El entorno físico no es un mero soporte sino un mediado en la educación, en el aprendizaje y en la socialización. Además, osee connotaciones afectivas que influyen en las emociones del sujeto a través de la percepción. Es, por tanto, un estímulo en sí mismo, un lugar donde el individuo emite respuestas personalizadas en forma de aprendizajes individuales sobre el espacio.
Alfredo Hoyuelos, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, habla de la escuela como un ámbito que ha de ser contrario a la soledad, la separación y la indiferencia que tan a menudo han hecho de la escuela algo mediocre y un lugar inhabitable. En esto tiene mucho que decir, por supuesto, el tamaño y la organización espacial de la escuela, pensada como un lugar agradable para los niños, las familias y los trabajadores docentes. "Hay que entender los espacios escolares como un ámbito estético de placer. La estética es una realidad vital del ser humano, una realidad que tenemos que reclamar y que, de hecho, consciente o inconscientemente, vivimos todos con mayor o menor fortuna: el cuidado de los ambientes, los objetos, los lugares específicos de trabajo, la libertad que deseamos preservar (...) Por lo tanto, es necesario que la arquitectura nazca desde una forma de pensamiento pedagógico y la pedagogía tenga en cuenta la experiencia vital del espacio arquitectónico, haciendo que la concepción espacial adquiera más importancia y consiga eficacia, autonomía, vitalidad y creatividad educativa (...) La escuela debe hacer posible que las experiencias que viven en los niños con el espacio se puedan convertir en ámbitos estéticos y de placer. Por ello, debemos concebir el ambiente como copartícipe del proyecto pedagógico. El ambiente se entiende como un microclima en el que se escogen conscientemente los espacios, las formas relacionales, los huecos, los plenos, los materiales, las texturas, los colores, las luces, las sombras, etc., que en definitiva han de potenciar, ayudar y reflejar la convivencia pedagógica y cultural que se construye en las instituciones educativas." En definitiva, el proyecto educativo adquiere significado solo si el espacio-ambiente participa.
En el terreno de la Psicología Ambiental se han estudiado los factores que en los diferentes tipos de ambientes propician el estrés y afectan de manera general a la vida de las personas que los habitan. En el caso de las escuelas, los factores ambientales que generan el estrés han sido estudiados por varios investigadores en razón del impacto que pueden tener, principalmente, en el alumnado.
Sommer destaca por una comparación de aulas que llama de "diseño duro" ante las aulas de "diseño suave". llega a la conclusión de que hay una mayor violencia y una menor participación de los alumnos en las aulas consideradas de diseño duro; asimismo, en estas aulas los alumnos también resultaban ser más conflictivos. En uno de sus estudios de ecología de clase, demostró que los alumnos responden más favorablemente, sobre todo con mejores notas, a un entorno en que el diseño está más humanizado, es decir, donde se han introducido elementos como alfombras, dibujos, etc. Pero la mayoría de las aulas construidas hasta ahora tienen un tipo de arquitectura dura, lo que Sommer describe como elemento típico de las escuelas-prisión, debido a que la prioridad ha sido la reducción de gastos en el mantenimiento.
Christian Rittelmeyer, profesor asistente en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Göttingen (Alemania). En un informe presentado en la Conferencia Internacional de Pedagogía en Viena en 1998, muestra cómo los estudiantes perciben los diferentes tipos de edificios escolares y qué características de diseño y de color hacen que una instalación sea agradable o antipática. Su investigación revela que la totalidad de nuestro sistema sensorial está implicado en la percepción de cualquier elemento constructivo del entorno. Los sentidos del alumno son afectados por los colores y las formas de los edificios y ante estos estímulos responde con simpatía, antipatía o indiferencia. Cuando percibimos cualquier configuración dada, nuestra orientación en el espacio está asegurada por una interacción de los sentidos de la visión, del propio movimiento y del equilibrio. En el acto de mirar, unas instalaciones escolares de diferentes colores pueden cambiar los procesos de calor que se producen en la superficie de nuestro cuerpo, por lo que percibimos que ciertos espacios son cálidos o fríos. El organismo humano funciona como una especie de cuerpo vibrátil que responde a las impresiones externas específicas con cambios de temperatura de la piel.
Rittelmeyer admite que el diseño de las nuevas escuelas debe adecuarse a la corriente de los tiempos, pero sin embargo, descubre que las tendencias constructivas actuales a menudo van en contra de la interna, aunque inconsciente, necesidad de equilibrio y armonía del estudiante. En sus propias palabras: "Al considerar los aspectos antropológicos y sociales, debemos preguntarnos cuál es el contexto histórico en el que los estudiantes y los profesores nos colocamos. Las escuelas son percibidas como agradables cuando sus formas y colores son variados y estimulantes, cuando proporcionan una sensación de libertad, cuando no inhiben a sus usuarios y sus atributos son de una cierta calidez y suavidad. Como regla general, las inclinaciones y las pendientes de un edificio siempre interferirán con el sentido del equilibrio de una persona. Si son muy pronunciadas, esto dará lugar a una especie de batalla visual del individuo contra esta característica del diseño. Aunque la persona no es consciente, tiene la sensación de ser confrontado por una arquitectura hostil." En definitiva, un edificio escolar compatible con las necesidades del estudiante requiere una planificación y un diseños que va más allá de las meras cuestiones tecnológicas y debería incluir aspectos antropológicos, histórico-culturales y sociales.
Recogido de: Figols, Cuevas. M. (2017). La arquitectura al servicio de la pedagogía. Barcelona: Editorial Pau de Damasc.
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