domingo, 20 de septiembre de 2020

Los ocho primeros cursos en la Escuela Waldorf (Ed. Primaria)

El problema de la madurez escolar

Los psicólogos de diferentes países no están de acuerdo por entero sobre las condiciones que han de exigirse a un niño a fin de considerarlo capacitado para asistir a la escuela. Sin embargo, en un punto coinciden todos: una de las cualidades más importantes es la facultad de poder estarse quietos, sentados en una silla, trabajando. La capacidad de concentración denota un cambio tan marcado en la vida de un niño, que hace legítima la pregunta ¿cómo se forma esta capacidad?

Mientras que el niño se encuentra en la edad preescolar, es decir, durante el período de crecimiento intensivo, estas fuerzas sanas, vivificantes están completamente unidas al cuerpo físico. Poco a poco, una parte de estas fuerzas es liberada de su función biológica, y queda entonces disponible como capacidad de aprender, como la facultad de trabajar a nivel anímico, mientras el cuerpo se encuentra durante algún tiempo en relativa tranquilidad.

Ha llegado la hora de entrenar la memoria y el carácter, conducir la fantasía y el temperamento por vías saludables. El niño en edad escolar, que, sentado en su sitio dibuja inclinado sobre su cuaderno, puede considerarse como testimonio de la existencia de las fuerzas formadoras que quieren formar y crear.

Los niños en la edad preescolar, en el fondo no les preocupa gran cosa lo que les digamos para reprenderles y para enseñarles, pero sí les hace mucha mella los actos y los sucesos que perciben a su alrededor. Junto con el despertar de las nuevas fuerzas formadoras anímicas adquieren una capacidad que poseerán para el resto de su vida y que es una de las facultades más importantes: concebir lo que dice otra persona y elaborarlo en propia consciencia.

Muchos investigadores aseguran que no existe una edad general de madurez escolar. No se ha logrado descubrir ningún rasgo fisiológico característico. Esta edad es en la que los niños aprenden a trabajar individualmente y con concentración y a cooperar de forma ordenada. Especial característica es la transformación que experimentan en el pensar.

Aprender a leer y a escribir antes de esta edad tiene como consecuencia, según Rudolf Steiner, una debilitación física, pues este aprendizaje requiere fuerzas interiores que el niño aún necesita para el desarrollo puramente orgánico.


El maestro tutor

A lo largo de ocho años les saludará todas las mañanas y cada día el maestro tutor imparte la “clase principal” y a ser posible alguna que otra asignatura en su grupo. Ocho años es mucho tiempo. Los alumnos atraviesan una serie de profundas transformaciones y el maestro también. La misión del maestro se va convirtiendo de diversas maneras en la de un amigo mayor. “Sus niños” han pasado de la infancia a la juventud. El maestro deberá transformarse junto con sus alumnos. Ellos son además la mejor ayuda en este camino de la autoeducación.

El amor por los pequeños tiene que convertirse, paso a paso, en amor a la realización de la educación, al trabajo con los niños, al interés por el mundo y a la evolución del hombre. En el segundo septenio, en la etapa del maestro tutor, el contacto ha de ser anímico. En el tercero si esta unión anímica se encamina cada vez más claramente hacia contenidos espirituales comunes, pues el tercer septenio necesita este amor espiritual amistoso, el entusiasmo común entre personalidades que colaboran libremente en mutuo contacto humano. Por amor a la individualidad espiritual de los alumnos, sigue la marcha de sus destinos con continuo interés interior. Conduciendo cuidadosamente las relaciones humanas, el maestro tutor puede dar de vez en cuando una ayuda substancial para la vida. Esto presupone que el maestro, en la preparación de las clases incluya la profunda contemplación de la imagen de cada uno de los niños dentro de su corazón. Durante estos años es preciso que estructure su trabajo de forma que los alumnos se hagan cada vez más independientes, consiguiendo que el apego personal al maestro se transforme en apego a la escuela y preparando el paso a la secundaria.


¿Autoridad o libertad?

Para los niños tener cerca de sí a una persona en la que puedan apoyarse y hacia la que puedan mirar con profundo respeto es muy importante. Pues autoridad es un trayecto necesario en el camino que conduce a la libertad.


La necesidad de imágenes

Los niños piensan en imágenes. Este modo de pensar alcanza su punto culminante entre los seis y diez años más o menos, y al acercarse la pubertad se transforma en el gusto por la causalidad y en la capacidad de operar con conceptos abstractos. Una riqueza de imágenes de forma muy dinámica genera una intensidad sorprendente de la voluntad por comprender y aprender.


La letra partiendo de la imagen

Consonantes y vocales se diferencian, ya nada más empezar a aprenderlas, en fonemas del mundo y fonemas del alma. Así la escritura precede a la lectura. Durante el primer curso se introducen todas las letras y los niños leen solamente lo que ellos mismos escriben. Hasta el segundo curso no se practica la lectura metódicamente, dando también prioridad a lo que ellos mismos escriben y utilizando muy poco el libro de lectura.

Los niños han vivido hasta ahora en un mundo concreto, en el que cada cosa era aquello que representaba. Con las letras no ocurre lo mismo. De por sí no representan nada: solamente significan algo. La persona que aprende a leer, entra en un mundo de signos abstractos. Este cambio es para muchos niños más difícil de lo que creemos. Un síntoma de este problema es la legastenia (dificultad para leer y escribir), que hoy día cada vez es más frecuente en muchos países.


El aprendizaje del cálculo.

Siempre se practican las cuatro operaciones fundamentales a la vez. El maestro, al contrario que en la escritura y en la lectura, en el cálculo puede avanzar con bastante rapidez. Este modo de proceder analítico tiene en un principio la ventaja de estimular con más facilidad el trabajo libre y creativo. Las regularidades ocultas en los números, no solamente despiertan en los niños el afán de investigar; despiertan y forman también el pensar de una manera sana y conforme a la realidad.


Narraciones para problemas de la vida

Los niños tienen la vivencia de sí mismos y las consecuencias de sus actos, con toda la atención e interés que brindan a una historia emocionante y a sus héroes, sin darse cuenta, en un principio, de que se contemplan a sí mismos. Un momento de profundo conocimiento de sí mismo.


Los doce años de edad

Después de la “crisis de los nueve años”, la mayoría de los niños entran en una etapa armoniosa; los niños de diez años son tremendamente activos y suelen tener muy buen humor. Cuando el niño de diez años está en su apogeo, presenta una imagen de equilibrio tan rica en facetas, que se manifiesta como la expresión perfecta de la fuerza creadora de la naturaleza. A la edad de once y sobre todo de doce años esta imagen cambia considerablemente. El esqueleto se hace más pesado, y los movimientos pierden su donaire, se hacen torpes y recios. El afán de oposición aumenta. La profunda transformación interior que aparece como efecto secundario de la pubertad física, proyecta sus sombras con anticipación. Pero también su luz: hay fuerzas del intelecto y sentido de la responsabilidad que es preciso que el maestro alimente, para ver surgir la hermosura y fuerza de esta edad. En las profundidades, desconocidas hasta ahora, de los sentimientos, soledad y verdadera amistad, egocentrismo e interés abnegado por las cosas, muerte y amor se convierten en experiencia personal. La vida individual de los sentimientos despierta, transforma la relación con el propio cuerpo, con el medio ambiente, con las ideas e ideologías; se refleja tanto en su interés por el mundo y capacidad de amar, como también en la capacidad de comprender causalidades y de emitir juicios. Durante estos años se incluyen asignaturas nuevas que requieren un razonamiento independiente y actividad propia.

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