Los sistemas educativos modernos proporcionan numerosos ejemplos más de la realidad que se postra ante los registros escritos. Cuando mido la anchura de mi mesa, la regla que utilizo importa poco. La anchura de mi mesa sigue siendo la misma con independencia de que use centímetros o pulgadas. Sin embargo, cuando las burocracias miden a la gente, las reglas que emplean suponen toda la diferencia. Cuando las escuelas empezaron a evaluar a la gente según calificaciones numéricas precisas, la vida de millones de estudiantes y profesores cambió drásticamente. Las calificaciones son un invento relativamente nuevo. A los cazadores-recolectores no se les calificó nunca por sus logros e incluso miles de años después de la revolución agrícola, pocos sistemas educativos utilizaban calificaciones precisas. Un aprendiz de zapatero medieval no recibía al final del año un pedazo de papel que dijera que había conseguido un sobresaliente en cordones pero un aprobado raspado en hebillas. Un estudiante en la época de Shakespeare se iba de Oxford con solo uno de dos resultados posibles: con un grado o sin él. Nadie pensó en dar a un estudiante una nota final de 7,4 y a otro, un 8,8.
Fueron los sistemas de educación masiva de la época industrial los que empezaron a emplear notas precisas con regularidad. Cuando tanto las fábricas como los ministerios del gobierno se hubieron acostumbrado a pensar en el lenguaje de los números, las escuelas hicieron lo propio. Empezaron a evaluar el mérito de todos los estudiantes según su calificación media, mientras que el mérito de todos los profesores y del rector se juzgaba según la calificación media total de la escuela. Cuando los burócratas adoptaron esta regla de medir, la realidad se transformó.
Originalmente, las escuelas debían centrarse en ilustrar y educar a los estudiantes, y las notas eran simplemente un medio de medir el éxito. Pero, de manera totalmente natural, pronto empezaron a centrarse en conseguir calificaciones altas. Como todo niño, profesor e inspector sabe, las habilidades necesarias para obtener calificaciones elevadas en un examen no equivalen a una comprensión verdadera de la literatura, la biología o las matemáticas. Todo niño, profesor e inspector saben asimismo que si se les obligara a elegir entre las dos cosas, la mayoría de las escuelas preferirían las calificaciones.
Las organizaciones humanas realmente poderosas, como el sistema escolar moderno, no son necesariamente perspicaces. Gran parte de su poder estriba en su capacidad de imponer sus creencias ficticias a una realidad sumisa. Cuando el sistema educativo declara que los exámenes de acceso son el mejor método para evaluar a los estudiantes. El sistema tiene suficiente autoridad para influir en las condiciones de admisión en universidades, sectores públicos de empleo y en empresas privadas. Por lo tanto, los estudiantes invierten todos sus esfuerzos en conseguir buenas calificaciones. Los puestos más codiciados los ocupan las personas con calificaciones altas, que naturalmente apoyan el sistema que los llevó a ellos. El hecho de que el sistema educativo controle los exámenes más cruciales le confiere más poder y aumenta su influencia en universidades, departamentos gubernamentales y el mercado laboral. Si alguien objeta que "¡El certificado del título no es más que un trozo de papel!" y se comporta en consecuencia, es poco probable que llegue muy lejos en la vida.
Las ficciones nos permiten cooperar mejor. El precio que pagamos es que la misma ficción también determina los objetivos de nuestra cooperación. Así, podemos disponer de sistemas de cooperación muy complejos, que se emplean al servicio de objetivos e intereses ficticios. En consecuencia, puede parecer que el sistema funciona bien, pero únicamente si adoptamos los criterios propios del sistema. Un director de escuela podrá decir: nuestro sistema funciona. Durante los últimos cinco años, los resultados de los exámenes han mejorado en un 7,3%. Pero ¿es esta la mejor manera de juzgar una escuela?
Las redes cooperativas humanas suelen juzgarse a sí mismas con varas de medir de su propia invención y, algo nada sorprendente, a menudo se adjudican calificaciones elevadas.
Extraído de: Harari, Y. N. (2016). Home Deus. Breve historia del mañana. Penguin Random House: Barcelona.
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