lunes, 18 de julio de 2022

Prólogo de Un mundo de feliz por Aldous Huxley 1946

    El remordimiento endémico, en el que coinciden todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si te has portado mal, arrepiéntete, repara el mal causado en lo posible y ocúpate de comportarte mejor la próxima vez. Bajo ningún concepto debes darle demasiadas vueltas a tus fechorías. Revolcarse en el lodo no es la mejor manera de limpiarse.

    El arte también tiene su moral, y muchas de las reglas de esta moral son las mismas, o al menos análogas, que las de la ética corriente. El remordimiento, por ejemplo, es tan indispensable en relación cono nuestra pobre creación artística como en relación con nuestra mala conducta. En el futuro, la maldad debería se cazada, reconocida y, en lo posible, rechazada. Ensimismarnos en los errores literarios de hace veinte años, tratar de arreglar una obra defectuosa con la perfección que le faltó en su primera ejecución, perder los años de la madurez con la idea de corregir los pecados artísticos cometidos y heredados por aquella persona ajena que fuera uno mismo en la juventud, todo esto es, sin duda, vano e inútil. De ahí que este nuevo Un mundo feliz sea idéntico al viejo. Sus defectos como obra de arte son considerables; aunque para corregirlos debería haber vuelto a escribir el libro, y durante ese proceso, ya como otra persona, mucho mayor, probablemente me habría librado no solo de algunos de los fallos de la narración, sino también de algunos de los méritos que originalmente poseyera. Y así, resistiendo la tentación de revolcarme en el remordimiento artístico, prefiero dejar lo que está bien y lo que está mal en su sitio y pensar en otras cosas.

    Sin embargo, por lo pronto, parece que, al menos, merece la pena mencionar el más grave defecto narrativo: al Salvaje se le ofrecen solo dos alternativas: una vida alienada en Utopía o la de un primitivo en un poblado indio, una vida más humana en algunos aspectos, aunque en otros levemente menos desquiciada y aberrante. En la época en que se escribió la obra, esta idea de que al ser humano se le ofrece el libre albedrío para elegir entre la insania de una parte y la locura de la otra era tal que me parecía divertida y la tomé como posiblemente cierta. No obstante, para preservar la esencia dramática, con frecuencia se le permite al Salvaje hablar más juiciosamente de lo que su educación entre los miembros practicantes de una religión, mezcla del culto a la fertilidad y de la ferocidad de los Penitentes, le hubiese permito hacerlo en realidad. Ni siquiera su conocimiento de Shakespeare sería, en realidad, suficiente para justificar tales expresiones. Y al final, ciertamente, se le hace renunciar a la cordura. Su Penitentismo nativo reafirma su autoridad y él se abandona a la obsesiva autotortura y al irremediable suicidio. "Y así, para siempre, murieron miserablemente", para gran consuelo del divertido y pirrónico esteta que fuera el autor de esta fábula.

    Hoy día siento deseos de demostrar que la cordura es imposible. Todo lo contrario, aunque continúo no menos tristemente seguro de que en el pasado la cordura fue un fenómeno bastante raro, estoy convencido de que se puede alcanzar y me gustaría verla actuar en más ocasiones. Por haber dicho esto en varios de mis libros mas recientes y, sobre todo, por haber compilado una antología de lo que los cuerdos han contado sobre la cordura y sobre los medios por los cuales se puede conseguir, me ha dicho un eminente crítico académico que yo soy un síntoma del fracaso de una clase intelectual en tiempos de crisis. Ante esta deducción, supongo que el profesor y sus colegas representan alegres síntomas de éxito. Los benefactores de la humanidad se merecen el debido honor y conmemoración. Construyamos un Panteón para catedráticos. Deberíamos enclavarlo entre las ruinas de una de las ciudades destruidas de Europa o Japón, y sobre la entrada del osario yo grabaría, en letras de unos dos metros de altura, estas simples palabras: "CONSGRADO A LA MEMORIA DE LOS EDUCADORES DEL MUNDO. SI MONUMENTUM REQUIRIS CIRCUMSPICE". (Lector, si buscas un momento, mira a tu alrededor).

    Pero de vuelta al futuro... si ahora tuviera que volver a escribir el libro, le ofrecería al Salvaje una tercer alternativa. Entre los cuernos utópicos y primitivo de su dilema se encontraría la posibilidad de la cordura, una posibilidad ya llevada a la práctica, hasta cierto punto, en una comunidad de exiliados y refugiados del mundo feliz, que vive en el territorio de la Reserva. En esta comunidad, la economía sería descentralista y Henry-georgiana (se refiere al filósofo y economista político americano Henry George que, en su ora principal "Progreso y pobreza", sentó las bases de todo un tratado de filosofía económica, según la cual la tierra no debe ser nunca objeto de propiedad privada, sino que debe pertenecer por igual a toda la humanidad), y la política kroptkiniana (en alusión al filósofo y teórico del anarquismo ruso Piotr Kropotkin, que luchó por la igualdad entre seres humanos y la supresión de la propiedad privada. Su obra principal, "La conquista del pan" expone los principales puntos de inflexión de la moral anarquista) y cooperativista. La ciencia y la tecnología se utilizarían como si, al igual que el Sabbath, hubiera sido creadas para el hombre y, no como ocurre en la actualidad y aún más en el mundo feliz como si el hombre tuviera que adaptarse y esclavizarse a ellas. La religión sería la persecución consciente e inteligente del Fin Último del hombre: el conocimiento unitivo del Tao o Logos inmanente, la trascendente Divinidad o Brahman. Y la imperante filosofía de la vida sería una especie de elevado utilitarismo, en el cual el principio de la Felicidad Suprema estaría subordinado al principio del Fin Último hasta el punto de que la primera cuestión que plantear y que resolver en toda contingencia de la vida sería "¿En qué medida esta reflexión o acción contribuirá o entorpecerá el logro, por mi parte y la del mayor número posible de otros individuos, del Fin Último del hombre?".

    Educado entre los primitivos, el Salvaje no sería transportado a Utopía antes de haber tenido la oportunidad de adquirir algún conocimiento de primera mano sobre la naturaleza de una sociedad formada por individuos que cooperan libremente entregados a la búsqueda de la cordura. Con estas modificaciones, Un mundo feliz poseería una excelencia artística y filosófica que en su formato actual echa en falta.

    Pero Un mundo feliz es una obra literaria sobre el futuro y, aparte de sus cualidades artísticas o filosóficas, una obra acerca del futuro puede solamente interesarnos si sus profecías tienen visos de hacerse realidad. Desde nuestra atalaya actual, 15 años más abajo en el plano inclinado de la historia moderna, ¿Cuán verosímiles parecen sus presagios? ¿Qué ha ocurrido en este doloroso intervalo que confirme o invalide los augurios de 1931?

    Inmediatamente se manifiesta un flagrante error de previsión. Un mundo feliz no contiene referencia alguna a la fisión nuclear. Y, que no la tenga, es realmente extraño, pues las posibilidades de la energía atómica habían sido un tema habitual de conversación antes de que la obra apareciera. Mi viejo amigo Robert Nichols incluso había escrito una exitosa comedia sobre este tema, y, ¡a propósito!, recuerdo que yo mismo también lo había mencionado en una novela publicada a finales de los años 20. Y, como ya he dicho, parece muy extraño que los cohetes y helicópteros del S.VII de nuestro Ford (el fabricante de automóviles americano Henry Ford se convierte en el nuevo Jesús y profeta de esta futura civilización. Ahora yo me pregunto: extrapolando esto a nuestra época, ¿no podría pasará esto con los grandes dirigentes de la tecnología actual?) no hayan sido propulsados por desintegración nuclear. No hay excusa para este despiste; pero, al menos, tiene una fácil explicación: la temática de Un mundo feliz no es el avance científico como tal, es el avance de la ciencia en cuanto afecta a los seres humanos. Las conquistas de la física, la química y la mecánica se dan tácitamente por sentadas. Los únicos avances científicos que se describen específicamente son aquellos que conllevan la aplicación en los seres humanos de los resultados de la investigación futura en biología (fecundación artificial), psicología (condicionamiento, control y dominio mental) y fisiología. Solo cuando estemos en posesión de la ciencia de la vida, la calidad de vida podrá ser radicalmente cambiada. Las ciencias de la materia se pueden aplicar como para destruir la vida o hacer el paso por ella imposible; pero, a menos que sean empleadas como instrumentos por los biólogos y psicólogos, no podrán hacer nada para modificar las formas y manifestaciones naturales de la vida misma. La liberación de la energía atómica marca una gran revolución en la historia de la humanidad; pero no (a menos que nos volemos a nosotros mismos en pedazos poniendo así fin a la historia) la revolución final y la más inquisitiva.

     Esta revolución realmente revolucionaria debe lograrse no en el mundo externo, sino en el alma y la carne del ser humano. Viviendo como vivió en un período revolucionario, el Marqués de Sade, de manera muy natural, aprovechó esta teoría de las revoluciones a fin de racionalizar su peculiar tipo de locura. Robespierre había conseguido la forma más superficial de revolución: la económica. Profundizando un poco más, Babeuf (teórico y revolucionario francés que defendió la abolición de la propiedad privada) había intentado ya la revolución económica. Sade se tenía a sí mismo por el apóstol de la revolución de cada hombre, mujer y niño, cuyos cuerpos se esperaba que, en adelante, llegaran a ser propiedad sexual común de todos y cuyas mentes se esperaba que fueran lavadas de toda decencia natural, de todas las inhibiciones, laboriosamente adquiridas, de la civilización tradicional. Entre el Sadismo y la revolución realmente revolucionaria no hay, naturalmente, una necesaria o inevitable conexión. Sade era un lunático, y la meta, más o menos consciente, de su revolución eran el caos y la destrucción universales. Las personas que controlan el mundo feliz pueden no ser cuerdas; pero están locas, y su meta no es la anarquía, sino la estabilidad social. Y es en aras de lograr esta estabilidad por lo que llevan a cabo, por métodos científicos, la última revolución, personal, realmente revolucionaria.

    Pero, entretanto, nos hallamos en la primera fase lo que quizá sea la penúltima revolución. Su próxima fase puede ser la guerra atómica, en cuyo caso no tendremos que preocuparnos por las profecías sobre el futuro. Sin embargo, cabe concebir que tengamos el necesario discernimiento, si no para dejar de luchar entre nosotros, al menos para comportarnos tan racionalmente como lo hicieron nuestros ancestros del S. XVIII. Los inimaginables horrores de la Guerra de los 30 años dieron una auténtica lección a los hombres, y durante más de un siglo los políticos y generales de Europa resistieron conscientemente la tentación de utilizar sus recursos militares hasta los límites de la destrucción o para continuar luchando hasta que el enemigo fuese totalmente aniquilado. Hubo agresores, por supuesto, codiciosos de lucro y de gloria; pero también hubo conservadores decididos, a cualquier precio, a mantener intacto y en marcho su mundo. Durante los últimos 30 años no ha habido conservadores; solo ha habido nacionalistas radicales de la derecha y nacionalistas radicales de la izquierda. El último hombre de Estad conservador fue el quinto marqués de Lansdowne, y cuando él escribió una carta a The Times, sugiriendo que la IGM debía terminar con un compromiso, como había ocurrido en la mayoría de las guerras del S.XVIII, el editor de aquel en otros tiempos, conservador diario se negó a publicarla. Los radicales nacionalistas lograron su cometido, con las consecuencias que todos conocemos: bolchevismo, fascismo, inflación, depresión, Hitler, IIGM, la ruina de Europa y mucho más salvo el hambre universal.

    Admitiendo, pues, que seamos capaces de aprender tanto de Hiroshima como nuestros antepasados de Magdeburgo (masacre y destrucción durante la guerra de los 30 años), podríamos esperar un periodo, no de paz, seguramente, sino de guerra limitada y solo parcialmente ruinosa. Durante ese periodo se puede asumir que la energía nuclear será aprovechada para usos industriales. El resultado de esto, evidentemente, será una serie de cambios económicos y sociales sin precedentes en cuanto a su rapidez y exhaustividad. Todos los estándares de vida humana actuales serán desestabilizados y se hará necesario improvisar otros nuevos que se ajusten al factor no humano de la energía atómica. Como moderno Procusto (monstruo hijo del dios Poseidón), el científico nuclear preparará la cama en la que deberá yacer la humanidad; y si la humanidad no cabe bien en ella..., bueno, le irá demasiado mal a la humanidad. Serán necesarios unos tirones y alguna que otra amputación, el mismo tipo de tirones y de amputaciones que se vienen dando desde que la ciencia aplicada puso en marcha toda su maquinaria; solo que en esta ocasión serán mucho más drásticos que en el pasado. Estas operaciones, en modo alguno inofensivas, serán dirigidas por gobiernos totalitarios sumamente centralizados. Irremediablemente, porque el futuro inmediato es probable que se parezca al pasado inmediato, y en el pasado inmediato los rápidos cambios tecnológicos, al haberse dado en una economía de producción masiva y entre una población predominantemente no propietaria, han tendido siempre a producir una confusión social y económica. Para hacer frente a la confusión, el poder ha sido centralizado y ha aumentado el control del gobierno. Es probable que todos los gobiernos del mundo sean más o menos totalitarios incluso antes de la utilización de la energía atómica. El hecho de que serán totalitarios, durante y después de este proceso, parece casi seguro. Solo un movimiento popular de masas hacia la descentralización, y de ayuda mutua, puede detener la tendencia actual al estatismo. Hoy por hoy no hay indicios de que surja tal movimiento.

    Naturalmente, no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al viejo. El gobierno, a base de porras y pelotones de ejecución, de hambre creada artificialmente, de encarcelamientos y deportaciones en masa no es solo inhumano (hoy día, a nadie le importa demasiado esto); su ineficacia es irrefutable y, en una época de tecnología avanzada, la ineficacia es el pecado contra el Espíritu Santo. Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el que el todopoderoso ejecutivo de los jefes políticos y su ejército de dirigentes controlen una población de esclavos que no  ha de ser coaccionada, puesto que ama su servidumbre. Persuadir a estos esclavos a amarla es la tarea asignada, en los actuales estados totalitarios, a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. (...). Y el pedagogo moderno es probablemente menos eficiente en cuanto a condicionar los reflejos de sus alumnos de lo que eran los reverendos padres. Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado no por hacer algo, sino por impedir que ese algo se haga. Grande es la verdad, pero más grande aún, desde un punto de vista práctico, es el silencio sobre la verdad. Simplemente al no mencionar ciertos asuntos, al bajar lo que el señor Churchill llama un "telón de acero" entre las masas y tales hechos o argumentos que los jefes políticos consideran indeseables, los propagandistas totalitaristas han influido en la opinión de una manera mucho más eficaz de lo que lo podrían haber hecho mediante las más elocuentes denuncias y las más concluyentes refutaciones lógicas. Pero el silencio no basta. Si se pretende evitar la persecución, la liquidación y otros síntomas de fricción social, los aspectos positivos de la propaganda deben resultar tan eficaces como los negativos. Los más importantes Proyectos Manhattan (nombre enclave para el desarrollo de la bomba atómica) del futuro serán vastas encuestas patrocinadas por los gobiernos a las que los políticos y los científicos que participen en ellas llamarán el problema de la felicidad. En otras palabras, el problema de hacer que la gente ame su servidumbre. Sin seguridad económica, el amor a la servidumbre no puede, seguramente, llegar a existir. Para ser breve, admito que el todopoderoso poder ejecutivo y sus dirigentes resolverán exitosamente el problema de la seguridad permanente. Pero la seguridad tiende muy rápidamente a darse por sentada. Su logro es una revolución simplemente superficial, externa. El amor a la servidumbre no puede construirse más que como el resultado de una revolución profunda y personal en las mentes y los cuerpos humanos. Para provocar esta revolución precisamos, entre otras cosas, los siguientes descubrimientos e inventos: primeramente, una técnica de sugestión enormemente desarrollada, mediante el condicionamiento de los niños y, después, con la ayuda de drogas, como la escopalamina (en el ámbito de la medicina como uso terapéutico, se la conoce como hioscina); en segundo lugar, una ciencia totalmente desarrollada de las diferencias humanas, que permita a los dirigentes gubernamentales destinar a cada individuo a su adecuado lugar en la jerarquía social y económica (las clavijas redondas en agujeros cuadrados tienden a albergar pensamientos peligroso sobre el sistema social y a contagiar a los demás su descontento); en tercer lugar un sustitutivo para el alcohol y los demás narcóticos, algo que sea a la vez menos dañino y más placentero que la ginebra o la heroína; y cuarto (esto es un proyecto de largo plazo, que conlleva generaciones de control totalitario para alcanzar una conclusión positiva) un sistema de eugenesia (es una disciplina del estudio de la genética humana para mejorar y condicionar la raza humana y su desarrollo evolutivo) a prueba de tontos, diseñado para estandarizar el producto humano y así facilitarle a los dirigentes la tarea. En Un mundo feliz esta uniformización del producto humano ha sido llevada a un extremo alucinante, aunque tal vez no imposible. Desde un punto de vista técnico e ideológico, todavía estamos muy lejos de bebés prefabricados y de los grupos de Bokanovsky medio retrasados. Pero hacia el año 600 de la era fordiana, ¿Quién sabe lo que podría o no ocurrir? Mientras tanto, los demás rasgos característicos de ese mundo más feliz y más estable (los estupefacientes, el condicionamiento y el sistema científico de castas), probablemente no se hallan a más de tres o cuatro generaciones de distancia. Tampoco la promiscuidad sexual de Un mundo feliz parece distar mucho de nuestro tiempo. (...). Conforme la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación a aumentar. Y el dictador (salvo que necesite carne de cañón y familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en promover esa libertad. Junto con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre, que es su destino.

    A la vista de todo ello, parece como si la Utopía se hallara mucho más cerca de nosotros de lo que nadie hubiese podido imaginar hace tan solo 15 años. Así pues, la planeé para dentro de 600 años en el futuro. A día de hoy parece muy posible que este monstruo se cierna sobre nosotros en apenas un siglo. Es decir, si evitamos hacernos pedazos durante este intervalo. Ciertamente, a no ser que optemos por descentralizar y emplear la ciencia aplicada, no como el fin para el cual los seres humanos hayan de ser tenidos en cuenta como medios, sino como el medio para producir una raza de individuos libres, solo tendremos para elegir dos alternativas: o una cifra de totalitarismos nacionales y militarizados, que tendrán como raíces el terror de la bomba atómica y como consecuencia de ello la destrucción de la civilización o, si la guerra es limitada, la perpetuación del militarismo; o bien un totalitarismo supranacional, puesto en marcha por el caos social resultante del rápido progreso tecnológico en general y por la revolución atómica en particular, que se desarrollaría ante la necesidad de eficiencia y estabilidad para desembocar en la próspera tiranía de la Utopía. Como usted paga con su dinero, usted elige.


Aldous Huxley, 1946


Huxley, A. (2014). Un mundo feliz. Ediciones Cátedra: Madrid.

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