martes, 30 de mayo de 2023

La movilidad de clase

    Las clases difieren, y mucho, en la manera en que se establece su pertenencia a ellas y en el ritmo al que esta cambia. Cuando la pertenencia a la clase se establece exclusivamente por adscripción hereditaria (mediante la herencia de un poder perdurable en forma de dinero, propiedad o cualquier otra forma de riqueza), necesariamente hay un ritmo bajo de movilidad hacia dentro y hacia fuera. Se dice que tal clase es "cerrada" (también a veces se la denomina casta). Los escalones más altos de las élites supermillonarias contemporáneas son un ejemplo de clases cerradas dominantes.
    Las clases cerradas suelen ser endógamas. Entre los grupos dominantes, la endogamia constituye un medio de impedir la dispersión de poder; las alianzas matrimoniales entre las familias dominantes consolidan y concentran las líneas de control sobre las fuentes naturales y culturales del poder. Para las clases subordinadas, la endogamia es casi siempre una condición impuesta que impide a los hombres y mujeres de cuna humilde cambiar su identidad de clase y compartir las prerrogativas de poder de los segmentos dominantes.
    ¿Será posible alguna vez producir una estructura de clases totalmente abierta? ¿Cuáles serían las características de este sistema? Si solo hubiera dos clases, se podría conseguir la movilidad total si cada persona empleara la mitad de su vida en el grupo superior y la otra mitad en el inferior. Aparte de la increíble confusión que esta transferencia de riqueza, poder y liderazgo crearía, hay otra razón intrínseca a la naturaleza de la estratificación en clases que hace improbable un sistema de clases totalmente abierto. Para que un sistema de clases sea totalmente abierto, los miembros de la clase dirigente deben renunciar voluntariamente a sus posiciones de poder. Pero en todo el curso evolutivo de las sociedades de nivel estatal no se conoce ninguna clase dirigente que haya renunciado voluntariamente a las ventajas de su poder de decisión simplemente por un sentido de compromiso con principios éticos o morales. Naturalmente, los individuos pueden actuar así, pero siempre habrá un residuo que utilizará su poder para permanecer en él. Una interpretación de los levantamientos periódicos en China, conocidos como "revoluciones culturales", es que se han planteado para impedir que los burócratas del gobierno muestren favoritismo hacia sus propios hijos en cuanto a las oportunidades educativas y exención de los batallones de trabajo. Sin embargo, es evidente que estas revoluciones no se han planteado para destruir el poder de los que controlan el inicio e interrupción de cada levantamiento sucesivo. Tal vez un sistema de clases totalmente abierto sea una contradicción en términos; lo más que se puede esperar son índices relativamente altos de movilidad.

Extraído de Harris, M (2021). Antropología cultural. Capítulo 11: Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias. Alianza editorial: Madrid.

jueves, 25 de mayo de 2023

La cultura de la pobreza

    Oscar Lewis descubrió indicios de un conjunto característico de valores y prácticas que llamó "cultura de la pobreza". Intenta explicar la perpetuación de la pobreza centrándose en las tradiciones y valores de los grupos indigentes. Lewis describe a los pobres como seres temerosos, recelosos y apáticos hacia las principales instituciones de la sociedad más extensa, como gentes que odian a la policía, desconfían del gobierno y tienden a ser cínicos frente a la Iglesia. También poseen una fuerte orientación hacia el presente con una disposición relativamente pequeña para diferir la gratificación y planear el futuro. Esto implica que la gente pobre está menos dispuesta a ahorrar dinero y más interesada en gastárselo en el momento. También implica que los pobres despilfarran sus ingresos emborrachándose o haciendo compras dilapidadoras. Lewis reconoce que, hasta cierto punto, la cultura de la pobreza constituye una respuesta racional a las condiciones objetivas de impotencia y pobreza: una adaptación y una reacción de los pobres ante su posición marginal en una sociedad estratificada en clases. Pero también afirma que, una vez que surge, la cultura de la pobreza tiende a perpetuarse:
Cuando los niños de los barrios bajos cumplen 6 o 7 años, normalmente ya han asimilado actitudes y valores básicos de su subcultura. A partir de este momento, ya no están preparados psicológicamente para sacar pleno provecho de los cambios en las condiciones o las oportunidades de progreso que puedan aparecer en el transcurso de su vida.

    Lewis propone que solo el 20% de los pobres urbanos tiene en realidad la cultura de la pobreza, lo que implica que el 80% restante pertenece a la categoría de aquellos cuya pobreza proviene más bien de condiciones infraestructurales y estructurales que de las tradiciones y valores de una cultura de la pobreza. El concepto de cultura de la pobreza ha sido criticado sobre la base de que los pobres tienen muchos otros valores que los subrayados en la cultura de la pobreza y que comparten en común con otras clases.

    Además, muchos de los valores que se dice son distintivos de los pobres urbanos los comparte también la clase media. Por ejemplo, desconfiar del gobierno, los políticos y la religión no es un rasgo exclusivo de la clase indigente, como tampoco lo es la tendencia a gastar por encima de los recursos propios. Lo único cierto es que cuando los pobres administran mal sus ingreso, las consecuencias son mucho más graves. Si el cabeza de una familia pobre cede a la tentación de comprar artículos no esenciales, sus hijos pueden pasar hambre. Pero estas consecuencias son el resultado de ser pobre, no de una diferencia demostrable en la capacidad de diferir la gratificación.

    El estereotipo del pobre imprevisor enmascara una creencia implícita de que los segmentos empobrecidos de la sociedad deben ser más ahorradores y pacientes que los miembros de la clase media. Atribuir la pobreza a valores de los que cabe responsabilizar a los mismo pobres es una manera de tranquilizar la conciencia.

Entonces, ¿Quién tiene la culpa?

    La tendencia a culpar a los pobres de su situación no es privativa de los miembros relativamente opulentos de la clase media. Los mismos pobres o casi pobres son a menudo los partidarios más acérrimos del punto de vista de que la persona que realmente desee trabajar siempre encontrará empleo. Esta actitud forma parte de una visión del mundo más amplia que demuestra escasa comprensión de las condiciones político-económicas que hacen de la pobreza inevitable para algunos. Lo que hay que ver como un sistema, se ve puramente en términos de fallos, motivos y opciones individuales. De ahí que los pobres se vuelvan unos contra otros y se culpen mutuamente de su difícil situación.

    El subsidio de desempleo se concibe más o menos como algo que los contribuyentes les dan a los parados. No hay ningún sentimiento generalmente aceptado de que el gobierno o la sociedad tengan la responsabilidad de asegurar un empleo apropiado; la responsabilidad de encontrarlo recae sobre el individuo y nadie más.

No se aprueba que la persona acogida al desempleo afirme rotundamente que, si no hay trabajo, incumbe al gobierno prestar la asistencia adecuada. Los parados deben cuidar, pues, de no hablar de sus derechos... Por otra parte, si un parado no se queja, esto podía tomarse como señal de que está satisfecho con el subsidio de desempleo, que en realidad no está dispuesto a trabajar. Haga lo que haga el parado, se queje o no, lo más probable es que sea sancionado.

La culpa no la tiene el individuo en paro. Es el desempleo en sí el que provoca una conducta en el parado que hace que la gente culpe del desempleo al individuo, pero no a la inversa: que la causa del desempleo es una actitud especial o un defecto personal. 

Extraído de Harris,  M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 11: Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias. Alianza editorial: Madrid. 

Clase y estilo de vida

    Las clases difieren unas de otras no solo en el poder que detentan per cápita, sino también en amplias áreas de pensamiento y conducta pautados llamados estilos de vida. Los campesinos, los asalariados industriales urbanos, las gentes de clase media que viven en las afueras y los industriales de la clase alta tienen diferentes estilos de vida. Los contrastes culturales entre las especialidades en el estilo de vida ligadas a la clase son bastante grandes. Las clases tienen sus propias subculturas, integradas por pautas de trabajo, arquitectura, mobiliario, dieta, ropas, rutinas domiciliarias, relaciones sexuales, rituales mágico-religiosos, arte e ideología. En muchos casos, las clases hablan con acentos distintos, haciendo difícil la comunicación entre ellas. También, debido a la exposición a trabajos más manuales o forzosos, las personas de clase obrera tienden a tener aspectos muy diferentes de los de sus "superiores". Otras distinciones son resultado de especialidades dietéticas o estilísticas.
    En muchas partes del mundo, la identidad de clase continúa siendo marcada e inequívoca. En la mayoría de las naciones contemporáneas, las diferencias en los estilos de vida vinculados a clases muestran pocos visos de disminuir o desaparecer. En efecto, dado el incremento en los bienes y servicios de lujo asequibles a las élites contemporáneas, los contrastes en los estilos de vida entre oligarquías de base metropolitana y los habitantes de aldeas campesinas o de chabolas urbanas pueden alcanzar un nivel nunca visto. Durante épocas recientes de progreso industrial, las clases gobernantes en todo el mundo se aprovechan en la actualidad de la asistencia sanitaria en los mejores centros médicos. Un vasto número de personas menos afortunadas nunca será tratado con técnicas médicas modernas. Mientras que las élites gobernantes asisten a las mejores universidades, la mitad de la población mundial sigue siendo analfabeta.

Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 11: Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias. Alianza editorial: Madrid.
    

La explotación de la economía

     El control de grandes cantidades de poder por parte de una clase en su relación con otra permite a los miembros de la clase más poderosa explotar a los de la más débil. Cuando prevalece la reciprocidad equilibrada o cuando los redistribuidores se quedan con los "pasteles rancios y huesos", no existe explotación económica. En cambio, cuando los redistribuidores empiezan a quedarse con la "carnes y la manteca", esta puede estar a punto de desarrollarse.

    Según las teorías de Karl Marx, todos los trabajadores asalariados son explotados porque el valor de lo que producen es siempre mayor que el de su paga. Análogamente, algunos antropólogos adoptan el punto de vista de que la explotación comienza en el momento en que existe un permanente desequilibrio estructural en el flujo de bienes y servicios entre dos grupos. Frente a esta visión cabe aducir que las actividades de patronos y redistribuidores estratificados pueden producir una mejora en el bienestar de la clase subordinada y que sin el liderazgo de los empresarios o la clase dirigente, todos saldrían peor parados. Por tanto, no puede afirmarse que toda desigualdad en el poder y en el nivel de consumo implique, necesariamente, una situación de explotación. Si gracias a las recompensas que se otorgan a la clase dirigente o que esta se apropia, el bienestar económico de todas las clases mejora constantemente, no parece muy adecuado referirse a las personas responsables de esta mejora como explotadores.

    Existe explotación cuando se dan estas cuatro condiciones:

  1. La clase subordinada experimenta privaciones respecto a necesidades básicas tales como comida, agua, aire, luz, ocio, asistencia médica, alojamiento y transporte.
  2. La clase dirigente goza de una abundancia de lujos.
  3. Los lujos de que disfruta la clase dirigente dependen del trabajo de la clase subordinada.
  4. Las privaciones que experimenta la clase subordinada se deben a la negativa de la clase dirigente a aplicar su poder a la producción de artículos de primera necesidad, en vez de artículos de lujo, y a redistribuirlos entre la clase subordinada.
    Estas condiciones representan una definición conductual de la explotación.

Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 11: Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias. Alianza editorial: Madrid.

Conciencia de clase

    La clase es un aspecto de la cultura en el que se dan acusados contrastes. Muchos científicos sociales aceptan las distinciones de clase como algo real o importante solo cuando las gentes de que se trate las perciben y ponen en práctica conscientemente. Desde este punto de vista, para que un grupo sea considerado como una clases, sus miembros deben tener conciencia de su propia identidad, mostrar un sentido común de solidaridad y realizar intentos organizados para promover y proteger sus intereses colectivos. Para muchos científicos sociales, las clases solo existen cuando personas con formas y cantidades similares de poder social se organizan en asociaciones colectivas, como partidos políticos y sindicatos. Otros científicos sociales piensan que los rasgos más importantes de las jerarquías de clases son las concentraciones efectivas de poder en manos de ciertos grupos y la carencia de poder de otros, independientemente de que las gentes afectadas sean o no conscientes de estas diferencias y de que existan organizaciones colectivas.
    Desde un punto de vista conductual, una clase puede existir aun cuando sus miembros nieguen que constituyen una clase e incluso cuando, en vez de organizaciones colectivas, poseen organizaciones que compiten entre sí. La razón de esto consiste en que las clases subordinadas sin conciencia de clase no están, obviamente, exentas del dominio de las clases dirigentes. Análogamente, las clases dirigentes que contienen elementos antagónicos y competidores dominan, sin embargo, a los que carecen de poder social. Miembros de las clases dirigentes no necesitan formar organizaciones permanentes, hereditarias, monolíticas, conspiradoras para proteger y acrecentar sus propios intereses. La lucha por el poder en el seno de la clase dirigente no tiene por qué producir una alteración fundamental en la balanza de poder entre las clases. La lucha por el control de la corona inglesa, las dinastías chinas, el aparato del partido soviético y las modernas multinacionales atestigua el hecho de que los miembros de las clases dirigentes pueden compaginar las luchas internas con el dominio o explotación de sus subordinado.
    Por supuesto, nadie pone en duda la importancia de las creencias de un pueblo sobre la forma y origen de su sistema de estratificación. La conciencia de un destino común entre los miembros de una clase oprimida y explotada puede muy bien llevar al estallido de una guerra entre clases. La conciencia es, pues, un elemento en la lucha de clases, pero no la causa de las diferencias de clase.

Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 11: Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias. Alianza editorial: Madrid.

Clase y poder

     Todas las sociedades de nivel estatal están organizadas en una jerarquía de grupos llamados clases. Una clase es un grupo de personas que se relacionan de manera similar con el aparato de control de las sociedades estatales y que disponen de cotas de poder, o carencia de poder, similares con respecto a la distribución y los privilegios y al acceso a los recursos y la tecnología.
    Todas las sociedades estatales poseen forzosamente dos clases, como mínimo, organizadas jerárquicamente: gobernantes y gobernados. Ahora bien, cuando existen más de dos clases, no es necesario que su relación mutua sea jerárquica. Como por ejemplo pescadores y campesinos. Ninguno de los dos grupos posee una clara ventaja o desventaja de poder con respecto al otro.
    Debemos explicar lo más posible la naturaleza del poder que implican las jerarquías de clases. Como en la naturaleza, el poder en los asuntos humanos consiste en la capacidad de controlar la energía. El control de la energía está mediatizado por los útiles, máquinas y técnicas para aplicar esta energía a empresas individuales o colectivas. En este sentido, controlar la energía supone poseer los medios para trasladar, dar forma y destruir minerales, vegetales, animales y personas. El poder es el control sobre la gente y la naturaleza.
    El poder de seres humanos concretos no se puede medir simplemente sumando la cantidad de energía que regulan o canalizan. Si este fuera el caso, la clase más poderosa del mundo serían los técnicos que manejan los interruptores de las centrales nucleares o los jefes militares de las fuerzas armadas. La cuestión crucial en todos estos casos es ¿Quién controla a estos técnicos, funcionarios y generales? ¿Quién les dice cuándo, dónde y cómo? y un sin fin de preguntas similares.
    El hecho es que gran parte de la energía consumida por las masas subordinadas en las sociedades estratificadas se gasta bajo condiciones y para tareas que el grupo dominante estipula o constriñe. En otras palabras, la propia realización de estas tareas depende de que aumenten el poder y bienestar del grupo dominante. No significa esto que las masas subordinadas no obtengan beneficio alguno, sino sencillamente que no se llevarían a efecto si al grupo dominante no le reportara también algún tipo de beneficio.

Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 11: Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias. Alianza editorial: Madrid.

El estado y la coacción física

      La ley y el orden en las sociedades estratificadas dependen de una mezcla infinitamente variable de coacción física mediante la fuerza policial-militar y control del pensamiento basado en el dominio del la educación. En general, cuanto más acusadas son las desigualdades sociales y más intensa la explotación en el trabajo, mayor debe ser la contribución de ambas formas de control. Los regímenes que recurren más intensamente a dosis brutales de intervención policial-militar no son necesariamente los que muestran el mayor número de desigualdades sociales visibles. Más bien los sistemas más brutales de control policial y militar parecen estar asociados a periodos de importantes transformaciones culturales, durante los cuales las clases gobernantes están inseguras y son propensas a una reacción excesiva. Periodos de convulsión dinástica y de agitación pre y postrevolucionaria son especialmente propicios para la brutalidad.

    Los más duraderos de los despotismos del mundo mantienen sus poderes de coacción en estado de alerta. Los ejemplos más destacados son los emperadores chinos o la revolución rusa. Según Karl Marx el comunismo no solo es la antítesis del despotismo, sino de cualquier forma de estado. Marx estaba convencido de que el estado había nacido con el único fin de proteger los intereses económicos de la clase dirigente. Pensaba que si se podía restablecer la igualdad económica, el estado se "desvanecería". La misma noción de "estado comunista" es una contradicción en términos, desde el punto de vista de la teoría marxista. La existencia del estado comunista se atribuye oficialmente a la necesidad de proteger al pueblo que está construyendo un orden comunista de la agresión de los estados capitalistas o de la persistente amenaza de los ciudadanos procapitalistas.

    Aunque las clases dominantes de las democracias parlamentarias occidentales recurren más al control del pensamiento que a la coacción física para mantener la ley y el orden, en el último análisis también dependen de armas y cárceles para proteger sus privilegios. Huelgas de policías en ciudades como Montreal y apagones como el de Nueva York en 1977 dieron lugar a pillajes y desórdenes generalizados, demostrando que el control del pensamiento no es suficiente y que gran número de ciudadanos ordinarios no creen en el sistema y se los mantiene a raya solo con la amenaza del castigo físico.


Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 10: La economía política del estado. Alianza editorial: Madrid.

El estado y el control de pensamiento

    Las grandes poblaciones, el anonimato, el empleo de dinero y las vastas diferencias en riqueza hacen que el mantenimiento de la ley y el orden sea más difícil en las sociedades estatales que en las aldeas.

    Esto explica la gran complejidad tanto de las fuerzas policiales y paramilitares como de las demás instituciones y especialistas estatales que se ocupan del crimen y del castigo. Aunque, en última instancia, todo estado se halla preparado para aplastar a los criminales y subversivos políticos encarcelándolos, mutilándolos o ejecutándolos, el peso de la labor cotidiana de mantener la ley y el orden frente a individuos o grupos descontentos lo soportan, en su mayor parte, instituciones que tratan de confundir, distraer o desmoralizar a los alborotadores en potencia antes de que sea necesario someterlos por la fuerza. Por tanto, todo estado, antiguo o moderno, dispone de especialistas que realizan servicios ideológicos en apoyo del statu quo. A menudo, estos servicios se prestan de formas y en contextos que no parecen tener relación con los problemas económicos y políticos.

    El principal aparato de control del pensamiento de los sistemas estatales preindustriales consiste en instituciones mágico-religiosas. Las complejas religiones de los incas, aztecas, antiguos egipcios y otras civilizaciones preindustriales santificaban los privilegios y poderes de la élite dirigente. Defendían la doctrina de la filiación divina del inca y del faraón y enseñaban que el equilibrio y continuidad del universo exigían la subordinación de los plebeyos a personas de nacimiento noble y divino. En muchos estados, la religión ha sido utilizada para condicionar a grandes masas a aceptar la depauperación relativa como una necesidad, a esperar recompensas materiales en la otra vida en vez de en la presente y a mostrarse agradecidos por los pequeños favores recibidos de los superiores.

    Para transmitir mensajes de este tipo y demostrar las verdades en las que están basados, las sociedades estatales invierten una gran parte de la riqueza nacional en arquitectura monumental. Desde las pirámides de Egipto hasta las catedrales góticas de la Europa medieval, el monumentalismo de los edificios religiosos subvencionados por el estado hace que el individuo se sienta imponente e insignificante. Los grandes edificios públicos enseñan la inutilidad del descontento, la invencibilidad de los que gobiernan.


Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 10: La economía política del estado. Alianza editorial: Madrid.

viernes, 19 de mayo de 2023

Los orígenes de los estados

    Bajo ciertas circunstancias, las grandes jefaturas evolucionaron en estados. El estado es una forma de sociedad políticamente centralizada cuyas élites gobernantes tienen el poder de obligar a sus subordinados a pagar impuestos, prestar servicios y obedecer las leyes. Son tres las condiciones infraestructurales que conducen a la transformación de las jefaturas en estados:
  1. Incremento de población. Las aldeas crecieron hasta contener varios miles de personas y/o las densidades de población regional se elevaron.
  2. Agricultura intensiva. La producción se basó en cereales tales como el arroz, el trigo, la cebada o el maíz, que proporcionaron un excedente superior a las necesidades inmediatas y que podían ser conservados durante largos periodos a bajo costo.
  3. Circunscripción. Se bloqueó la emigración de facciones descontentas ya sea por la existencia de jefaturas de desarrollo similar en los territorios adyacentes o porque las características del medio requerían que los emigrantes adoptara un nuevo y menos eficiente modo de producción y tuvieran que sufrir así una recaída en su nivel de vida.
    La significación de la circunscripción está en que las facciones de miembros descontentos de una jefatura no pueden escaparse de sus señores sin sufrir una fuerte recaída en su nivel de vida. Dadas estas condiciones infraestructurales, ciertos cambios en la estructura política y económica de una jefatura se hacen más probables:
  1. Cuanto más grande y más densa sea la población y el excedente de producción mayor, mayor es también la capacidad de las élites para mantener especialistas de la coacción, guardias de palacio y un ejercito profesional permanente.
  2. Cuanto más poderosa sea la élite, mayor su capacidad para acometer guerras o comercio a larga distancia y para conquistar, incorporar y explotar nuevos territorios y nuevas poblaciones.
  3. Cuanto más poderosa es la élite, más estratificada es la redistribución de la riqueza generada por el comercio y el excedente de las cosechas.
  4. Cuanto más extenso sea el horizonte territorial de control político y mayor la inversión del modo de producción, menos oportunidades y menos ventaja se sacará de huidas o emigraciones. 
    En seguida, las contribuciones al almacén central dejan de ser voluntarias. Se convierten en impuestos. Se deja de tener derecho de acceso a las tierras cultivables y a los recursos naturales. Aparecen las licencias. Los productores de alimentos dejan de ser seguidores del jefe. Se convierten en campesinos. Los redistribuidores dejan de ser jefes. Se convierten en reyes. Y las jefaturas dejan de ser jefaturas. Se convierten en estados.
    Como las élites gobernantes obligan a sus subordinados a pagar impuestos y tributos, a prestar servicios en la milicia o en obras y a obedecer las leyes, el proceso completo de intensificación, expansión, conquista y estratificación y centralización del control se está continuamente incrementando o amplificando por medio de una forma de cambio llamada feedback positiva. Donde los modos feedback de producción pudieron mantener un número suficiente de campesinos y guerreros, este proceso de retroalimentación acabó recurrentemente en que los estados conquistaron otros estados y emergieron imperios preindustriales que dominaron vastos territorios habitados por millones de personas.
    Una vez que los primeros estados llegaron a constituirse, ellos mismos establecieron barreras contra la huida de gente que quiso preservar los sistemas igualitarios. Además, teniendo a otros estados por vecinos, los pueblos igualitarios se encontraron cada vez más involucrados en guerras y obligados a incrementar la producción y a dotar a sus redistribuidores y jefes de guerra de más y más poder con el fin de liberarse de las tendencias expansionistas de sus vecinos. Así se constituyeron muchos de los estados del mundo en una gran diversidad de condiciones históricas y ecológicas específicas. Pero una vez constituidos, tendieron a expandirse, a absorber y a disolver a pueblos sin Estado.

Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 10 La economía política del estado. Orígenes de los estados. Alianza editorial: Madrid.

jueves, 18 de mayo de 2023

El control del pensamiento a través de la educación

    Una manera importante de lograr el control del pensamiento consiste no en asustar o amenazar a las masas, sino en invitarlas a identificarse con la élite gobernarte y gozar indirectamente de la pompa de acontecimientos estatales. Espectáculos públicos como procesiones religiosas, coronaciones y desfiles de victoria operan en contra de los efectos alienantes de la pobreza y explotación. Durante la época romana, las masas eran sometidas a control permitiéndoles contemplar combates de gladiadores y otros espectáculos circenses. Los sistemas estatales modernos tienen en las películas, la televisión, la radio, los deportes organizados... técnicas infinitamente más poderosas para distraer y entretener a sus ciudadanos. A través de los modernos medios de comunicación, la conciencia de millones de oyentes, lectores y espectadores es a menudo manipulada según vías determinadas con precisión por especialistas a sueldo del gobierno. Pero tal vez la forma más efectiva de "circo romano" hasta ahora ideada sean los "entretenimientos" transmitidos directamente hasta la chabola o el apartamento. La televisión y la radio no solo reducen el descontento al divertir al espectador, sino que también mantienen a la gente fuera de las calles.

    Sin embargo, los medios modernos más poderosos de control del pensamiento puede que no estén en los narcóticos electrónicos de la industria de entretenimiento, sino en el aparato de educación obligatoria apoyado por el estado. Maestros y escuelas satisfacen evidentemente las necesidades instrumentales de las complejas civilizaciones industriales adiestrando a cada generación en los servicios técnicos y de organización necesarios para la supervivencia y el bienestar. Pero maestros y escuela también dedican mucho tiempo a una educación no instrumental: formación cívica, historia, educación política y estudios sociales. Estas materias están llenas de supuestos implícitos y explícitos sobre la cultura, el ser humano y la naturaleza que indican la superioridad del sistema político-económico en el que son enseñadas. En la Unión Soviética y otros países comunistas muy centralizados no se hace ningún intento para enmascarar el hecho de que una de las principales funciones de la educación obligatoria es el adoctrinamiento político. Las democracias capitalistas occidentales son, en general, menos propensas a reconocer que sus sistemas educativos son también instrumentos de control político. Muchos maestros y alumnos, al carecer de una perspectiva comparativa, no son conscientes del grado en que sus libros, planes de estudio y exposiciones en clase apoyan al statu quo. Sin embargo, en otras partes, consejos locales de educación, juntas de regentes y comités legislativos exigen abiertamente la conformidad con el statu quo.

    Los modernos sistemas de educación obligatoria, desde los jardines de infancia hasta las universidades, operan con un doble modelo políticamente útil. En la esfera de las matemáticas y de las ciencias biofísicas, se estimula a los estudiantes a que sean creativos, perseverantes, metódicos, lógicos e inquisitivos. Por otra parte, los cursos que tratan de los fenómenos culturales evitan sistemáticamente los "temas controvertidos". Por ejemplo, la concentración de riqueza, la propiedad de las multinacionales, la nacionalización de las compañías petrolíferas, la involucración de bancos e inmobiliarias en la especulación del suelo urbano, los puntos de vista de las minorías étnicas y raciales, el control de los medios de comunicación de masas, el presupuesto de defensa militar, los puntos de vista de las naciones subdesarrolladas, las alternativas al capitalismo y al nacionalismo... Pero las escuelas van más allá de la mera evitación de temas controvertidos. Algunos puntos de vista políticos son tan esenciales para el mantenimiento de la ley y orden que no se pueden confiar a métodos objetivos de educación; en vez de ello, se implantan en la mente de los jóvenes apelando al miedo y al odio. La reacción de los norteamericanos ante el socialismo y el comunismo no es menos resultado del adoctrinamiento que la reacción de los rusos ante el capitalismo. Los saludos a la bandera, juramentos de fidelidad, canciones y ritos patrióticos son algunos de los aspectos políticos ritualizados más familiares en los planes de estudios en las escuelas primarias como por ejemplo en India.

    Jules Henry ha contribuido a la comprensión de algunas de las maneras que la educación universal moldea la pauta de conformidad nacional. Henry muestra en su libro Culture against Man cómo incluso en las lecciones de ortografía y canto puede haber un adiestramiento básico en apoyo del "sistema competitivo de libre empresa". A los niños se les enseña a tener miedo al fracaso; también se les enseña a ser competitivos. De ahí que pronto empiecen a ver en los demás la principal causa de fracaso y tengan miedo unos de otros. Como observa Henry: "La escuela es, en efecto, un adiestramiento para la vida posterior no porque enseñe, mejor o peor, la lectura, escritura y aritmética, sino porque inculca la pesadilla cultural esencial: miedo al fracaso, envidia del éxito...

    En EEUU, actualmente, la aceptación de la desigualdad económica depende mucho más del control del pensamiento que del ejercicio de la pura fuerza represiva. A los hijos de familias económicamente débiles se les enseña a creer que el principal obstáculo que les impide alcanzar riqueza y poder son sus propios méritos intelectuales, resistencia física y voluntad de competir. A los pobres se les enseña a cargar con la culpa de su pobreza y así dirigen su resentimiento, primordialmente, contra sí mismos o contra aquellos con quienes deben competir y que se encuentran en el mismo peldaño de la escala de movilidad ascendente. Por añadidura, a la porción económicamente débil de la población se le enseña a creer que el proceso electoral garantiza la eliminación de los abusos de ricos y poderosos mediante la legislación, que tiene como objetivo la redistribución de riqueza. Por último, a la mayor parte de la población se la mantiene en la ignorancia del funcionamiento real del sistema político-económico y del poder desproporcionado que ejercen lobbies representativos de corporaciones y otros grupos de interés. Henry concluye que las escuelas de Estados Unidos, pese a su ostensible dedicación a la investigación creadora, castigan al niño que manifiesta ideas intelectualmente creativas con respecto a la vida social y cultural:

Aprender estudios sociales es, en gran medida, en la escuela primario o en la universidad, aprender a ser estúpido. La mayoría de nosotros realizamos esta tarea antes de entrar en el instituto de enseñanza media. Pero al niño con imaginación socialmente creadora no se le alentará a jugar con sistemas sociales, valores y relaciones nuevos; no hay mucha probabilidad de que esto suceda por la sencilla razón de que los profesores de estudios sociales catalogarán a tal niño como un estudiante mediocre. Además, este niño sencillamente no podrá comprender los absurdos que al maestro le parecen verdades transparentes (...) Aprender a ser un idiota o, como dice Camus, aprender a ser absurdo, forma parte del desarrollo. Así, el niño a quien le resulta imposible aprender a pensar que lo absurdo es la verdad (...) normalmente llega a considerarse un estúpido.


    Extraído de: Harris, M. (2021).  Antropología cultural. Capítulo 10: La economía política del Estado. El control del pensamiento en contextos modernos. Alianza editorial: Madrid.