sábado, 1 de julio de 2023

Somos lo que comemos

    En el mundo de la alimentación, muchas cosas han cambiado en pocos años. Por ejemplo los tomates u otras hortalizas. Un motivo de esa falta de sabor y de aroma se encuentra en que cuando se desarrollaron nuevas variedades se priorizaron características como la cantidad que producir, el aspecto y la estructura (que sean firmes y aguanten bien el transporte), así se dejó de lado lo natural e idéntico de cada producto.
    Otro motivo es que, con excesiva frecuencia, consumimos alimentos que no están en su punto óptimo de maduración, por lo que todavía no han desarrollado plenamente su aroma y su sabor. Y es que muchas veces se recolectan antes de ese momento para que no se estropeen durante el tiempo que transcurre entre la cosecha y el consumo o por temas de transporte. Con la globalización, nos hemos acostumbrado a comer de todo en cualquier época del año, pero si alteras el proceso natural, deja de ser natural.
    Otro factor es que cada vez es más habitual consumir productos fuera de temporada, sacándolos de su ciclo natural. De nuevo, la naturaleza nos está enseñando a tener paciencia y a saber escoger lo que corresponde. En el caso de España, el otoño es época de calabazas, uvas, mandarinas, champiñones y berenjenas; el invierno es momento para naranjas, kiwis, aguacates, acelgas y espinacas; en la primavera, encontramos cerezas, fresas o albaricoques; y en verano, podemos degustar melones, sandías, calabacines y pepinos.
    Un último elemento que no podemos olvidar es todo el tratamiento químico al que se ven sometidos muchos alimentos desde que nacen hasta que llegan a nuestro frigorífico. Es conveniente elegir alimentos naturales en los que la genética que prevalezca sea la del propio alimento y no experimentos para mejorar aspecto o producción; que los hayan dejado madurar siguiendo el ritmo de la naturaleza; que sean producto local; que sean de temporada y no cultivados cuando no corresponde; y, si es posible, ecológicos. Si son ecológicos no se han tratado con pesticidas y plaguicidas, por lo que será lo más conveniente para nuestra salud. El problema de esta elección es que no resulta barata. Se necesitan ayudas para fomentar el cultivo y el consumo de alimentos ecológicos. Y es que la relación con los alimentos no solo atiende a su sabor y su calidad gastronómica o al placer que te proporciona comer disfrutando de su textura, sabor y aroma. El mundo de la alimentación tiene vértices que hemos de analizar más allá de nuestro propio disfrute, y el principal es que el impacto de la inercia en la que hemos estado inmersos afecta, y muy seriamente, a la salud del planeta. Consumir productos locales reduce el consumo de petróleo y, en consecuencia, la emisión de gases de efecto invernadero.
    Tanto lo que comemos como la forma de producir y distribuir los alimentos repercuten en nuestra salud, y también en el medioambiente. De hecho, nuestra alimentación tiene una relación directa con los principales problemas que el ser humano está generando en el planeta. Desde la producción, el empaquetado y la distribución hasta que llega a nuestra casa. Como ves, un cambio de hábitos puede ser bueno no solo para la salud, sino también para el medioambiente.
    Hay un tema que causa controversia y es el de los productos animales. La producción de alimentos de origen animal ha supuesto la tala de innumerables zonas de vegetación para implantación de campos o zonas ganaderas y es a su vez uno de los ámbitos que más huella hidrográfica tiene. Esta industria genera una enorme cantidad de emisiones de efecto invernadero.

Extraído de Bona, C. (2023). Educación sostenible. Barcelona: Plaza y Janés.