jueves, 28 de julio de 2022

La construcción social de la realidad

    El éxito de la socialización probablemente se obtenga en las sociedades que poseen una división del trabajo sencilla y una mínima distribución del conocimiento. La socialización en esas condiciones produce identidades socialmente pre-definidas y perfiladas en alto grado. Como todo individuo encara esencialmente el mismo programa institucional para su vida en sociedad, la fuerza íntegra del orden institucional se hace gravitar con mayor o menor peso sobre cada individuo, produciendo una masividad compulsiva para la realidad objetiva que ha de ser internalizada. La identidad, pues, se halla sumamente perfilada en el sentido de que representa totalmente la realidad objetiva dentro de la cual está ubicada. Dicho con sencillez, todos en gran medida son lo que se supone que son. En una sociedad de esa clase, las identidades se reconocen con facilidad, tanto objetiva como subjetivamente. Todos saben quién es cada uno y quiénes son los otros. Un caballero es un caballero, y un labriego es un labriego, tanto para los otros como para sí mismos. Por consiguiente, no existe el problema de la identidad. La pregunta ¿Quién soy yo? no es probable que aparezca en la conciencia, puesto que la respuesta socialmente predeterminada es masivamente real desde el punto de vista subjetivo y queda confirmada consistentemente en toda interacción significativa. Esto de ninguna manera implica que el individuo se sienta satisfecho de su identidad. Probablemente nunca fue agradable ser labriego, por ejemplo (...) Las personas formadas en tales condiciones probablemente no se conciben ellas mismas como profundidades ocultas en un sentido psicológico (...) Por ejemplo, el labriego se percibe a sí mismo en un rol cuando castiga a su mujer, y en otro cuando se humilla ante su señor. En cada uno de ambos casos, el otro rol está bajo la superficie, o sea, está desatendido en la conciencia del labriego. Pero ninguno de los roles se plantea como un yo más profundo o más real.

    La posibilidad del individualismo se vincula directamente con la posibilidad de socialización deficiente, la cual suscita la pregunta: ¿Quién soy yo? En el contexto socioestructural en el que se reconoce como tal a la socialización deficiente, surge la misma pregunta para el individuo exitosamente socializado cuando reflexiona sobre los deficientemente socializados. Tarde o temprano se enfrentará como esos yo ocultos, los traidores, los que han alternado o están alternando entre mundos discrepantes. Por una especie de efecto de espejo, la pregunta puede llegar a ser aplicable a él mismo (...) Con esto se abre la caja de Pandora de las opciones individualistas, que eventualmente llegan a generalizarse (...) El individualista surge como un tipo social específico que tiene al menos el potencial para peregrinar entre una cantidad de mundos disponibles y que, deliberada y conscientemente, se ha fabricado un yo con el material proporcionado por una cantidad de identidades disponibles (...).

    En una sociedad en la que se dispone de mundos discrepantes sobre una base de mercado (...) existirá una creciente conciencia general de la relatividad de todos los mundos, incluyendo el propio, el cual ahora se aprehende subjetivamente como un mundo, más que como el mundo. Se sigue que nuestro propio comportamiento puede aprehenderse como un rol del que podemos separarnos en nuestra propia conciencia y que podemos representar con control manipulativo. Por ejemplo, el aristócrata, y así sucesivamente (...) Esta situación resulta cada vez más típica de la sociedad industrial contemporánea (...) y se sigue lógicamente de la relación necesaria entre la división social del trabajo y la distribución social del conocimiento.


Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, pp. 205-215.

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