Desde un punto de vista práctico y teórico, la cuestión más importante que puede preguntarse respecto a las clases es si existe o no una clase gobernante. Paradójicamente, este es un tema sobre el que se conoce relativamente poco.
La existencia de una clase gobernante parece ser negada por la capacidad de la gente, considerada globalmente, para votar a los dirigentes políticos mediante voto secreto. Sin embargo, el hecho de que un porcentaje de la población en edad de votar no lo haga en las elecciones presidenciales sugiere que un sesgo de los ciudadanos no confía en las promesas de los candidatos o duda de que un candidato pueda hacer poco más que otro para que la vida sea significativamente mejor.
Además, es bien sabido que la selección real de los candidatos políticos y la financiación y dirección de las campañas electorales están controladas por grupos de interés especiales y por comités de acción política. Pequeñas coaliciones de individuos poderosos que operan a través de agentes, firmas jurídicas, legislaturas, tribunales, agencias ejecutivas y administrativas y medios de comunicación de masas influyen decisivamente en el curso de las elecciones y de los asuntos nacionales. La mayor parte del proceso de toma de decisiones consiste en respuestas a presiones ejercidas por los grupos de interés. En las campañas políticas, los candidatos elegidos suelen ser los que gastan más dinero.
Los que rechazan la noción de que existe una clase gobernante basan su alegación en la multiplicidad de grupos de intereses especiales. Aducen que el poder está disperso entre tantos bloques, grupos de presión, asociaciones, clubs, industrias, regiones, grupos de renta, grupos étnicos, provincias, ciudades, grupos de edad, legislaturas, tribunales y sindicatos que ninguna coalición sería suficientemente fuerte como para dominar a todas las demás. Según el economista John Kenneth Galbraith no existe clase dirigente; hay solo un poder de compensación. Pero la cuestión crucial es esta: ¿existe una categoría de personas que compartan un conjunto común de intereses subyacentes en la perpetuación del statu quo y que, en virtud de su extremada riqueza, sean capaces de imponer límites a los tipos de leyes y políticas ejecutivas que se ponen en vigor y se cumplen? La evidencia de que existe esta categoría de personas se basa principalmente en estudios de grado de concentración de la riqueza en empresas gigantescas y familias ricas. Este tipo de datos, por sí mismos, no pueden demostrar la existencia de una clase dirigente, pues sigue existiendo el problema de vincular a los consejos de administración de estas poderosas empresas y a los líderes de familias con decisiones sobre asuntos cruciales como la tasa de inflación, el desempleo, el servicio de sanidad nacional, la política energética, la estructura fiscal, el agotamiento de los recursos, la contaminación, el gasto militar... No obstante, la extraordinaria concentración de riqueza y poder económico muestra que al menos hay una posibilidad real de que tal influencia llegue a ejercerse.
Extraído de Harris, M. (2021). Antropología cultura. Capítulo 16: La antropología de una sociedad industrial. Alianza editorial: Madrid.
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