martes, 10 de noviembre de 2020

¿Proporcionan los deberes beneficios no académicos?

Investigación tras investigación se ha encontrado que cuando estamos implicados en algún tipo de competición acabamos haciéndolo peor. Los deberes son el vínculo entre la escuela y la casa que muestra lo que los niños están aprendiendo. Deberíamos revisar esto porque no son solo un vínculo, sino el vínculo. Hay mejores formas, programas, proyectos para abordar la relación familia-escuela.

En términos generales, es comprensible que los padres sientan que no saben cómo acertar puesto que se les envían mensajes contradictorios acerca de cómo deberían involucrarse en las tareas de sus hijos. Pero esta situación se hace todavía más frustrante cuando se espera que los padres participen activamente a la vez que se supone que los deberes son un momento para sentarse relajadamente y observar cómo están aprendiendo sus hijos. En cualquier caso, cuando ya existen pocas pruebas de que los deberes sean una ayuda para que los niños mejoren su aprendizaje, todavía es más difícil justificar que los niños los hagan, sobre todo si hay otras maneras de informar a los padres sobre lo que sucede en la escuela.

Buscando pruebas

El argumento no académico más frecuente para justificar los deberes es que, al igual que la competición, son beneficiosos para el desarrollo de la personalidad. En concreto, se dice que ayudan a los alumnos a responsabilizarse del trabajo escolar, a poner en práctica hábitos de estudio, a desarrollar la voluntad, la capacidad de seguir instrucciones, la limpieza y la pulcritud, y la responsabilidad en general. Otros han afirmado que los deberes promueven la autodisciplina así como la iniciativa y la autonomía. Harris Cooper escribió en 1989 que no existen estudios que se hayan centrado en resultados no académicos. En 2005 le entrevistaron en relación a este tema y solo pudo citar 2 estudios y ninguno se centraba en los hábitos de estudio, sino en la relación entre los deberes y la conducta de los alumnos.

No tenemos casi ninguna evidencia empírica que muestre cómo afectan los deberes a la manera en que los estudiantes se forman una idea de la escuela, de sus profesores, de ellos mismos, o incluso de la idea misma de los deberes. Una excepción: Cooper y sus compañeros preguntaron a unos 700 alumnos de diferentes edades si pensaban que los deberes ayudaban a aprender. No encontró ninguna relación entre la cantidad de deberes que se les mandaba a los estudiantes más mayores y lo que pensaban. Pero en el caso de los alumnos más pequeños (hasta 5º de primaria), cuantos más deberes tenían que hacer más negativas eran sus actitudes.

Replanteándonos el sentido común

Por lo general son los padres quienes eligen cuándo hacen sus hijos los deberes, insistiendo en que los terminen antes de hacer algo que sus hijos encuentren agradable. Otra variable es la personalidad. Un montón de personas que no tuvieron muchos deberes de pequeñas resultan ser muy hábiles a la hora de organizarse y planificar su tiempo. Resulta curioso afirmar que los deberes son la única herramienta, o incluso la mejor, que tiene la escuela para apoyar cualquiera de estas cualidades relacionadas con el carácter. Una evidencia derivada de esta literatura es que tanto a los niños como a los adultos les va mejor en casi todos los aspectos de su vida cuando tienen algún control sobre los acontecimientos que los afectan. Los beneficios de experimentar una sensación de autonomía van desde una mejor salud física a un mejor ajuste emocional y, en el caso de los estudiantes, también incluyen una mayor autoconfianza académica, algo que se asocia con un aprendizaje más exitoso. Incluso en los colegios “progresistas” los alumnos no tienen prácticamente nada que decir sobre la mayor parte de lo que hacen, ni sobre con quién lo van a hacer, ni sobre cuánto tiempo debería llevar, ni sobre cómo se va a evaluar. Nos están demostrando claramente que podemos hacer que los estudiantes hagan cosas que no quieren, pero que no podemos conseguir que quieran hacer esas cosas. Las personas somos activas constructoras de significados. No somos recipientes pasivos en los que se puede embutir conocimientos, habilidades o valores. Ayudar a los niños a adquirir responsabilidad, autonomía o cualquier otro valor, nos obliga a trabajar con ellos, algo muy opuesto a imponerles cosas, como los deberes.

Nos exige fijarnos en lo que quieren, en lo que necesitan y en cómo ven el mundo. Las habituales defensas de los deberes no parecen tener en cuenta estas consideraciones. En este sentido, son defensas que carecen tanto de credibilidad como de datos que las fundamenten.

Reconsideremos los valores

Los deberes tienden a acabar necesitando la ayuda de la madre o del padre. Y muchas veces, un niño puede acabar aprendiendo más por el hecho de recibir esta ayuda que por hacer los deberes a solas. Debemos preguntarnos si el objetivo principal de los deberes es ayudar a los niños a ser más entusiastas y competentes en su aprendizaje, o crear una situación en la que podemos juzgar cómo son de buenos haciendo las cosas solos y tal vez, enseñar el valor del esfuerzo individual.

Actualmente la escuela es demasiado buena enseñando a las personas a hacer lo que se les dice… Tenemos que cuestionar la práctica de mandar deberes todas las tardes a los alumnos con el objetivo de que aprendan a practicar la obediencia ciega a expensas de su propio tiempo y de sus intereses.

También se dice que los deberes enseñan a los niños autodisciplina. Para comenzar, es posible disciplinarse con excesiva severidad, negarse el placer y perseguir las obligaciones propias con una urgencia insana y un nivel de organización rayano en lo obsesivo. Algunos niños que se presentan como historias de éxito en realidad pueden ser niños ansiosos, presionados, motivados por la necesidad constante de superarse, en lugar de por algo parecido a la curiosidad. No es necesario animar o amenazar para que estudien, por lo que podríamos decir que su motivación es interna, Sin embargo, seguramente no es intrínseca. Muchos de ellos son adictos en ciernes al trabajo. Lo que se está prescribiendo son lecciones de obedecer y aprender a esforzarse, con independencia de que el trabajo tenga sentido. El argumento mercantil ve útiles los deberes vinculándolos con el trabajo que se pueden transferir a las ocupaciones adultas. Quizá lo que le puede ser útil a un futuro empleador no sea solo enseñar habilidades, sino inculcar normas, ayudando a producir trabajadores acostumbrados a una larga jornada de trabajo sin quejarse. Si todos estos beneficios resultan ser variantes de la ética del trabajo protestante realmente no nos habremos movido mucho de los objetivos académicos. Aunque esta defensa de los deberes no esté basada en conseguir que los niños sobresalgan en matemáticas o lectura, sigue estando centrada en la adquisición de habilidades que, a la larga, les hagan más productivos académica y económicamente.

Las preocupaciones sobre un exceso de autodisciplina podrían hacernos pensar en objetivos muy diferentes, como la salud emocional e integral cuanto más en serio nos tomemos estos objetivos, menos probable será que aceptemos un sistema de deberes diarios. Lo principal que están consiguiendo los deberes es alejar a los niños del aprendizaje.

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