martes, 24 de noviembre de 2020

Los estándares más exigentes

El esquema que actualmente usamos para reformar la educación es hacerlo de arriba abajo, mediante leyes uniformadoras impuestas por políticos alejados de la realidad. Esta versión de la reforma consiste en hacer cosas para los educadores y los estudiantes en lugar de trabajar con ellos, en plantear exigencias en lugar de ofrecer ayuda.

Por supuesto, el problema de la tendencia a equiparar más duro con mejor no es solo por el lenguaje utilizado para expresar esta idea. No es solo el origen del término “subir el listón” lo que debería llevarnos a cuestionarlo, es el hecho de que esta frase defiende un modelo consistente en hacer en las aulas lo que siempre hemos hecho, excepto que ahora el número de estudiantes con probabilidades de éxito es menor.

Muchos profesores, deberían abandonar las escuelas para no convertirse en meros técnicos en preparación de pruebas, que es una razón más que explica cómo la política de “subir el listón” en realidad ha disminuido la calidad de las escuelas. Hasta que todos los profesionales del sector educativo o su gran mayoría no decida pararse o paralizar el sistema y recuperar la potestad de decisión, autoría, poder y afianzar su posición, entre otras, nada cambiará.

El movimiento para unos estándares más duros que nos ha traído las pruebas estandarizadas, también es responsable de que se manden más deberes. No se trata solo de que hacer más deberes se haya propuesto como una descabellada manera de hacer frente al creciente porcentaje de abandono y a otros problemas; más bien, los deberes tienen sus raíces en el mismo movimiento que ha ayudado a causar estos problemas. Y los deberes, por si solos, contribuyen de manera sustancial.

En un estudio llevado a cabo en más de 150 colegios de tres estados en EEUU, se encontró que los profesores de tercero de infantil y de primero de primaria mandan más deberes en los colegios con una alta proporción de alumnos de bajos ingresos, alumnos de color y alumnos con un funcionamiento por debajo del correspondiente al curso en el que están. En estas aulas era mucho más probable encontrarse con deberes muy dirigidos y académicos, mientras que era más probable que los niños más privilegiados se encontraran con tareas centradas en la resolución de problemas y en la comprensión.

Pero si aceptamos que los deberes ayudan o que cierto tipo de deberes podrían ayudar entonces se muestra una tendencia a que estos beneficios se acumulen de forma desproporcionada en los alumnos ya que tienen una posición de partida que les predispone a tener éxito en la escuela. Si los deberes ayudan a alguien, es a los más favorecidos. Si nos sentáramos a pensar y, deliberadamente, tratáramos de encontrar una manera de ampliar aún más la brecha en el rendimiento, inventaríamos los deberes.

La razón no es difícil de entender: los estudiantes cuyos padres entienden los deberes y pueden ayudar a hacerlos tienen una considerable ventaja sobre aquellos cuyos padres no tienen la capacidad o el tiempo para prestar esa ayuda.

Muchos profesores basan su prestigio en lo difícil que es su asignatura y, a su vez, crean estudiantes con un sentimiento de orgullo por su capacidad para soportar la dureza. La educación, no es un proceso en el que más trabajo equivalga siempre a una experiencia educativa mejor (más dura). Los deberes, obviamente, son un componente fundamental de este sistema.

No solo existen buenas razones de carácter genérico para dudar de la afirmación de que los deberes son beneficiosos académicamente, sino que los datos internacionales han refutado definitivamente la afirmación de que los países cuyos estudiantes hacen más deberes tienden a ser aquellos con mejores resultados.

Tristemente, el juicio de valor predominante en la educación es que se la considera principalmente en términos económicos, la alienación académica llega a ser más grave y preocupante que la alienación económica. Esto es algo tan ampliamente aceptado por políticos, columnistas y muchas personas, que raramente se reconoce siquiera como motivo de debate. La educación se podría ver como una manera de hacer lo que es mejor para cada niño o niña promoviendo su desarrollo, o como una manera de crear una sociedad justa y democrática. Pero estos objetivos se dejan inevitablemente al margen si el principal objetivo de la escuela es preparar a los niños para ser trabajadores productivos que contribuyan a aumentar la rentabilidad de sus futuros empleadores. Cada vez que se describe la educación como una inversión o se menciona a las escuelas en términos de economía global se deberían disparar todas las alarmas recordándonos las implicaciones morales y prácticas de dar una respuesta en euros a una pregunta sobre la escuela. Dicha respuesta no solo revela mucho sobre cómo vemos el aprendizaje, sino también a la infancia.

El estado de nuestra economía es consecuencia directa del buen trabajo que nuestras escuelas están haciendo en la formación de los trabajadores del mañana. Esto también se suele plantear como una cuestión de fe. Pero diferentes líneas de investigación convergen para cuestionar esto. En primer lugar, en el plano individual, cuando se utilizan como criterio los salarios o ratings de supervisión, los resultados en las pruebas solo tienen una pequeña relación con la productividad laboral. Por otra parte, la conexión entre educación y economía también falla cuando la analizamos en conjunto, como país. El analista educativo Gerald Bracey analizó 38 naciones. Sus economías se valoran según el Índice de Competitividad Global elaborado por el Foro Económico Mundial, y sus estudiantes mediante las puntuaciones en las pruebas internacionales de matemáticas y ciencias. No existía prácticamente ninguna correlación entre las puntuaciones de los países en ambos rankings. La única razón para que la evaluación sea estandarizada es facilitar la clasificación no solo de los países sino de los estados o comunidades, municipios y colegios. Si a los responsables educativos les preocupa el funcionamiento de sus colegios o distritos escolares en comparación con el resto, entonces es difícil que ninguno ponga fin a los deberes innecesarios hasta que los responsables de los otros estén dispuestos a hacerlo. Esta (i)lógica es comparable a la de la carrera de armamentos.

Cuando los niños infieren que la atención y aprobación que consiguen vienen condicionadas por su rendimiento, los efectos psicológicos pueden ser devastadores. Lo que solemos olvidar es que cada uno de nosotros somos parte del resto para las personas que nos tienen en cuenta para justificar sus acciones. Tal vez sería preciso decir que los únicos ganadores son los políticos que obtienen beneficio del discurso de los estándares exigentes. Los perdedores son los niños y niñas, obligados a tirar como bestias de carga de la gloria de los adultos.

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