La alegría de los primeros deberes para hacer en casa se transforma en tragedia. Los deberes para hacer en casa no deben ser abordados en circunstancias dramáticas sobrecargadas de afectividad a flor de piel. Requieren un poco de serenidad y de distancia. Cuando nos encontramos con dificultades en una actividad profesional o incluso cuando hacemos bricolaje, sabemos guardarnos de acusar a nuestros familiares y de culpar de todos los males a nuestros colaboradores. Sabemos muy bien que las cosas se resisten y que no es simplemente para fastidiarnos. Entendemos que la cólera debe aparecer rara vez y solo al final de esa resistencia. El análisis, la reflexión y la tenacidad son más eficaces.
Así pues, a pesar de los retos sociales que están vinculados al éxito escolar, éste no debe poner en duda las relaciones afectivas en el seno de la familia. Por una parte, porque ello comprometería el equilibrio y el proyecto mismo de la familia y por otro lado, se debe evitar el recalentamiento afectivo sobre los deberes sencillamente porque la dramatización es factor de desequilibrio y por lo tanto generadora de fracaso escolar. El colegial, en el fondo, también tiene una profesión: la profesión de aprender.
Hay veces que los deberes, al fin y al cabo, no son más que un pretexto para llamar la atención sobre uno mismo, y que la dificultad escolar, quizás no sea deliberadamente inventada por completo, pero el niño aprovecha la ocasión, sin calcularlo realmente, para recordar a sus padres su existencia, o incluso para ejercer un poder sobre ellos. También pueden ser síntomas de no encontrarle sentido al trabajo escolar y otras veces una desvalorización de su trabajo: el niño nos devuelve la imagen que nosotros somos capaces de darle del trabajo.
Cuando las tareas escolares no se han realizado, los adultos deben evitar el efecto tenaza: el niño debe poder ir a clase sabiendo que será castigado porque no ha terminado los deberes, sin el temor de que, de vuelta a casa, se desencadene un drama… En suma, no debe sentirse bamboleado entre los adultos de los que nunca sabe si son aliados o rivales, si urden un complot contra él o si procuran, cada uno por su lado, suplantar al otro ejerciendo una mayor autoridad sobre él.
A través de mil circunstancias de la vida cotidiana podemos observar cómo cada uno aborda una tarea, qué estrategia emplea para superar una dificultad. Los ejercicios escolares suponen una forma particular de atención y concentración y por esto deben efectuarse en un marco que tranquilice al niño y le dé la sensación de que el mundo exterior apoya su esfuerzo. Para el árbol, lo realmente importante es la buena tierra en la que se arraiga y se desarrolla. El buen entorno, el buen espacio para el niño, es aquel en el que aprende mejor. Se trata de aprender a marcar las etapas necesarias en la realización de un deber, a identificar el momento en que hay que parar para corregir o rehacer lo que se ha hecho, a saber cuándo y cómo hacer un feedback. Se trata de permitir que cada niño encuentre su propio ritmo, su pulsación particular en materia de trabajo intelectual, su manera de efectuar eficazmente una tarea y de desprenderse progresivamente de su dependencia respecto a nosotros. Permitir que cada uno encuentre los buenos métodos. Es decir que los padres y los profesores deben pensarlo dos veces antes de prescribir nada en este ámbito, porque ayudar a alguien a crecer es enseñarle a sacar conclusiones de sus experiencias y no a aplicar sin reflexión las reglas supuestamente universales. El tesoro está en todo el trabajo preparatorio que parece inútil.
¿No actúa el niño, después de todo, con sentido común? Cuando observa que por mucho que se obstine e intente esforzarse y comprender lo que se le pide, no surge nada positivo. Acaba por considerarse a sí mismo un inútil y tira la toalla. Como no consigue en dos horas o tres lo que sus compañeros hacen en unos minutos y que el profesor considera fácil o fundamental, piensa que es mejor abandonar. Y además, si, después de todo, lo que realmente cuenta en la escuela, lo que va a determinar la orientación de sus estudios, lo que provocará la satisfacción de sus padres son solo los resultados escolares, pues tendrá que obtener esos resultados por todos los medios posibles. Se debe encontrar con cada uno de los horarios más favorables y repartir el repaso, corrección, etc. Teniendo en cuenta los otros trabajos escolares, pero también los momentos de descanso y de deporte necesarios.
Para concluir, está claro que la televisión es un fenómeno sociológico mayor. Más de nueve de cada diez niños de la misma edad ven la televisión al menos una hora al día, los días de clase. Aproximadamente, uno de cada dos niños de primaria llega por la mañana a la escuela habiendo consumido más de media hora. Además la televisión induce a comportamientos muy particulares: con la televisión se vive, uno espera la pausa publicitaria para probar otro programa, da con una telenovela empezada y se dedica, frente al aparato, a toda una serie de actividades diversas. No es de extrañar, en estas condiciones, que el niño, una vez en la escuela, tenga tendencia a comportarse en clase, frente a su profesor, como delante de su televisión. Hay un tipo que habla en un rincón de la sala, uno ordena su estuche, mira por la ventana, hace un dibujo en su agenda… y de vez en cuando conecta, lamentando, únicamente, no poder cambiar de canal. Observamos que los niños tienen regulado el uso de la televisión por su familia, obtienen mejores resultados escolares y sacan mayor partido de la enseñanza que reciben en la escuela.
En definitiva, para el éxito intelectual y humano, no es la manera de tratar el trabajo escolar y los deberes en casa, sino más generalmente la actitud que se adopta en el conjunto de la vida cotidiana, en ocasión de todos los acontecimientos que constituyen la trama y la riqueza de ésta. Aprovechar todas las ocasiones posibles para hacer pensar y reflexionar. Es mucho más productivo para los alumnos entrenen sus habilidades intelectuales y creativas fuera de clase que realizar deberes o tareas que impliquen el uso de conocimientos. Es decir, que ganaríamos mucho más rendimiento en el alumnado si trabajásemos los conocimientos en el horario escolar y les hiciésemos recomendaciones personalizadas para desarrollar sus habilidades intelectuales y creativas en su casa.
No cabe duda de que, en este contexto, la cuestión tan concreta de los deberes en casa es una excelente manera de plantear el problema de los roles respectivos de los padres y de los profesores, de cómo pueden contribuir, conjuntamente y respetando las especificidades de cada uno, a la educación de los niños.
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