martes, 6 de octubre de 2020

Los deberes y la desigualdad social

En la escuela, todo cambia continuamente, pero, en la clase, todo sigue igual. Y es que, en realidad, aún nos fascina el modelo del clérigo que predica desde lo alto de su púlpito. Como el abogado en la audiencia o el diputado en el parlamento, subyuga y, por el milagro de su voz, opera según el modo sacramental, transformaciones irreversibles en el espíritu de sus oyentes. Y, más aún, se trata esencialmente de un clérigo católico… un clérigo de antes de la revolución protestante, de antes de que los laicos se tomaran el derecho de leer ellos mismos la Biblia, de escoger los pasajes y de osar hacer su propia interpretación. La clase, en nuestro imaginario colectivo, funciona aún demasiado como una iglesia, cuando debería llegar a ser una biblioteca y un taller, un lugar de consulta de recursos, de entreno individual y colectivo, de aprendizaje con un maestro que no se conforma con hablar sino que muestra, explica, actúa ante la mirada de sus alumnos y los hace trabajar ante sus propios ojos para corregirlos, guiarlos, llevarlos al más alto nivel de perfección…

Los deberes escritos que se hacen en casa, su utilidad es muy discutible, corren el riesgo de agotar al niño tras una jornada escolar de 8-10 horas. Las condiciones materiales donde se ejecutan la mayor parte del tiempo podrían resultar dañinas para la salud de los alumnos; la recomendación , tareas muy cortas o suprimirlas del todo. Los deberes para hacer en casa generan desigualdades; remiten a los padres o al entorno del niño el cuidado de dar consejos o de proporcionar ayuda que solo los profesores están formados para asumir, engendran un cansancio que repercute en la calidad del trabajo en clase, y suscitan el desarrollo de actividades comerciales que ponen en peligro la equidad de tratamiento que debe garantizar el servicio público. En resumidas cuentas, los deberes se hacen en casa y en clase se escucha.

Por lo tanto, la escuela debe organizar dispositivos o nuevos programas que permitan a los alumnos aprender a estudiar; debe desarrollar sitios de ayuda donde los alumnos puedan encontrar apoyo, es decir, favorecer el aprendizaje del trabajo individual y contribuir a aportar a cada alumno la ayuda personalizada que necesita, y, así, prevenir los riesgos del suspenso y reducir las dificultades que provengan de las desigualdades originadas por las situaciones familiares. Los maestros ayudarán a los alumnos a asimilar varios métodos de estudio y a utilizarlos adecuadamente y así contribuirán a que estos desarrollen su capacidad de atención, de organización y de reflexión. Democratizar verdaderamente el acceso al saber supone, más que nunca, aportar a los alumnos, en clase y en las estructuras institucionales adaptadas, la ayuda que por otra parte les falta.

La jornada escolar es demasiado pesada, y, por supuesto que el agotamiento escolar afecta sobre todo a los “buenos alumnos” que se toman a pecho el hacer todos los deberes mandados, con lo cual sufren las consecuencias de un razonamiento demasiado utilizado por los profesores: démosles mucho trabajo, así nos aseguramos de que hagan un poco. Los que intentan hacer todos los deberes que se les ponen solo lo consiguen al precio de un gran cansancio, que puede llegar a comprometer su equilibrio personal y su éxito escolar. Los que deciden ni tocarlos tienen el sentimiento de no captar lo esencial y viven con la idea de que lo que se hace en clase solo es un pretexto para ponerles deberes. Todo el mundo sale perdiendo. Si estos no lo hacen es porque no ven la utilidad, porque no han entendido los enunciados con claridad, porque están desanimados, por sucesivos suspensos o, simplemente, porque no les interesa. En la inmensa mayoría de los casos el problema es que el trabajo mandado no está adaptado al alumno (es demasiado fácil o demasiado difícil), que está insuficientemente explicado (los enunciados no están claros) o que no tiene sentido para el alumno; son ejercicios formales de los cuales no se sabe qué es lo que permiten aprender ni que problemas intelectuales o concretos permiten resolver. La escuela se ha mostrado como una institución que, contrariamente a los avatares de la vida social, organiza el aprendizaje de manera sistemática, progresiva y exhaustiva.

Hoy, cada uno intenta echar las culpas al otro: los profesores estigmatizan la dimisión de los padres y se quejan de las intervenciones permanentes sobre su pedagogía, mientras que los padres acusan a los profesores de rechazar cualquier evaluación seria de su trabajo y de entrometerse sistemáticamente en sus responsabilidades como educadores. El maestro encuentra su legitimidad fundadora no en quién tiene razón sino en dónde está la razón, pues es quien conduce hacia la verdad. Muchos trabajos importantes, en numerosas disciplinas de la enseñanza, aún se mandan para hacer en casa, lo que viene a ser un poco como si los profesores de educación física dictaran en clase las reglas de baloncesto y mandaran hacer el partido en casa… Se alega el tamaño de los programas, la falta de tiempo y la abundancia del alumnado. Sabemos que el hecho de dedicar un tiempo a hacer los deberes en clase, permite, en realidad, economizar un tiempo considerable a medio y largo plazo.

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