viernes, 25 de septiembre de 2020

Democracia y Educación

La escuela, por una parte tiene la responsabilidad de enseñar las ventajas del sistema democrático; por otra, es cómplice de la hipocresía inherente a las democracias contemporáneas. Un sistema de gobierno en el que ciertos elementos de la élite, que se apoyan en la comunidad comercial, controlan el estado mediante el dominio de la sociedad privada, mientras que la población observa en silencio. La democracia es un sistema en el que las decisiones son tomadas por las élites y ratificadas públicamente.

Las escuelas son como centros de adoctrinamiento, en tanto que imponen la obediencia, bloquean todo posible pensamiento independiente e interpretan un papel institucional dentro de un sistema de control y coerción.

La clase gobernante no pide disculpas por la función antidemocrática de las escuelas, se espolea a los gestores culturales de nivel medio (expertos, profesionales y maestros), mediante un sistema de recompensas, para que propaguen el mito de que la escuela es un espacio democrático en el que se enseñan los valores democráticos. Como gestores culturales, los maestros apadrinan estas verdades teológicas (o incuestionadas), de forma que legitiman la función institucional desarrollada por las escuelas dentro de un sistema de control y coerción.

Las escuelas, centros de adoctrinamiento y obediencia impuesta, lejos de favorecer el pensamiento independiente, a lo largo de la historia, no han dejado de interpretar un papel institucional dentro de un sistema de control y coerción (teoría del poder de Michael Foucault). Una vez que se te ha educado, se te ha socializado ya de una manera que respalda las estructuras de poder que, a su vez, te recompensan generosamente. Los maestros son como otros profesionales, expertos o consultores, que proporcionan autoridad con su labor, a cambio de importantes beneficios. Se espera de los maestros que se comprometan con cierto tipo de reproducción ética, social, política y económica, diseñada para moldear a los estudiantes a imagen de la sociedad dominante.

Tenemos un modelo educativo colonial, muy elaborado y diseñado fundamentalmente para formar a los maestros con métodos que devalúan la dimensión intelectual de la enseñanza. El objetivo principal es continuar discapacitando a los maestros y estudiantes, de forma que caminen irreflexivamente a través de un laberinto de procedimientos y técnicas. El sistema educativo no fomenta el pensamiento crítico e independiente. Nuestras escuelas democráticas se basan en un enfoque instrumental y acumulativo que normalmente impide el desarrollo de la clase de razonamiento con la cual se puede leer el mundo críticamente y comprender los motivos y relaciones que subyacen a los hechos. Este enfoque instrumental se caracteriza por la realización de ejercicios rutinarios, que no exigen esfuerzo ni tratan temas importantes, y que son repartidos como preparación para exámenes por maestros que no escriben más que galimatías, en imitación de la palabrería psicológica que los rodea. Los Departamentos Estatales de Educación reafirman su control sobre el currículo escolar mediante la estandarización de exámenes oficiales, adquiriendo más vigencia este tipo de educación instrumental y acrítica ya que la enseñanza se confía a los exámenes, mientras que se desatiende el aprendizaje que ha de guiar la relación del yo con la vida pública y de la responsabilidad social con las peticiones más generales de la ciudadanía. En este proceso, los maestros favorecen el aprendizaje rutinario y la simple memorización de hechos, mientras que sacrifican el análisis crítico del orden sociopolítico (aún cuando este orden empieza por crear la necesidad misma de la educación).

Las metas de la educación a los requerimientos pragmáticos del mercado,forma a los estudiantes para que sean trabajadores sumisos, consumidores expectantes y ciudadanos pasivos, la sociedad se ve forzada a crear estructuras educativas que adormezcan la capacidad crítica de los alumnos, con miras a domesticar el orden social y asegurar así su autopreservación. Crea patrones educativos que incluyen acciones que procuran la domesticación de la conciencia y su transformación en un recipiente vacío. La educación, dentro de esta práctica cultural dominadora, queda restringida a una situación en la que el educador, que sabe, transfiere un conocimiento preexistente al estudiante que no sabe (educación bancaria de Paulo Freire).

La cultura corporativa aumenta su control sobre la escuela, la función de los maestros se ve reducida a imponer una verdad oficial, predeterminada por un grupo reducido de personas que analizan, ejecutan, toman las decisiones y mueven los hilos en el sistema político, económico e ideológico. Para poder llevar a cabo esta tarea de educación, los maestros han de tratar a sus alumnos como vasijas vacías que se deben rellenar con ideas predeterminadas y, generalmente, desconectadas de la realidad social que los envuelve, así como cualquier valor de igualdad, responsabilidad y democracia. Se premia al que colabora con su propia idiotización, hasta convertirse en el llamado buen estudiante que repite lo oído, que renuncia al pensamiento crítico, que se adecúa a los modelos que le ofrecen y que ha de contentarse con recibir contenidos impregnados de una ideología esencial para los intereses del orden sagrado.

En su alienación, se niegan a aceptar el conocimiento que les ha transmitido un sistema ideológico y doctrinal que falsea la realidad y distorsiona su imagen, con la esperanza de que los estudiantes se acomodarán a vivir en la mentira. Es por esta razón por lo que un gran número de estos estudiantes subordinados planta cara a la educación doctrinal, utilizando el recurso de abandonar los estudios.

La escuela procura mantener la hegemonía cultural y económica vigente en las sociedades llamadas abiertas y democráticas, para lo cual recurre a la propagación de mitos. Los mitos son persistentes porque no se los cuestiona; son convincentes porque ofrecen un retrato simplificado de una realidad compleja; y son antirrealistas, porque disfrazan la verdad. La enseñanza de la verdad sin disfrazar supone una auténtica amenaza para el sistema doctrinal. Un maestro al que se paga para que proteja el sistema doctrinal e ideológico vigente tendrá escaso interés en enseñar a sus estudiantes ciertos aspectos que puedan tambalear el sistema operante y establecido.

La incapacidad de percibir estas contradicciones tan evidentes es un componente clave de la manipulación ideológica, que suele producir una desarticulación de los conocimientos adquiridos, alejando así a los observadores de una comprensión crítica y coherente del mundo en el que viven.

La adquisición de la suficiente claridad de ideas exige un alto nivel de claridad política, algo que la ideología dominante intenta eliminar por todos los medios ya desde la escuela y que se adquiere a base de cribar el flujo de información y relacionar unas piezas con otras hasta que se logra una comprensión global de los hechos y su razón de ser. Las personas que han sido educadas bajo un modelo domesticador, de transferencia (o incluso imposición) de conocimientos, no son capaces de interconectar las piezas y distinguir. En parte, ello obedece a que los maestros y políticos de tres al cuarto que, como la mayoría de expertos han aceptado ciegamente la ideología dominante, son técnicos que, en razón de la educación domesticadora que se les ha transferido en la línea de montaje de fábrica de las ideas, e impulsados por este conocimiento engañoso, no suelen llegar a desarrollar una comprensión del mundo crítica y coherente. Este tipo de pensamiento domesticado hace posible que nos pongamos de parte de los líderes políticos que realizan el ritual de exigir la protección de los derechos humanos en todo el mundo, pero que no reconozcamos la complicidad de estos mismos líderes en la violación de los derechos de los ciudadanos.

Uno de los componentes centrales de esta pedagogía de las mentiras diseñada por la ideología dominante para impedir el desarrollo de una comprensión crítica de la realidad, es la creación de ilusiones necesarias y simplificaciones en gran escala y de gran poder emotivo… para que el rebaño desconcertado (la masa ingenua y mentecata) no se vea aturdido por la complejidad de los problemas reales que, además, tampoco sabría cómo resolver. La escuela y la universidad intentan frenar el desarrollo de una educación más crítica.

Antes de dotar de sentido una descripción de la realidad en el nivel de las palabras, es necesario leer el mundo, esto es, las prácticas culturales, sociales y políticas que lo conforman. Tenemos que basarnos en aquellos modelos culturales que son responsables de nuestros cuentos.

Una pedagogía de la esperanza, por la cual se invita a los estudiantes a que descubran por sí mismos la naturaleza de la democracia y su funcionamiento. En este proceso, los estudiantes abandonan su posición de meros objetos y se convierten en agentes de la historia, a la búsqueda incesante de la verdad. Los maestros han de cesar en su complicidad con la educación tecnocrática que los desintelectualiza y hace que trabajen fundamentalmente para reproducir, legitimar y mantener el orden social dominante, que les reporta beneficios.

La escuela representa a la vez la ideología dominante y la posibilidad de lucha y resistencia, y que debería ser defendida por grupos diversos, ya que desempeña un papel fundamental en preparar a los estudiantes para que asuman la responsabilidad de expandir los horizontes de la democracia y la ciudadanía crítica. Uno de los desafíos a los que nos enfrentamos los educadores es descubrir qué resulta históricamente factible en la línea de contribuir a la transformación del mundo, originando un mundo más redondeado, menos anguloso, más humano.


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