemente diferente en la obra de Huxley. Mientras Nosotros presenta una sociedad oprimida por la fuerte represión política de sus gobernantes, Un mundo feliz se decanta totalmente por la sátira, y opta por un planteamiento de sutil y efectivo encantamiento psicológico guiado por el Estado Mundial. Sin embargo, las dos distopías coinciden ampliamente en la posibilidad de un futuro en el que las técnicas de sugestión psicológica puedan convertirse en verdaderas armas de control en manos de poderes absolutos y globales. El tipo de posibles rebeliones, por tanto, que surgen en ambos escenarios es bastante parecido. Si bien Nosotros sí presenta claramente un héroe, D-503, en tanto Un mundo feliz solo muestra simples aspirantes a héroes, en una y otra novela los personajes centrales cuestionan el sistema y el orden establecidos, y todos ellos tienen contacto directo con el mundo rebelde que puede hacer peligrar sus perfectas sociedad: por un lado, el muro verde de la ciudad utópica de Nosotros y la trasparencia de la ciudad de cristal que la separa del mundo salvaje; por otro, la reserva de Un mundo feliz, perfectamente delimitada por una enorme valla eléctrica que la separa de la civilización. En ambas sociedades existen rebeliones en ciernes, que fracasan al final, sin ofrecer atisbo alguno de esperanza, al verse estranguladas por la parsimoniosa marcha de un tiempo que parece congelado y condenado a la inmutabilidad. En las sociedades que presentan ambas novelas existe una última e idéntica condena: la ausencia de cambio y, por tanto, de un verdadero progreso de la humanidad. Ambos mundos padecen una parálisis social y humana que acaba deshumanizando a sus habitantes, que quedan convertidos en verdaderos maniquíes o marionetas guiados por la rígida y gris urdimbre de sus todopoderosos sistemas políticos. Como afirma el estudioso de este género narrativo, Robert Baker, cada uno de estos títulos mencionados tiene un marcado y diferenciado objetivo, en función del interés de su autor: "Wells definió la oposición de categorías de la narrativa utópica. Zamiátin las revisó. Huxley las trascendió".


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

De la utopía a la distopía: la ciencia ficción distópica

    En 1516 aparece por primera vez la palabra "utopía", tras la publicación de la obra del mismo título de Tomás Moro (1478-1535). El término, de raíces griegas, se puede traducir como "ningún lugar", en la medida en que señala un escenario o mundo tan ideal y perfecto como improbable de encontrar en la realidad. Como ideal renacentista, el peso de la utopía cae en un Estado perfecto en el que ha de reinar, permanentemente y sin condiciones, la paz, la armonía y la justicia. Esta es la intención del teólogo y humanista Tomás Moro al plasmar en su Utopía un modelo de sociedad ideal en una desconocida y alejada isla, apartada, por tanto, de la contaminación de las miserias del mundo. La obra de Moro tiene reminiscencias de otras obras que persiguen esa misma búsqueda de un mundo ideal, como La República de Platón o La ciudad de Dios de San Agustín.

    Un siglo después de la publicación de Utopía, la obra se convierte en la fuente de inspiración y de referencia de este nuevo género utópico renacentista con la aparición de importantes títulos como La ciudad del sol (1623) del religioso dominico italiano, filósofo y poeta Tomas Campanella (1568-1639) y La nueva Atlantis (1627) del filósofo y escritor inglés Sir Francis Bacon (1561-1626). El rasgo común de todas estas obras denominadas utópicas es, haciendo honor a la etimología del término que las define, que todas ellas son buenas utopías. Es evidente que las sociedades y escenarios que transitan por estas obras han de ser buenos e ideales como cualidad principal del género utópico, por lo que podríamos pensar que el adjetivo "bueno/a" está de más; pero una vez llegados a este punto hemos de advertir que, desde la aparición de la obra de Tomás Moro hasta nuestros días, la palabra "utopía" ha venido usándose indiscriminadamente tanto para referirse a buenas utopías como a malas utopías o antiutopías que empiezan a aparecer, como ácidas sátiras sociales, especialmente en la novela inglesa del S.XVIII. Teniendo en cuenta esta distinción, el empleo del término "utopía" o "utópico" no ha de reflejar duda o ambigüedad alguna. La obra utópica retrata un modelo de sociedad y Estado ideal en su afán por proyectar una doctrina desde la perspectiva moralista, religiosa o política de su autor. En este sentido, las originales obras utópicas antes mencionadas no son novelas, sino ensayos o incluso novedosas construcciones narrativas como el caso de Utopía de Tomás Moro, que desarrolla un nuevo patrón narrativo para la época, llamado travelog, acrónimo de travel (viajar) y dialogue (diálogo), que podemos traducir como "diálogo de viajes".

    Ya en el S.XIX y durante todo el S.XX, el término "utopía" o "utópico" se convierte en una invariable constante de importantes movimientos políticos de reforma social, así como en un interminable catálogo de propuestas sociales de corte humanista. Pero, como iremos advirtiendo a lo largo del presente apartado, tampoco faltarán interesantes propuestas literarias utópicas en la actualidad.

    Ahora damos paso, por tanto, a la evolución o, si se prefiere, involución del género utópico en distopía. La mayoría de diccionarios de la lengua inglesa, basándose en las raíces griegas del término, coinciden en definir dystopia como un "lugar imaginario malo". Que el término "distopia" no haya sido aún recogido por el DRAE no nos debe extrañar si se tiene en cuenta que la mayoría de estudios críticos en nuestra lengua sobre este género siguen empleando el término "utopía" para referirse también a la "distopía". Está claro que en español aún existe una clara ambigüedad entre ambos términos, que favorece finalmente el abuso de la palabra "utopía". Consideramos, por tanto, que es hora ya de marcar y definir bien la frontera entre ambos términos, ya que, a su vez, dan lugar a dos géneros que, si bien parten de un postulado común, manejan estilos literarios bien diferenciados y presentan resultados y mundos radicalmente opuestos.

    El estudio y la visión de la distopía en la crítica literaria en lengua inglesa no ofrece actualmente esta ambigüedad terminológica. El origen del concepto distópico, como género literario bien diferenciado, se remonta a la década de los 60 en EEUU, donde encontramos las voces de estudiosos como Mark Hillegas, que inicialmente comienza a utilizar la palabra anti-utopian (antiutópico) para referirse a autores como Evgueni Zamiátin, Aldous Huxley o George Orwell, entre otros del género. Casi al mismo tiempo, estos estudiosos del género acaban acuñando el termino dystopia. No debemos olvidar tampoco el valioso ensayo "Utopias and Dystopias" de Anthony Burgess, que expone con un lenguaje sencillo y con brillantes ejemplos los fundamentos y las bases de ambas posturas literarias. No obstante, otros estudiosos, como Alexandra Aldridge, en su deseo por profundizar en la hermenéutica de los textos objeto de su interés, van mucho más lejos y llegan incluso a distinguir entre utopía, sátira utópica y distopía. La mencionada profesora norteamericana incorpora muy acertadamente este segundo género literario, toda vez que establece una lógica y necesaria distinción entre utopía y pensamiento utópico que otros estudiosos obvian y enmarcan dentro de la distopía. Para Aldridge la utopía se basa en el modelo de Tomás Moro en tanto que ofrece un retrato descriptivo y una narrativa muy dramática, mientras que el pensamiento utópico se basa en el planteamiento platónico, al ser más racional y argumentativo. Por consiguiente, según Aldridge, la sátira utópica que la diferencia de la utopía y la sigue alejando de la distopía:

La sátira utópica siempre dirige la atención hacia su momento histórico, hacia su presente mediante la creación de una estructura social alternativa, mientras que la distopía únicamente se concentra en la estructura alternativa. La distopía, además, arremete contra una concepción futurista y generalizada de una sociedad colectivista y altamente tecnológica.

    Hechas estas distinciones, parece razonable y ciertamente oportuna la propuesta de Aldridge de diferenciar entre los 3 supuestos, planteamiento que en adelante seguiremos. Partiendo de estos principios resulta bastante sencillo citar algunos de los títulos que mejor encajan en la tradición de sátira utópica. El primero y probablemente uno de los más conocidos es Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift (1667-1735), otra novela que merece la pena ser destacada y que aparece un siglo después, es Erewhon, de Samuel Butler (1835-1902), título que, como puede advertirse, es un anagrama del término inglés nowhere (ningún sitio). Estas dos novelas son dos claros exponentes de profundas sátiras utópicas.

    En 1931, apenas concluida su primera gran distopía, Aldous Huxley escribe una carta a su amigo el crítico literario y académico George R. Wilson Knight, en la que califica Un mundo feliz de novela swiftiana:

Últimamente he estado muy preocupado por una obra difícil -una novela swiftiana sobre el futuro, que expone los horrores de la utopía y los extraños y sobrecogedores resultados sobre el sentimiento, el "instinto" tras la aplicación del conocimiento psicológico, fisiológico y mecánico a la sustancia de la vida humana.

     Huxley parece encontrar ciertas similitudes entre el mensaje de su novela y el del cuarto libro de la mencionada obra de Swift: los houyhnhnms y los yahoos. El protagonista de la novela de Swift, Gulliver, se encuentra en un mundo perfecto en el que viven dos tipos opuestos de criaturas: los inteligentes, civilizados y pacíficos houyhnhnms, de bella apariencia equina, y los salvajes y grotescos yahoo, de horrible aspecto simiesco. El propio Aldous Huxley, en su ensayo "Swift" de 1929, realiza un extraordinario estudio sobre Los viajes de Gulliver, en el que analiza la apocalíptica utopía que representa la novela: "Para Swift, el encanto del país de los houyhnhnms no consistía en la belleza y la virtud de los caballos, sino en la inmundicia del hombre degenerado". Jonathan Swift retrata el mundo perfecto de los houyhnhnms como un escenario en el que no existe la pasión ni la historia ni la poesía, disciplinas que también estarán ausentes en la sociedad feliz que Aldous Huxley presentará en esta su primera distopía dos siglos más tarde. En este sentido, no es disparatado considerar a Jonathan Swift, como constructor de esta sátira social, un claro precursor del género distópico. Para evitar posibles confusiones acerca de la aplicación del término, conviene señalar la aclaración que Aldridge ofrece al respecto: "la distopía no es simplemente una utopía al revés, como a menudo se ha dicho, sino una categoría genérica singular que mana de un cambio de actitud hacia la utopía, típico del S.XX".

    Pero el padre, por así decirlo, del género distópico, e el célebre inglés H.G. Wells (1866-1946), que, además de ser, junto a Julio Verne, uno de los precursores del género de ciencia ficción, es quien sienta las bases de la narrativa distópica del S.XX con dos de sus novelas Cuando el durmiente despierta de 1899 y Hombres como dioses de 1923. Estas dos terroríficas distopías de Wells, de gran calado social y literario, son criticadas por muchos de los escritores de la época, como el propio Aldous Huxley, por plantear un modelo de sociedad futura aterrador bajo una visión positiva por parte de su autor. En definitiva, Huxley nunca discute ni cuestiona las buenas intenciones de los mundos futuros que Wells presenta, sino las pésimas y nefastas conclusiones que en ellos plantea. Nos quedamos con la impresión de que para Aldous Huxley, Wells sigue siendo un magnífico autor de ciencia ficción, pero un fantasioso autor distópico. No olvidemos que el motivo que impulsa a Huxley a ponerse manos a la obra con Un mundo feliz, su primera distopía, no es otro que el de parodiar una de estas dos novelas de Wells, Hombres como dioses: "Estoy escribiendo una novela sobre el futuro, acerca del horror de la utopía de Wells, una especie de rebelión contra ella". Pero, finalmente, la novela de Huxley nada tendrá que ver con la intención primigenia de su autor, sino, sobre todo, con su intento por presentar una utopía negativa o antiutopía, en definitiva, una distopía.

    Aunque Un mundo feliz figura, sin duda, entre los principales títulos del género de literatura distópica, la novela que según la mayoría de estudiosos del género inaugura esta corriente literaria es Nosotros del escritor e ingeniero ruso Evgueni Ivánovich Zamiántin (1884-1937), por cierto, uno de los primeros disidentes de la era soviética. El escritor e ingeniero ruso toma como mentor de su obra al novelista inglés H.G. Wells (1866-1946). Entre 1919 y 1924, Zamiátin se convierte en el editor y traductor al ruso de la obra de Wells. Ya en 1922, Zamiátin publica un monográfico titulado Herbert Wells, para homenajear al que considera el creador de un nuevo género, que denomina sociofantasía, como sustituto de ciencia ficción. Como también le ocurriera a Huxley, Zamiátin admira el genio literario y la capacidad fabuladora y narrativa de Wells, pero discrepa acerca del modelo científico que presenta en sus obras, modelo que Zamiátin considera desviado como consecuencia del periodo histórico en el que Wells había vivido, sin llegar a conocer los profundos cambios sociales y económicos que empezaban a desencadenarse en occidente tras su muerte. En este sentido, Zamiátin escribe Nosotros con la idea de desarrollar es legado sobre el futuro de la ciencia, aunque desde un prisma orientado hacia la realidad económica y política del S.XX, desprovisto, por tanto, de la visión romántica e idealista típica de finales del S.XIX y característica de su principal mentor, Wells. Zamiátin termina Nosotros en 1921. En Rusia se prohíbe la publicación de la obra y esta, una vez traducida al inglés, se publica en EEUU en 1924. Como advierte Fernando Ángel Moreno, el tema central de la novela es la "teleología del ser humano", doctrina y legado que será también el denominador común de sus más dignas sucesoras: Un mundo feliz de Huxley; 1984 de Orwell; y Fahrenheit 451 de Bradbury. Estas tres novelas comparten un importante rasgo con Nosotros: todas ellas atacan los gobiernos y los modelos sociales de civilizaciones futuras herederas de un presente incierto y desesperanzador. En este sentido, como obras que retratan, con el realismo de bien argumentadas sátiras utópicas, distintos modelos de aterradoras sociedades futuras, podemos afirmar encontrarnos ante el nacimiento de un nuevo género: la novela de ciencia ficción distópica. Nosotros es la primera novela de este nuevo género en la que su autor construye una estructura sociopolítica alternativa y opresiva que somete sus bases y fundamentos a la tiranía de la ciencia y la tecnología. Esta y sus herederas conciben una estructura económica colectivista dirigida y controlada por un reducido y exclusivo grupo de líderes políticos que constituyen una clara y poderosa estructura o casta jerárquica. Todas ellas se valen de la idea de la felicidad como sentido final de la utopía que plantean cuando, en verdad, de lo que se trata es de una felicidad sin libertad. Al igual que en la novela de Zamiátin, en las mencionadas de Huxley, Orwell y Bradbury hay que pagar el precio de la libertad para alcanzar ese mundo supuestamente feliz, estable y carente de guerras y enfermedades. Vemos, por consiguiente cómo Un mundo feliz, 1984  Fahrenheit 451 siguen, con mayor o menor exactitud, la estela de asuntos e imágenes ya planteados en Nosotros, y cómo esta obra, a su vez, se inspira en buena medida en las primeras distopías de la literatura inglesa y posiblemente universal: Cuando el durmiente despierta y Hombres como dioses de Wells.


Gómez López, J.I. (2014) Introducción de Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

lunes, 18 de julio de 2022

Prólogo de Un mundo de feliz por Aldous Huxley 1946

    El remordimiento endémico, en el que coinciden todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si te has portado mal, arrepiéntete, repara el mal causado en lo posible y ocúpate de comportarte mejor la próxima vez. Bajo ningún concepto debes darle demasiadas vueltas a tus fechorías. Revolcarse en el lodo no es la mejor manera de limpiarse.

    El arte también tiene su moral, y muchas de las reglas de esta moral son las mismas, o al menos análogas, que las de la ética corriente. El remordimiento, por ejemplo, es tan indispensable en relación cono nuestra pobre creación artística como en relación con nuestra mala conducta. En el futuro, la maldad debería se cazada, reconocida y, en lo posible, rechazada. Ensimismarnos en los errores literarios de hace veinte años, tratar de arreglar una obra defectuosa con la perfección que le faltó en su primera ejecución, perder los años de la madurez con la idea de corregir los pecados artísticos cometidos y heredados por aquella persona ajena que fuera uno mismo en la juventud, todo esto es, sin duda, vano e inútil. De ahí que este nuevo Un mundo feliz sea idéntico al viejo. Sus defectos como obra de arte son considerables; aunque para corregirlos debería haber vuelto a escribir el libro, y durante ese proceso, ya como otra persona, mucho mayor, probablemente me habría librado no solo de algunos de los fallos de la narración, sino también de algunos de los méritos que originalmente poseyera. Y así, resistiendo la tentación de revolcarme en el remordimiento artístico, prefiero dejar lo que está bien y lo que está mal en su sitio y pensar en otras cosas.

    Sin embargo, por lo pronto, parece que, al menos, merece la pena mencionar el más grave defecto narrativo: al Salvaje se le ofrecen solo dos alternativas: una vida alienada en Utopía o la de un primitivo en un poblado indio, una vida más humana en algunos aspectos, aunque en otros levemente menos desquiciada y aberrante. En la época en que se escribió la obra, esta idea de que al ser humano se le ofrece el libre albedrío para elegir entre la insania de una parte y la locura de la otra era tal que me parecía divertida y la tomé como posiblemente cierta. No obstante, para preservar la esencia dramática, con frecuencia se le permite al Salvaje hablar más juiciosamente de lo que su educación entre los miembros practicantes de una religión, mezcla del culto a la fertilidad y de la ferocidad de los Penitentes, le hubiese permito hacerlo en realidad. Ni siquiera su conocimiento de Shakespeare sería, en realidad, suficiente para justificar tales expresiones. Y al final, ciertamente, se le hace renunciar a la cordura. Su Penitentismo nativo reafirma su autoridad y él se abandona a la obsesiva autotortura y al irremediable suicidio. "Y así, para siempre, murieron miserablemente", para gran consuelo del divertido y pirrónico esteta que fuera el autor de esta fábula.

    Hoy día siento deseos de demostrar que la cordura es imposible. Todo lo contrario, aunque continúo no menos tristemente seguro de que en el pasado la cordura fue un fenómeno bastante raro, estoy convencido de que se puede alcanzar y me gustaría verla actuar en más ocasiones. Por haber dicho esto en varios de mis libros mas recientes y, sobre todo, por haber compilado una antología de lo que los cuerdos han contado sobre la cordura y sobre los medios por los cuales se puede conseguir, me ha dicho un eminente crítico académico que yo soy un síntoma del fracaso de una clase intelectual en tiempos de crisis. Ante esta deducción, supongo que el profesor y sus colegas representan alegres síntomas de éxito. Los benefactores de la humanidad se merecen el debido honor y conmemoración. Construyamos un Panteón para catedráticos. Deberíamos enclavarlo entre las ruinas de una de las ciudades destruidas de Europa o Japón, y sobre la entrada del osario yo grabaría, en letras de unos dos metros de altura, estas simples palabras: "CONSGRADO A LA MEMORIA DE LOS EDUCADORES DEL MUNDO. SI MONUMENTUM REQUIRIS CIRCUMSPICE". (Lector, si buscas un momento, mira a tu alrededor).

    Pero de vuelta al futuro... si ahora tuviera que volver a escribir el libro, le ofrecería al Salvaje una tercer alternativa. Entre los cuernos utópicos y primitivo de su dilema se encontraría la posibilidad de la cordura, una posibilidad ya llevada a la práctica, hasta cierto punto, en una comunidad de exiliados y refugiados del mundo feliz, que vive en el territorio de la Reserva. En esta comunidad, la economía sería descentralista y Henry-georgiana (se refiere al filósofo y economista político americano Henry George que, en su ora principal "Progreso y pobreza", sentó las bases de todo un tratado de filosofía económica, según la cual la tierra no debe ser nunca objeto de propiedad privada, sino que debe pertenecer por igual a toda la humanidad), y la política kroptkiniana (en alusión al filósofo y teórico del anarquismo ruso Piotr Kropotkin, que luchó por la igualdad entre seres humanos y la supresión de la propiedad privada. Su obra principal, "La conquista del pan" expone los principales puntos de inflexión de la moral anarquista) y cooperativista. La ciencia y la tecnología se utilizarían como si, al igual que el Sabbath, hubiera sido creadas para el hombre y, no como ocurre en la actualidad y aún más en el mundo feliz como si el hombre tuviera que adaptarse y esclavizarse a ellas. La religión sería la persecución consciente e inteligente del Fin Último del hombre: el conocimiento unitivo del Tao o Logos inmanente, la trascendente Divinidad o Brahman. Y la imperante filosofía de la vida sería una especie de elevado utilitarismo, en el cual el principio de la Felicidad Suprema estaría subordinado al principio del Fin Último hasta el punto de que la primera cuestión que plantear y que resolver en toda contingencia de la vida sería "¿En qué medida esta reflexión o acción contribuirá o entorpecerá el logro, por mi parte y la del mayor número posible de otros individuos, del Fin Último del hombre?".

    Educado entre los primitivos, el Salvaje no sería transportado a Utopía antes de haber tenido la oportunidad de adquirir algún conocimiento de primera mano sobre la naturaleza de una sociedad formada por individuos que cooperan libremente entregados a la búsqueda de la cordura. Con estas modificaciones, Un mundo feliz poseería una excelencia artística y filosófica que en su formato actual echa en falta.

    Pero Un mundo feliz es una obra literaria sobre el futuro y, aparte de sus cualidades artísticas o filosóficas, una obra acerca del futuro puede solamente interesarnos si sus profecías tienen visos de hacerse realidad. Desde nuestra atalaya actual, 15 años más abajo en el plano inclinado de la historia moderna, ¿Cuán verosímiles parecen sus presagios? ¿Qué ha ocurrido en este doloroso intervalo que confirme o invalide los augurios de 1931?

    Inmediatamente se manifiesta un flagrante error de previsión. Un mundo feliz no contiene referencia alguna a la fisión nuclear. Y, que no la tenga, es realmente extraño, pues las posibilidades de la energía atómica habían sido un tema habitual de conversación antes de que la obra apareciera. Mi viejo amigo Robert Nichols incluso había escrito una exitosa comedia sobre este tema, y, ¡a propósito!, recuerdo que yo mismo también lo había mencionado en una novela publicada a finales de los años 20. Y, como ya he dicho, parece muy extraño que los cohetes y helicópteros del S.VII de nuestro Ford (el fabricante de automóviles americano Henry Ford se convierte en el nuevo Jesús y profeta de esta futura civilización. Ahora yo me pregunto: extrapolando esto a nuestra época, ¿no podría pasará esto con los grandes dirigentes de la tecnología actual?) no hayan sido propulsados por desintegración nuclear. No hay excusa para este despiste; pero, al menos, tiene una fácil explicación: la temática de Un mundo feliz no es el avance científico como tal, es el avance de la ciencia en cuanto afecta a los seres humanos. Las conquistas de la física, la química y la mecánica se dan tácitamente por sentadas. Los únicos avances científicos que se describen específicamente son aquellos que conllevan la aplicación en los seres humanos de los resultados de la investigación futura en biología (fecundación artificial), psicología (condicionamiento, control y dominio mental) y fisiología. Solo cuando estemos en posesión de la ciencia de la vida, la calidad de vida podrá ser radicalmente cambiada. Las ciencias de la materia se pueden aplicar como para destruir la vida o hacer el paso por ella imposible; pero, a menos que sean empleadas como instrumentos por los biólogos y psicólogos, no podrán hacer nada para modificar las formas y manifestaciones naturales de la vida misma. La liberación de la energía atómica marca una gran revolución en la historia de la humanidad; pero no (a menos que nos volemos a nosotros mismos en pedazos poniendo así fin a la historia) la revolución final y la más inquisitiva.

     Esta revolución realmente revolucionaria debe lograrse no en el mundo externo, sino en el alma y la carne del ser humano. Viviendo como vivió en un período revolucionario, el Marqués de Sade, de manera muy natural, aprovechó esta teoría de las revoluciones a fin de racionalizar su peculiar tipo de locura. Robespierre había conseguido la forma más superficial de revolución: la económica. Profundizando un poco más, Babeuf (teórico y revolucionario francés que defendió la abolición de la propiedad privada) había intentado ya la revolución económica. Sade se tenía a sí mismo por el apóstol de la revolución de cada hombre, mujer y niño, cuyos cuerpos se esperaba que, en adelante, llegaran a ser propiedad sexual común de todos y cuyas mentes se esperaba que fueran lavadas de toda decencia natural, de todas las inhibiciones, laboriosamente adquiridas, de la civilización tradicional. Entre el Sadismo y la revolución realmente revolucionaria no hay, naturalmente, una necesaria o inevitable conexión. Sade era un lunático, y la meta, más o menos consciente, de su revolución eran el caos y la destrucción universales. Las personas que controlan el mundo feliz pueden no ser cuerdas; pero están locas, y su meta no es la anarquía, sino la estabilidad social. Y es en aras de lograr esta estabilidad por lo que llevan a cabo, por métodos científicos, la última revolución, personal, realmente revolucionaria.

    Pero, entretanto, nos hallamos en la primera fase lo que quizá sea la penúltima revolución. Su próxima fase puede ser la guerra atómica, en cuyo caso no tendremos que preocuparnos por las profecías sobre el futuro. Sin embargo, cabe concebir que tengamos el necesario discernimiento, si no para dejar de luchar entre nosotros, al menos para comportarnos tan racionalmente como lo hicieron nuestros ancestros del S. XVIII. Los inimaginables horrores de la Guerra de los 30 años dieron una auténtica lección a los hombres, y durante más de un siglo los políticos y generales de Europa resistieron conscientemente la tentación de utilizar sus recursos militares hasta los límites de la destrucción o para continuar luchando hasta que el enemigo fuese totalmente aniquilado. Hubo agresores, por supuesto, codiciosos de lucro y de gloria; pero también hubo conservadores decididos, a cualquier precio, a mantener intacto y en marcho su mundo. Durante los últimos 30 años no ha habido conservadores; solo ha habido nacionalistas radicales de la derecha y nacionalistas radicales de la izquierda. El último hombre de Estad conservador fue el quinto marqués de Lansdowne, y cuando él escribió una carta a The Times, sugiriendo que la IGM debía terminar con un compromiso, como había ocurrido en la mayoría de las guerras del S.XVIII, el editor de aquel en otros tiempos, conservador diario se negó a publicarla. Los radicales nacionalistas lograron su cometido, con las consecuencias que todos conocemos: bolchevismo, fascismo, inflación, depresión, Hitler, IIGM, la ruina de Europa y mucho más salvo el hambre universal.

    Admitiendo, pues, que seamos capaces de aprender tanto de Hiroshima como nuestros antepasados de Magdeburgo (masacre y destrucción durante la guerra de los 30 años), podríamos esperar un periodo, no de paz, seguramente, sino de guerra limitada y solo parcialmente ruinosa. Durante ese periodo se puede asumir que la energía nuclear será aprovechada para usos industriales. El resultado de esto, evidentemente, será una serie de cambios económicos y sociales sin precedentes en cuanto a su rapidez y exhaustividad. Todos los estándares de vida humana actuales serán desestabilizados y se hará necesario improvisar otros nuevos que se ajusten al factor no humano de la energía atómica. Como moderno Procusto (monstruo hijo del dios Poseidón), el científico nuclear preparará la cama en la que deberá yacer la humanidad; y si la humanidad no cabe bien en ella..., bueno, le irá demasiado mal a la humanidad. Serán necesarios unos tirones y alguna que otra amputación, el mismo tipo de tirones y de amputaciones que se vienen dando desde que la ciencia aplicada puso en marcha toda su maquinaria; solo que en esta ocasión serán mucho más drásticos que en el pasado. Estas operaciones, en modo alguno inofensivas, serán dirigidas por gobiernos totalitarios sumamente centralizados. Irremediablemente, porque el futuro inmediato es probable que se parezca al pasado inmediato, y en el pasado inmediato los rápidos cambios tecnológicos, al haberse dado en una economía de producción masiva y entre una población predominantemente no propietaria, han tendido siempre a producir una confusión social y económica. Para hacer frente a la confusión, el poder ha sido centralizado y ha aumentado el control del gobierno. Es probable que todos los gobiernos del mundo sean más o menos totalitarios incluso antes de la utilización de la energía atómica. El hecho de que serán totalitarios, durante y después de este proceso, parece casi seguro. Solo un movimiento popular de masas hacia la descentralización, y de ayuda mutua, puede detener la tendencia actual al estatismo. Hoy por hoy no hay indicios de que surja tal movimiento.

    Naturalmente, no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al viejo. El gobierno, a base de porras y pelotones de ejecución, de hambre creada artificialmente, de encarcelamientos y deportaciones en masa no es solo inhumano (hoy día, a nadie le importa demasiado esto); su ineficacia es irrefutable y, en una época de tecnología avanzada, la ineficacia es el pecado contra el Espíritu Santo. Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el que el todopoderoso ejecutivo de los jefes políticos y su ejército de dirigentes controlen una población de esclavos que no  ha de ser coaccionada, puesto que ama su servidumbre. Persuadir a estos esclavos a amarla es la tarea asignada, en los actuales estados totalitarios, a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. (...). Y el pedagogo moderno es probablemente menos eficiente en cuanto a condicionar los reflejos de sus alumnos de lo que eran los reverendos padres. Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado no por hacer algo, sino por impedir que ese algo se haga. Grande es la verdad, pero más grande aún, desde un punto de vista práctico, es el silencio sobre la verdad. Simplemente al no mencionar ciertos asuntos, al bajar lo que el señor Churchill llama un "telón de acero" entre las masas y tales hechos o argumentos que los jefes políticos consideran indeseables, los propagandistas totalitaristas han influido en la opinión de una manera mucho más eficaz de lo que lo podrían haber hecho mediante las más elocuentes denuncias y las más concluyentes refutaciones lógicas. Pero el silencio no basta. Si se pretende evitar la persecución, la liquidación y otros síntomas de fricción social, los aspectos positivos de la propaganda deben resultar tan eficaces como los negativos. Los más importantes Proyectos Manhattan (nombre enclave para el desarrollo de la bomba atómica) del futuro serán vastas encuestas patrocinadas por los gobiernos a las que los políticos y los científicos que participen en ellas llamarán el problema de la felicidad. En otras palabras, el problema de hacer que la gente ame su servidumbre. Sin seguridad económica, el amor a la servidumbre no puede, seguramente, llegar a existir. Para ser breve, admito que el todopoderoso poder ejecutivo y sus dirigentes resolverán exitosamente el problema de la seguridad permanente. Pero la seguridad tiende muy rápidamente a darse por sentada. Su logro es una revolución simplemente superficial, externa. El amor a la servidumbre no puede construirse más que como el resultado de una revolución profunda y personal en las mentes y los cuerpos humanos. Para provocar esta revolución precisamos, entre otras cosas, los siguientes descubrimientos e inventos: primeramente, una técnica de sugestión enormemente desarrollada, mediante el condicionamiento de los niños y, después, con la ayuda de drogas, como la escopalamina (en el ámbito de la medicina como uso terapéutico, se la conoce como hioscina); en segundo lugar, una ciencia totalmente desarrollada de las diferencias humanas, que permita a los dirigentes gubernamentales destinar a cada individuo a su adecuado lugar en la jerarquía social y económica (las clavijas redondas en agujeros cuadrados tienden a albergar pensamientos peligroso sobre el sistema social y a contagiar a los demás su descontento); en tercer lugar un sustitutivo para el alcohol y los demás narcóticos, algo que sea a la vez menos dañino y más placentero que la ginebra o la heroína; y cuarto (esto es un proyecto de largo plazo, que conlleva generaciones de control totalitario para alcanzar una conclusión positiva) un sistema de eugenesia (es una disciplina del estudio de la genética humana para mejorar y condicionar la raza humana y su desarrollo evolutivo) a prueba de tontos, diseñado para estandarizar el producto humano y así facilitarle a los dirigentes la tarea. En Un mundo feliz esta uniformización del producto humano ha sido llevada a un extremo alucinante, aunque tal vez no imposible. Desde un punto de vista técnico e ideológico, todavía estamos muy lejos de bebés prefabricados y de los grupos de Bokanovsky medio retrasados. Pero hacia el año 600 de la era fordiana, ¿Quién sabe lo que podría o no ocurrir? Mientras tanto, los demás rasgos característicos de ese mundo más feliz y más estable (los estupefacientes, el condicionamiento y el sistema científico de castas), probablemente no se hallan a más de tres o cuatro generaciones de distancia. Tampoco la promiscuidad sexual de Un mundo feliz parece distar mucho de nuestro tiempo. (...). Conforme la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación a aumentar. Y el dictador (salvo que necesite carne de cañón y familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en promover esa libertad. Junto con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre, que es su destino.

    A la vista de todo ello, parece como si la Utopía se hallara mucho más cerca de nosotros de lo que nadie hubiese podido imaginar hace tan solo 15 años. Así pues, la planeé para dentro de 600 años en el futuro. A día de hoy parece muy posible que este monstruo se cierna sobre nosotros en apenas un siglo. Es decir, si evitamos hacernos pedazos durante este intervalo. Ciertamente, a no ser que optemos por descentralizar y emplear la ciencia aplicada, no como el fin para el cual los seres humanos hayan de ser tenidos en cuenta como medios, sino como el medio para producir una raza de individuos libres, solo tendremos para elegir dos alternativas: o una cifra de totalitarismos nacionales y militarizados, que tendrán como raíces el terror de la bomba atómica y como consecuencia de ello la destrucción de la civilización o, si la guerra es limitada, la perpetuación del militarismo; o bien un totalitarismo supranacional, puesto en marcha por el caos social resultante del rápido progreso tecnológico en general y por la revolución atómica en particular, que se desarrollaría ante la necesidad de eficiencia y estabilidad para desembocar en la próspera tiranía de la Utopía. Como usted paga con su dinero, usted elige.


Aldous Huxley, 1946


Huxley, A. (2014). Un mundo feliz. Ediciones Cátedra: Madrid.