Una
vez cumplidos los nueve años, sigue un importante trance evolutivo
en el décimo año de vida. Para caracterizarlo, conviene recordar
que la necesidad de autoridad que empieza a surgir con la segunda
dentición, queda indiscriminada hasta cumplir el niño los nueve
años; frente a la autoridad no individualiza, acepta naturalmente lo
que se le transmite en forma autoritaria y siente la necesidad de
obrar de acuerdo con ello. Cumplidos los nueve años se produce en el
niño un fenómeno muy peculiar; de ese momento en adelante, desea
convencerse de que la autoridad tiene cierto fundamento.
No
malinterpreten mis palabras, por favor. No es que el niño,
intelectualmente, empiece a reflexionar sobre si la autoridad tiene o
no fundamento; lo que sucede es que toda su emotividad se configura
de manera tal, que la autoridad tiene que acreditarse por su propia
cualidad, su firme arraigo en la realidad vital, su propia
certidumbre. Desde entonces, el niño tiene un sentido peculiarmente
delicado para registrar estos valores, lo que se manifiesta en que,
también objetivamente, se produce un viraje en su vida, viraje que
el maestro debe tener absolutamente en cuenta para que la educación
y la enseñanza sean saludables. Hasta este momento, el niño poco se
distingue de su medio circundante; emotivamente, el mundo y él mismo
se pertenecen y se confunde.
(...)
Extraído
de: Décima conferencia, El segundo
Septenio. Fundamentos pedagógicos para el saludable desarrollo del
ser humano. Rudolf Steiner.
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