jueves, 21 de julio de 2022

El último romanticismo de la nueva era: la estabilidad

    El apartado que destinamos al análisis del Estado Mundial, advertimos el eslogan sobre el que se sustenta y en el que fundamenta su opresiva y tiránica filosofía: Comunidad, identidad y estabilidad. De estos tres principios, el tercero, la estabilidad englobará los dos que lo preceden. La trama de Un mundo feliz nos muestra que para desarrollar la estabilidad hay que producir muchos individuos genéticamente idénticos, como los gemelos de las castas inferiores, y aquí, por tanto, entra la noción de identidad; pero al mismo tiempo, la estabilidad solo puede darse cuando la persona renuncia a su carácter individual, porque desconoce dicha opción y asume así formar parte únicamente de la masa, del ser colectivo, al abrigo de la comunidad. La estabilidad se constituye, de esta manera, en el canal vehicular por el que fluyen y afloran las ideas, las normas y también las fobias de este nuevo romanticismo en el que el Estado Mundial se inspira y con el que este, a su vez, pretende contagiar a la población.
    Naturalmente, Aldous Huxley utiliza la insalvable distancia y oposición entre aquel primigenio romanticismo, que pregonara la exaltación de las emociones y la libertad del individuo hasta sus últimas consecuencias, y este otro romanticismo de diseño, que inventa una libertad sintética, para confirmar su convicción de que mientras el ser humano no tome conciencia de una tercera opción, el camino de la espiritualidad, para solucionar sus problemas, la humanidad entera seguirá a merced de los sistemas políticos que solo conocen y persiguen dicotomías extremas: la revolución y el conflicto o la paz y la estabilidad. Pero no hay que olvidar que dicha estabilidad es también un principio ideológico que existe cuando se considera al ser humano como una especie de paciente proclive a padecer la patología de sentirse individuo, capaz, por tanto, de pensar y de cuestionar por sí mismo cuanto le rodea y le impone el sistema. Esta cualidad del ser humano como ente en sí mismo, como ser individual y libre, le puede hacer, naturalmente, inestable y es ahí cuando el Estado ha de intervenir para tranquilizarlo, calmarlo, integrarlo y estabilizarlo. La estabilidad social se aplica con métodos científicos en todas las castas de la población.
    En nuestro tiempo, el término estabilidad significa cualidad de estable, empieza a cobrar una significación global, impregnada especialmente de matices económicos y financieros: en 1997, el Consejo de Ámsterdam aprueba el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC); el 9 de mayo de 2010, en plena crisis financiera internacional, los países miembros de la UE aprueban el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF); en España, el 12 de abril de 2012, el Congreso aprueba la Ley de Estabilidad Presupuestaria; y el Consejo Europeo el 1 de julio de 2012, aprueba la entrada en vigor del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), que reemplaza al FEEF, en el que ya se advierte la palabra estabilidad como núcleo de un acotado grupo nominal. Todos estos mecanismos políticos centran su cooperación en la consecución y el logro únicamente de resultados económicos. Para estos organismos de poder la economía se convierte en un efectivo instrumento estabilizador de la cohesión social entre todos sus países miembros. En este sentido, la estabilidad financiera que prometen y amparan estas entidades supranacionales, de clara vocación globalizadora, se erige en garante y protectora de la estabilidad social de los países a los que afecta. Siguiendo esta misma línea no debemos olvidar que la estabilidad que nutre todas las capas sociales se cimienta básicamente sobre un complejo entramado económico que articula, modifica si es preciso y determina los hábitos de vida, los gustos y hasta la muerte de los ciudadanos. La dependencia que la sociedad tiene de la estabilidad social es absoluta. Sin estabilidad, este nuevo ser humano de la novela Un mundo feliz no sabe vivir. Se han erradicad las guerras, las enfermedades y hasta la vejez. Pero la estabilidad social hay que pagarla con la renuncia a ser libres, con la rendición, sin paliativos, al Estado y, sobre todo, con la abdicación del hombre libre a favor de un hombre consumido y de consumo.

Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

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