La sociedad ha sido tremendamente injusta con la etapa de Educación Infantil. No ya porque tiene mucho mérito estar con niños pequeños día tras día sino porque su trabajo y contribución son esenciales para que la educación tenga una buena base. Se suele decir que la universidad es la etapa más importante en la formación de una persona, y esa afirmación es casi cierta. Según los neurólogos, los primeros años de vida conforman una etapa crucial en el desarrollo del cerebro. Es el momento que más influye en nuestra vida. Durante estos años se sientan las bases de nuestra personalidad, de nuestra identidad, se define lo que más adelante seremos como adultos y adquirimos los principios que determinarán nuestra conducta individual y social. Es el tiempo de experimentar, de descubrir el entorno y comenzar a relacionarnos con este y con otras personas, de conocernos, de ir adquiriendo autonomía.
Siempre ha habido una cascada de peticiones, y siempre la presión se ejerce hacia abajo: de Bachillerato a Secundaria; de Secundaria a Primaria; y de esta a Infantil. E indefectiblemente se repite el mismo patrón: se exige que pasen con ciertos contenidos que deben haber adquirido en cada etapa. Se piden resultados, pero sería interesante plantearnos qué hemos de pensar cuando hablamos de resultados. Lo que parecería lógico sería seguir construyendo desde la base, no desde el tejado. Para eso deberíamos invertir el sentido de las peticiones, empezar a escuchar mucho más a las primeras etapas y aplicar lo que se hace en estas para mantener la continuidad.
Un símbolo de Infantil son las asambleas. Siempre comentamos la importancia del diálogo, de tener tiempo para conocerse, de compartir, y la asamblea es la llave para conseguir todo esto. ¿Por qué no se hacen asambleas en Primaria, Secundaria y Bachillerato? ¿Por qué no se hacen en la universidad, para que los futuros docentes salgan aprendidos?
Conseguir que sean autónomos, favorecer su desarrollo físico, intelectual, afectivo y social, que desarrollen sus capacidades afectivas, enseñarles a que expresen sus emociones con diferentes lenguajes o a que sepan relacionarse con el mundo, son otros objetivos que podríamos prolongar de Infantil a otras etapas.
El paso de Educación Infantil a Primaria muchas veces genera fricciones debido a que se centra el foco en sus habilidades lectoescritoras. Parece que la única misión de infantil es que salgan con un lápiz en la mano, olvidando todas las competencias en las que educan día tras día. Cada niño tiene su ritmo, la maduración se presenta en distinto tiempo y de diversas maneras en unos niños y otros. Entender que cada niño tiene un ritmo de aprendizaje es uno de los grandes regalos que les podemos hacer. Por eso es clave empezar a desterrar las comparativas entre niños.
La Educación infantil es un complejo mundo de todo menos fácil, y no basta con que te gusten los niños. Los niños a esas edades exigen de toda tu atención, y requieren respuestas inmediatas. Con cada respuesta, con cada enseñanza, estamos forjando su carácter. Desde las demás etapas debemos comenzar a mirar hacia abajo para crecer, las administraciones han de reconocer la labor que se lleva a cabo con estos niños y la sociedad debe valorar todo lo que se hace en los primeros años. No nos engañemos: Infantil es mucho más que rellenar cuatro fichas, hacer manualidades o celebrar la fiesta de la primavera. Es manipular, probar, tocar, fallar, volver a intentarlo, interiorizar las normas de convivencia, aprender a resolver problemas cotidianos, dibujar su propio mundo, crear su propio mundo... La mayoría de esos aprendizajes los adquieren jugando. El juego es la herramienta con la que niños y niñas aprenden; jugar forma parte de su esencia. Ahora bien, decir que en Infantil se pasan el día jugando es no entender de niños o entender muy poco de educación.
Extraído de Bona, C. (2021). Humanizar la educación. Barcelona: Penguin Random House.
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