viernes, 24 de septiembre de 2021

El niño en el décimo año de su vida: pedagogía y didáctica

Una vez cumplidos los nueve años, sigue un importante trance evolutivo en el décimo año de vida. Para caracterizarlo, conviene recordar que la necesidad de autoridad que empieza a surgir con la segunda dentición, queda indiscriminada hasta cumplir el niño los nueve años; frente a la autoridad no individualiza, acepta naturalmente lo que se le transmite en forma autoritaria y siente la necesidad de obrar de acuerdo con ello. Cumplidos los nueve años se produce en el niño un fenómeno muy peculiar; de ese momento en adelante, desea convencerse de que la autoridad tiene cierto fundamento.

No malinterpreten mis palabras, por favor. No es que el niño, intelectualmente, empiece a reflexionar sobre si la autoridad tiene o no fundamento; lo que sucede es que toda su emotividad se configura de manera tal, que la autoridad tiene que acreditarse por su propia cualidad, su firme arraigo en la realidad vital, su propia certidumbre. Desde entonces, el niño tiene un sentido peculiarmente delicado para registrar estos valores, lo que se manifiesta en que, también objetivamente, se produce un viraje en su vida, viraje que el maestro debe tener absolutamente en cuenta para que la educación y la enseñanza sean saludables. Hasta este momento, el niño poco se distingue de su medio circundante; emotivamente, el mundo y él mismo se pertenecen y se confunde.
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Extraído de: Décima conferencia, El segundo Septenio. Fundamentos pedagógicos para el saludable desarrollo del ser humano. Rudolf Steiner.


El niño de los seis a los nueve años

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Cuando el niño alcanza la edad escolar obligatoria, ya se halla en aptitud para el cálculo, pero lo que hay que tener en cuenta aquí también, son las necesidades internas inherentes al organismo infantil. Ya hemos dicho que el niño se halla predispuesto al ritmo y al compas, así como a la captación emotiva de lo armónico; esta predisposición no concuerda con lo que quisiera denominar la modalidad aditiva por medio de la cual se pretende enseñarle al niño el cálculo basado en contar.

Sin duda el niño tiene que aprender a contar, pero la iniciación en las operaciones aritméticas con base en ese contar aditivo no armoniza con sus energías internas. En el transcurso de nuestra cultura hemos llegado progresivamente a operar con los números en determinada forma sintética. Tenemos una unidad, una segunda, una tercera y, en la operación de contar, nos esforzamos en reunirlas como elementos aditivos de manera que queden una al lado de otra. Como podemos comprobar, no capta el niño internamente nada de esto pues no es así como la naturaleza humana ha llegado a contar. Partió desde luego, del acto de la unidad, pero el dos no fue una repetición externa de ella puesto que se hallaba encerrado en ella. El uno dividido, da el dos que está dentro del uno. El uno, fragmentado, da el tres en el que está, asimismo, implícito el uno. En términos modernos podemos decir que se empezaba a escribir por el uno, de él no se derivaba el dos, sino que se realizaba una especie de estructura orgánica interna puesto que el dos estaba contenido en el uno, así como el tres, etc. La unidad lo abarcaba todo y los números eran divisiones orgánicas de la unidad.

La predisposición rítmico-musical del niño tiende a sentirlo así por lo cual, en vez de proceder minuciosamente empezando por la adición, hemos de comenzar de la siguiente manera: se llama a un niño y, en vez de darle tres manzanas, y cuatro y dos manzanas invitándole a contarlas, se le entrega un montón de ellas, o de cualquier otra cosa; luego se llama a otros dos niños y se dice al primero: ahí tienes un montón de manzanas, de las cuales debes dar algunas a este compañero y algunas a este otro y guardar también unas para ti, de manera que los tres tengáis el mismo número. Se procura que el niño comprenda este procedimiento, con lo que gradualmente se consigue llegar al tercio del montón de manzanas. O sea que se parte de un todo y se emplea el principio divisorio, no el aditivo; con esto se logra realmente la comprensión del niño. Con base en el conocimiento del hombre la Escuela Waldorf no parte de la adición aritmética sino de la división o de la sustracción y más tarde llega a la adición o a la multiplicación, deseando el proceso natural que se realizó al dividir o sustraer; tiene en cuenta que lo divisional, lo enumerativo no es un proceso sintético sino analítico, un pasaje de la totalidad a la unidad.

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Extraído de: Novena conferencia, El segundo Septenio. Fundamentos pedagógicos para el saludable desarrollo del ser humano. Rudolf Steiner.


jueves, 2 de septiembre de 2021

Aforismo educativo de Gerbert Grohmann

El juego es seriedad, porque en el juego está el espíritu. Jugando, el niño ejercita su espiritualidad.

El jugueteo mata el espíritu. Es asunto de los mayores.

Iban tres mujeres con un pequeño, y pasaron frente a una vitrina que exhibia a Hänsel, Gretel y a la Bruja, en forma de muñecos. Hänsel estaba encerrado en su jaula.

El niño preguntó: ¿Por qué encerró la bruja al hermano?

La primera mujer respondió: para que no se escape.

La segunda: porque quiere degollarlo.

La tercera, que era la madre del niño: porque es mala

La 1ª respuesta es banal, la 2ª utilitaria. Ambas ilusorias pero la 3ª respuesta es esencial, porque es moral.