jueves, 22 de abril de 2021

La relación entre atención, concentración y emociones

Si pensamos en la concentración, esa capacidad que nos permite mantener la atención en algo durante un tiempo determinado y que gasta tanta energía, estamos hablando de una competencia de nuestro sistema cognitivo-ejecutivo. ¿Qué ocurre si estás furioso/a o te sientes bajo amenaza? ¿Eres capaz de concentrarte en algo? Desde luego que no. Si los sistemas instintivo y emocional están en pleno funcionamiento, no podremos concentrarnos.

Y aquí es donde cobra especial importancia el término de inteligencia emocional. Este término es muy reciente: fue utilizado por primera vez en la tesis doctoral de Wayne Leon Payne en 1985. Poco después, los psicólogos Peter Salovey y John Mayer trabajaron en lo que ese término comprendía, lo desarrollaron y resumieron en 5 fases las competencias que una persona debe cumplir para ser considerada emocionalmente inteligente: autoconocimiento, autocontrol, automotivación, empatía y gestión de las relaciones sociales.

Esto guarda una gran relación con la concentración. Ya hemos dicho que, si no tienes bajo control tus emociones, el sistema cognitivo-ejecutivo no podrá entrar en funcionamiento y es él el encargado de nuestra concentración. Por tanto, las dos primeras fases de la inteligencia emocional (autoconocimiento y autocontrol) son indispensables para garantizar la concentración.

También lo es la tercera, la automotivación. Por mucho que conozcamos nuestras emociones y por mucho que podamos controlarlas, si no somos capaces de generar emociones que nos motiven para alcanzar un objetivo, el cerebro desviará la atención de él, ya que el sistema emocional le está indicando que es algo que provoca dolor y no placer. ¿A cuánta gente desmotivada en sus estudios le cuesta concentrarse en él y no sentir la necesidad continua de salir del aula, ir a tomar un café o hablar por WhatsApp con alguien? Y a la inversa, ¿cuánta gente a la que le motivan sus estudios nota cómo la clase se le pasa volando e incluso estudia a gusto por voluntad propia?

Si los alumnos realizan una tarea que no les motiva, les aburre y les crea ansiedad, estarán enviando a su cerebro señales de dolor. Y ya sabemos que su cerebro hará todo lo posible por alejarlos del dolor y por acercarlos al placer. Pueden resistir la tentación de hablar con su compañero de pupitre o de dejar volar su imaginación en busca de una experiencia mejor, pero entonces estarán invirtiendo energías en autocontrolarse para no hacerlo y su rendimiento en la tarea bajará todavía más, ya que el autocontrol es una de las actividades del neocórtex que más energía gasta.

Por eso lo ideal es encontrar algo que les motive. Como educador, debemos ser consciente de que no todo lo que los alumnos van a aprender les resultará atractivo y debemos enseñarles a encontrar motivaciones en cualquier tarea que realicen. Por ejemplo: Si les gusta aprender, que piensen en qué cosas están aprendiendo al realizar la tarea. ¿Qué pueden estar aprendiendo transcribiendo apuntes de un papel al ordenador? Están aprendiendo a utilizar mejor el procesador de textos y que eso puede ayudarles en el futuro.

Los cambios de enfoque ayudarán a conseguir una concentración mucho mayor y mucho más natural que la obtenida a través de estímulos dolorosos. Es importante que tengamos todo el tiempo en mente el motivo por el que estamos haciendo algo, y que ese motivo sea placentero. De lo contrario, tu cerebro intentará desviar tu atención hacia otros estímulos que le resulten placenteros, como irse a la nevera a coger un yogur o empezar a hablar con un amigo por WhatsApp.

En cambio, si encontramos un motivo positivo por el que realizar tal tarea o actividad, será bueno para nosotros; el cerebro se concentrará en ella de forma más natural, ya que le estamos ofreciendo algo que garantizará nuestra supervivencia a corto, medio o largo plazo y algo que nos aproximará al placer en lugar de al dolor.

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