El arte guarda íntima relación con la política, cosa que cabe apreciar con especial claridad en el caso del arte patrocinado por el Estado. En las culturas estratificadas, la religión es un medio de control social, y las habilidades del artista son aprovechadas por la clase dirigente para inculcar ideas religiosas de obediencia y santificar el statu quo. En contra de la popular imagen moderna del artista como un espíritu libre desdeñoso de la autoridad, el arte propio del nivel estatal, es en su mayor parte, políticamente conservador. El arte eclesiástico interpreta el mundo conforme a los mitos e ideologías predominantes que justifican las injusticias y la explotación. El arte hace a los dioses visibles en forma de ídolos. Al contemplar los imponentes bloques de piedra que parecen esculpidos por manos sobrehumanas, los plebeyos comprenden la necesidad de sumisión. Se sienten atemorizados ante el inmenso tamaño de las pirámides, y quedan fascinados y atónitos ante las procesiones, oraciones... que los sacerdotes realizan en marcos dramáticos: altares de oro, templos con columnatas, grandes techos abovedados, gigantescas rampas y escalinatas, ventanas por las que solo penetra la luz celestial.
Salvo en los últimos 100 años de historia, la Iglesia y el Estado han sido los más importantes mecenas de las artes. Con el desarrollo del capitalismo, las instituciones eclesiásticas y civiles se descentralizaron paulatinamente, y los individuos ricos sustituyeron en un grado considerable a la Iglesia y al Estado en el mecenazgo de las artes. Este patrocinio individualizado fomentó una mayor flexibilidad y libertad de expresión los temas políticamente neutrales, profanos e incluso revolucionarios y sacrílegos se volvieron corrientes. Las artes se convirtieron en formas profanas e individualistas de expresión y entretenimiento. Para proteger y preservar su recién hallada autonomía el establishment del arte adoptó la doctrina del "buscar arte por el arte". Libres para expresarse a su capricho, los artistas ya no estaban seguros de lo que deseaban expresar. Se consagraron cada vez más a símbolos idiosincrásicos y oscuros, organizados según pautas originales e ininteligibles. Y los mecenas del arte, interesados cada vez menos en la comunicación, se orientaron progresivamente hacia la adquisición y patrocinio de la obra de arte como operación comercial prestigiosa que producía importantes beneficios, deducción de impuestos y un refugio contra la inflación. Por contraposición, el arte en los países comunistas ha retornado al mecenazgo estatal y se usa, deliberadamente, como medio de convencer a los ciudadanos de que el statu quo postrevolucionario es justo e inevitable. El resultado final ha sido que los artistas, tanto en Occidente y los países del Este como en el Tercer Mundo, además de dedicarse a crear transformaciones-representaciones para satisfacer nuestro humano afán de placeres estéticos, se ven envueltos en la controversia política. Por cada artista actual que antepone el arte a la política hay uno, como mínimo, que antepone la política al arte.
Extraído de Harris, M (2021). Antropología cultural. Capítulo 13: El arte. Alianza editorial: Madrid.
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