jueves, 21 de julio de 2022

El Estado Mundial: Comunidad, identidad y estabilidad

     La novel Un mundo feliz, abre con la lectura, en una placa, del eslogan del Estado Mundial: Comunidad, identidad, estabilidad. Este Estado Mundial es el modelo de un gobierno global que controla, económica y políticamente, a toda la población mundial. El eslogan nos recuerda el lema de la Revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad, que Huxley sustituye con exquisita ironía pues el Estado Mundial representa el control abusivo y el dominio absoluto de la población llevados a su máximo delirio. El lector asiste, por consiguiente, a la presentación de una sociedad por parte de un narrador omnisciente que diseña todos los registros narrativos y así describir pormenorizadamente una cultura en la que el ideal científico, impuesto por esta especie de orden mundial, se nutre y ahoga a un tiempo con esos mismos mitos científicos que crea. Este Estado  Mundial no permite el camino del medio o terceras posibilidades, sino únicamente alternativas y salidas extremas. A la población solo le queda elegir entre la dictadura de la ciencia y el mecanicismo científico o la dictadura de las fuerzas más atávicas de la naturaleza.

    Aldous Huxley quiere ofrecer alternativas y soluciones a este peligroso futuro, pero ningún personaje consigue dar con la salida, porque todos son absorbidos y engullidos por un voraz sistema capitalista que vela únicamente por mantener a sus ciudadanos en un estado de permanente estabilidad y quimérica felicidad. Es evidente que, en el caso de que hubiera aparecido otra alternativa en la novela, el mensaje central de advertencia y alarma de la obra se habría diluido.

    El Estado Mundial, a pesar de las pocas veces que se menciona como tal a lo largo de la novela, es la clave, desde diferentes modalidades, por la que se rigen la trama, los argumentos y las actitudes de los personajes. La amenaza de que "la sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la máquina y el gobierno", que ya advirtiera Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, en 1930, es el mismo temor que Huxley, un año después, plasma en su novela bajo la fórmula de este todopoderoso sistema de gobierno global. Este Estado Mundial teje, articula y condiciona los movimientos, pensamientos e incluso el sueño de sus ciudadanos, que pierden de este modo sus rasgos como individuos para convertirse en seres colectivos.

    Aldous Huxley encarna y simboliza los valores y el mensaje del Estado Mundial en uno de los personajes centrales de la novela, Mustapha Mond, el controlador mundial residente de Europa Occidental representa la racionalidad matemática del Estado al que sirve ciegamente. Se trata de una de las 10 personas que dirigen el Estado Mundial. Él es el dirigente y tecnócrata encargado de mantener y preservar la comunidad, la identidad y la estabilidad del paraíso distópico presentado en la novela. La sociedad ideal que él representa forma parte de una apocalíptica utopía desprovista del más mínimo instinto humanizador El Estado Mundial es antimaniqueo en su obsesiva aspiración a un cientifismo secularizado y basado en un ciego racionalismo. El reino que plantea es únicamente exterior y, por tanto, artificial. Todo es aparentemente bello, higiénico, aséptico, divertido  perfecto a los ojos de unos ciudadanos a los que su vida interior les ha sido irremediablemente usurpada. Solo ven por y para el Estado Mundial que, como contraprestación, les ofrece un reino exterior fuera de la historia, aniquilador del pasado y destructor de la condición humana. En definitiva, el Estado Mundial impone la felicidad de la población mundial por decreto. Por tanto, dado que el bienestar de los ciudadanos es un imperativo social, se trata de una felicidad sin sueños, que solo puede vivirse colectivamente. Al único reino interior al que puede aspirar el ser humano de esta futura civilización como individuo, únicamente se accede mediante las drogas y el sexo que, como apreciaremos, siempre controla, diseña y dosifica también el Estado. En este sentido, el paraíso que promete y protege el apocalíptico Estado Mundial es más bien un nuevo infierno ya presente y localizado en la estabilidad, comunidad e identidad, sugestionadas e irremediables, que padece su sociedad, contagiada y emponzoñada por tres doctrinas que procuran la desintegración total el individuo. Esperemos que este modelo de apocalíptico gobierno global vaticinado en la novela no acabe cristalizando en el fatalismo que el filósofo rumano Emile Cioran ya viera cernirse sobre nuestro mundo en 1960, cuando afirmara que la simbiosis entre lo utópico y lo apocalíptico puede reflejar la clase de realidad que nos amenaza y a la que, no obstante, diremos sí, un sí correcto y sin ilusión. Sera nuestra manera de ser irreprochables ante la fatalidad.


Gómez López, J.I. (2014). Introducción. Un mundo feliz. Cátedra: Madrid.

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