martes, 3 de noviembre de 2020

Perdiendo sus infancias

Tras pasarse la mayor parte del día en la escuela, a los niños se les mandan, por norma general, tareas adicionales para realizar en casa. El misterio aumenta cuando se constata que las extendidas creencias sobre los beneficios de los deberes (mayor rendimiento académico y promoción de valores como la autodisciplina y la responsabilidad) no vienen corroboradas por la evidencia científica disponible.

No hay duda de que estamos ante un tema de enorme relevancia para casi todos los que conviven con niños y jóvenes. Pero a pesar de nuestra preocupación, rara vez se cuestiona la creencia de que se deberían seguir mandando deberes.

Esta postura de aceptación generalizada sería comprensible si, de vez en cuando, la mayoría del profesorado decidiera que un determinado tema debe continuar después del colegio y, entonces, se pidiera a los alumnos que leyeran, escribieran, investigaran, o hicieran algo en casa esa tarde. Podríamos plantearnos dudas sobre ciertas tareas pero, al menos, sabríamos que los profesores están aplicando un criterio, decidiendo caso por caso si las circunstancias realmente justifican la intromisión en el tiempo familiar, y valorando la probabilidad de que el resultado sea un aprendizaje significativo.

Lo que la mayor parte del profesorado y responsables educativos está diciendo no es: hacer este proyecto concreto en casa puede ser útil. Sino que más bien, el punto de partida parece ser, hemos decidido de antemano que los niños tienen que hacer algo todas las tardes o varias tardes a la semana o todos los fines de semana. Ya se nos ocurrirá qué les haremos hacer. La práctica mayoría de los centros educativos (públicos y privados, primaria y secundaria) acepta este compromiso genérico con la idea de los deberes en abstracto. Incluso muchos colegios supuestamente progresistas establecen criterios que especifican el tiempo que los niños de una determinada edad deberían dedicar a algún tipo de tarea escolar en casa.

Un fragmento de la revista Parents (el artículo apareció en el número de noviembre de 1937) dice lo siguiente:

Si no se obligara a los niños a aprender cosas inútiles y sin sentido, entonces los deberes serían absolutamente innecesarios para el aprendizaje de las asignaturas ordinarias. Pero cuando se exige la acumulación de una gran cantidad de datos con poca o ninguna importancia para el niño, el aprendizaje es tan lento y costoso que el colegio se ve obligado a requerir la ayuda de casa para salir del lío que el propio colegio ha generado.

La cantidad de deberes

En las dos últimas décadas la tendencia más notable con respecto a los deberes escolares es la tendencia a acumular cada vez más cantidad de deberes sobre niños cada vez más pequeños. Actualmente es raro encontrarse con profesores suficientemente valientes como para cuestionar que los alumnos de primero realmente necesiten hacer en casa hojas de ejercicios. Más aún, los deberes incluso se están convirtiendo en algo normal para los niños de 5 años.

Cuando la educación se compartimenta, y esto sucede varios años antes del bachillerato, no suele existir coordinación entre los profesores de un grupo, lo que significa que cada uno puede mandar deberes sin tener en cuenta la cantidad de deberes que otros profesores ya han mandado.

El impacto en nuestras vidas

  1. Una carga para las familias: Natriello descubrió que incluso las tareas más rutinarias conllevaban instrucciones que, a veces, eran difíciles de entender para un padre y una madre con estudios universitarios; mientras que las tareas más creativas podían ser todavía más agobiantes para las familias. Como mínimo, requieren que uno tenga tranquilidad, un estado que no suele estar al alcance de los padres y madres que trabajan. Muchas madres y padres vuelven cada tarde a casa tras todo un día de trabajo, solo para hacer de monitores de los deberes de sus hijos; un trabajo para el que nunca se han preparado.

  2. Un estrés para los niños: de modo que los deberes son un problema para los padres y también son un problema para los niños. Además, estos dos efectos están relacionados. Si los padres sienten la presión de la escuela para que se aseguren de que sus hijos no se quedan atrás y mantienen el ritmo, entonces esta presión llega a los niños. Cuando una madre siente que su competencia como madre está siendo evaluada, puedes estar seguro de que sus hijos compartirán la presión.

  3. Un conflicto familiar: por otra parte, cuanto más intervienen los padres en los deberes, más tensión experimentan los niños y además sin obtener aparentemente ningún beneficio académico a largo plazo de esta ayuda. Los niños se plantean los deberes como un organizador de su tiempo, y una barrera para otras actividades si existen deberes que hacer. Los diálogos familiares normalmente tratan del tipo de deberes que tiene el niño, del tiempo que tardará en hacerlos y de la manera en que el resto de actividades se programará en torno a ellos. Ningún padre o madre pregunta: Entonces, ¿la tarea te ha ayudado a comprender este tema? o ¿Qué opinión tienes sobre el tema en el que has estado trabajando?. Como regla general el objetivo de los deberes no es aprender; y mucho menos conseguir placer al aprender. Son algo que hay que acabar. Y hasta que se acaban, ocupan un lugar central en las conversaciones, siendo un invitado obligado.

  4. Menos tiempo para otras actividades: Aparte de los efectos, tantas veces negativos, que los deberes tienen sobre padres, hijos e interacciones familiares; está el hecho evidente de que una hora dedicada a hacer los deberes es una hora que no se dedica a otras cosas. Hay menos oportunidades de implicarse en aprendizajes que no se centren en las habilidades académicas tradicionales. Menos oportunidades de leer por placer, de hacer amigos y de socializarse con ellos, de hacer algún deporte, de descansar un poco o, sencillamente, de disfrutar de la infancia. La escuela no debería condicionar ni un minuto del tiempo que las familias dedican a sus hijos por la tarde o por la noche.

  5. Menos interés por el aprendizaje: Los efectos emocionales de los deberes son evidentes, pero su impacto negativo sobre la curiosidad intelectual no es menos real. Las reacciones negativas de los niños se pueden generalizar a la escuela en su conjunto e, incluso, a la idea misma de aprendizaje. Esta es una consideración de enorme importancia para todos los que queremos no solo que adquieran conocimientos, sino que quieran seguir haciéndolo en el futuro. Cualquiera que se preocupe por esta pasión querrá asegurarse de que todas las decisiones sobre qué y cómo se enseña a los niños, sobre cada una de las actividades y decisiones políticas relacionadas con la escuela, tenga en cuenta la pregunta: ¿Cómo afectará esto al interés de estos niños por el aprendizaje, a su deseo de seguir leyendo, pensar e investigar?. En el caso de los deberes, la respuesta es claramente inquietante. La mayoría de los niños odia los deberes. Los temen, se quejan de ellos, evitan hacerlos el máximo tiempo posible. Pueden ser el extintor más claro de la llama de la curiosidad. Phil Lyons, un profesor de ciencias sociales, llegó exactamente a la misma conclusión. Los deberes básicamente contribuyen a una situación en la que los estudiantes ven el aprendizaje, tan solo, como un medio para un fin desagradable. Cuando has despertado su interés con una buena lección y los dejas libres de los deberes, ellos buscan espontáneamente saber más.

  6. Las actitudes frente a los deberes: Lo que parece más común, sin embargo, es simplemente el deseo que tienen los padres de que sus hijos tengan éxito en la escuela, acompañado por la creencia de que los deberes son un medio fundamental para ese fin. En mi opinión los profesores mandan deberes porque las familias y la administración esperan que lo hagan. Y es que algunos padres parecen pensar que el aprendizaje tendrá lugar siempre y cuando sus hijos tengan un montón de cosas que hacer todas las tardes, no importa qué. Se asume que la calidad educativa es sinónimo de esfuerzo, y se cree que el esfuerzo, a su vez, es un reflejo de la cantidad y la dificultad de los deberes. Se quejan de que son una pérdida de tiempo para la familia, pero también asumen que demasiados pocos deberes reflejan una preocupante falta de seriedad con respecto al aprendizaje por parte del colegio. Se oponen a la carga colocada sobre sus hijos, pero al mismo tiempo, desconfían de los profesores que mandan pocos deberes.

Muchas veces, al leer declaraciones de políticos y circulares de colegios, da la impresión de que el objetivo es asegurar tanto la sumisión de los padres como la de los alumnos. Algunos profesores, detestan los deberes o por lo menos, los encuentran inútiles; y los mandan solo porque se sienten presionados. Basándose en sus años de experiencia docente, muchos han concluido que los deberes tienen poco valor pedagógico. Algunos, sin embargo, han tenido que ver las cosas desde el otro lado antes de llegar a esta conclusión.

Algunos padres hacen los deberes a sus hijos por competitividad, confusión o prioridades equivocadas. Es comprensible que las familias críticas con los deberes echen la culpa a los profesores, que los profesores críticos con los deberes echen la culpa a las familias, y que los estudiantes críticos con los deberes echen la culpa a ambos. Es importante a la vez que un sentimiento de impotencia. Culpar a cualquiera de las víctimas es pasar por alto las cuestiones estructurales, las fuerzas que impiden que nos planteemos si los deberes son realmente deseables o inevitables.

Los profesores también pueden encontrarse preguntándose a sí mismos cómo de útil, realmente, es enviar a los niños a casa con estas cargas, pero luego asumen que su única opción es revisar el contenido de las cargas. Asumimos que los beneficios de los deberes son mayores que sus costes. Tendrán algún efecto positivo, nos decimos. Por lo menos estarán mejorando su rendimiento, enseñándoles autonomía y buenos hábitos de estudio, ayudándolos a convertirse en estudiantes más exitosos. Pero, ¿y si nada de esto fuera cierto?

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