martes, 13 de octubre de 2020

Los deberes en vacaciones y la libertad de aprender

Cada año, durante el verano, se venden más de seis millones de cuadernos de deberes de vacaciones y más de un millón durante las vacaciones de invierno o de primavera. Desgraciadamente, no disponemos de estadísticas que nos permitan saber cuántos de esos cuadernos son realmente utilizados y cuántos de ellos son terminados por sus usuarios. Muchas veces su compra forma parte de esas buenas resoluciones que acaban por no realizarse. La resistencia de los niños y la veleidad de los padres se conjugan y, pasadas las tres o cuatro primeras páginas, el cuaderno es rápidamente abandonado.

¿Los deberes de vacaciones son realmente útiles? ¿Para quién y en qué condiciones?

Debemos evocar primeramente las situaciones muy particulares en que un niño ha estado ausente durante un periodo significativo del año y se le pide hacer un trabajo escolar de vacaciones para poder pasar al curso siguiente. Cuando se propone esta solución en vez de la de repetir curso, significa que el niño parece capaz de recuperar él mismo el nivel, pues ha aprendido a trabajar solo, sabe organizarse, hacerse un horario y respetarlo, buscar la información necesaria, corregirse y volver atrás en caso de dificultad o de error. No obstante necesitará que se apoye su esfuerzo y tener un entorno favorable y le será provechoso, cada vez que sea posible, una enseñanza por correspondencia adaptada.

Un caso más frecuente concierne a los niños que pasan muy justos al curso siguiente. Entonces se supone que deben aprovechar las vacaciones para estudiar esas asignaturas y llegar al nivel requerido para poder acometer eficazmente el programa del curso siguiente. En realidad en este caso los deberes de vacaciones solo son un parche. La escuela, debería proponer durante todo el año escolar, dispositivos adaptados que los hicieran evitables. O, mejor aún, debería plantear una organización de la escolaridad por ciclos que reagruparan los alumnos de diferentes niveles en una misma clase y permitieran que trabajaran juntos, con ejercicios individuales o en pequeños grupos. Los alumnos, reagrupados en clases con tres niveles, tenían que poder avanzar diferentemente, en las distintas competencias, sin ser penalizados. La organización misma de la enseñanza se tenía que adaptar al ritmo de los niños, con evaluaciones regulares para hacer balance, un seguimiento personalizado, un desarrollo de la ayuda mutua entre alumnos, etc.

Volviendo al tema de las vacaciones, los padres o las familias, pueden fácilmente convertir las vacaciones en una ocasión privilegiada para ejercitar la inteligencia, mantener diálogos fructuosos, hacer repasos agradables e incluso realizar ejercicios fecundos. En todos los casos, los mejores deberes de vacaciones son los que permiten a los niños ejercitar su inteligencia en vacaciones, en un marco distendido, con un ritmo más flexible que durante el año, con actividades donde puedan implicarse con los adultos, codo con codo y aprovechar nuestras capacidades y utilizar las suyas. Los mejores deberes de vacaciones son los momentos de compartir y de comunicar que en ese periodo privilegiado podemos tener con nuestros hijos; ocasiones de encontrar de nuevo el placer de aprender y de utilizar los conocimientos, de dar sentido al mundo y a la vida para que, cuando vuelvan a la escuela, descansados y motivados a la vez, puedan poner en marcha más eficazmente su libertad de aprender.

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