Cuando los niños de los barrios bajos cumplen 6 o 7 años, normalmente ya han asimilado actitudes y valores básicos de su subcultura. A partir de este momento, ya no están preparados psicológicamente para sacar pleno provecho de los cambios en las condiciones o las oportunidades de progreso que puedan aparecer en el transcurso de su vida.
Lewis propone que solo el 20% de los pobres urbanos tiene en realidad la cultura de la pobreza, lo que implica que el 80% restante pertenece a la categoría de aquellos cuya pobreza proviene más bien de condiciones infraestructurales y estructurales que de las tradiciones y valores de una cultura de la pobreza. El concepto de cultura de la pobreza ha sido criticado sobre la base de que los pobres tienen muchos otros valores que los subrayados en la cultura de la pobreza y que comparten en común con otras clases.
Además, muchos de los valores que se dice son distintivos de los pobres urbanos los comparte también la clase media. Por ejemplo, desconfiar del gobierno, los políticos y la religión no es un rasgo exclusivo de la clase indigente, como tampoco lo es la tendencia a gastar por encima de los recursos propios. Lo único cierto es que cuando los pobres administran mal sus ingreso, las consecuencias son mucho más graves. Si el cabeza de una familia pobre cede a la tentación de comprar artículos no esenciales, sus hijos pueden pasar hambre. Pero estas consecuencias son el resultado de ser pobre, no de una diferencia demostrable en la capacidad de diferir la gratificación.
El estereotipo del pobre imprevisor enmascara una creencia implícita de que los segmentos empobrecidos de la sociedad deben ser más ahorradores y pacientes que los miembros de la clase media. Atribuir la pobreza a valores de los que cabe responsabilizar a los mismo pobres es una manera de tranquilizar la conciencia.
Entonces, ¿Quién tiene la culpa?
La tendencia a culpar a los pobres de su situación no es privativa de los miembros relativamente opulentos de la clase media. Los mismos pobres o casi pobres son a menudo los partidarios más acérrimos del punto de vista de que la persona que realmente desee trabajar siempre encontrará empleo. Esta actitud forma parte de una visión del mundo más amplia que demuestra escasa comprensión de las condiciones político-económicas que hacen de la pobreza inevitable para algunos. Lo que hay que ver como un sistema, se ve puramente en términos de fallos, motivos y opciones individuales. De ahí que los pobres se vuelvan unos contra otros y se culpen mutuamente de su difícil situación.
El subsidio de desempleo se concibe más o menos como algo que los contribuyentes les dan a los parados. No hay ningún sentimiento generalmente aceptado de que el gobierno o la sociedad tengan la responsabilidad de asegurar un empleo apropiado; la responsabilidad de encontrarlo recae sobre el individuo y nadie más.
No se aprueba que la persona acogida al desempleo afirme rotundamente que, si no hay trabajo, incumbe al gobierno prestar la asistencia adecuada. Los parados deben cuidar, pues, de no hablar de sus derechos... Por otra parte, si un parado no se queja, esto podía tomarse como señal de que está satisfecho con el subsidio de desempleo, que en realidad no está dispuesto a trabajar. Haga lo que haga el parado, se queje o no, lo más probable es que sea sancionado.
La culpa no la tiene el individuo en paro. Es el desempleo en sí el que provoca una conducta en el parado que hace que la gente culpe del desempleo al individuo, pero no a la inversa: que la causa del desempleo es una actitud especial o un defecto personal.
Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultural. Capítulo 11: Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias. Alianza editorial: Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario