jueves, 6 de mayo de 2021

El tiempo en el estudio

Al igual que el espacio en el que estudiamos afecta a nuestra eficacia y eficiencia, con el tiempo ocurre lo mismo en dos sentidos: la cantidad de tiempo (minutos, horas…) que invertimos en estudiar y el momento del día en el que estudiamos.

Lo primero que debemos conocer respecto al tiempo es el concepto de ritmos circadianos. Se trata de unos patrones biológicos naturales por los que el cerebro se rige formando unos intervalos de tiempo con mayor o menor actividad.

En relación con la hora en la que nos levantamos normalmente, nuestra energía crece y se mantiene hasta una hora determinada, que suele encontrarse alrededor de la hora de la comida. En ese momento nos sentimos cansados debido en parte a que nuestro organismo debe invertir energía en la digestión de la comida (en el caso de no haber comido, ni siquiera le habremos metido la energía que necesita a esa hora). Tras un par de horas nuestra energía vuelve a aumentar hasta cierto momento de la noche en el que vuelve a disminuir hasta que nos dormimos. Al día siguiente se repite este patrón y con ello se forman nuestros ritmos circadianos.

Ahora bien, hay personas que se encuentran más despejadas y a las que les resulta más fácil concentrarse a primera hora de la mañana y a quienes les resulta más fácil hacia última hora de la tarde o incluso por la noche. Es importante que cada uno descubra sus ritmos circadianos para poder adaptarse a ellos en la medida de lo posible y así poder rendir más en su actividad diaria. En caso contrario, no podremos saber en qué momentos del día seremos más eficaces y eficientes para el estudio.

Una vez que conocemos nuestros ritmos circadianos y adaptamos nuestros momentos de estudio a ellos, existen una serie de cuestiones que debemos tener en cuenta acerca del funcionamiento de nuestro cerebro si queremos aprovechar al máximo nuestro tiempo de estudio:

  • El cerebro necesita momentos de descanso para asimilar la información adquirida hasta el momento y para recuperar la energía invertida durante la concentración. Por este motivo, es recomendable automonitorizarse continuamente durante el tiempo de estudio para que, llegado el momento de agotamiento mental, podamos ser conscientes de ello y detener el estudio hasta que nuestro cerebro haya reposado. Continuar estudiando cuando nuestro cerebro nos exige un descanso reduce nuestra eficiencia en las siguientes horas de estudio. El psicólogo británico Norman Mackworth llegó en 1948 a la conclusión de que la atención y la concentración empiezan a disminuir tras 30 minutos de empezar a concentrarse. Este puede ser un número para tomar como guía que nos permita determinar si nuestro cerebro es capaz de aguantar más o menos tiempo.

  • Si tenemos que estudiar después de comer y nuestro cerebro nos pide una siesta, nuestra eficacia y eficiencia en el estudio aumentarán si le proporcionamos al menos unos diez minutos de sueño, que si lo mantenemos sin dormir. Cuando nuestro cerebro nos exige desconectar de la vigilia, lo hace siempre por algún motivo, y tratar de luchar contra ello solo nos perjudica. Una desconexión de diez minutos es cuanto necesita si hemos dormido bien durante la noche.

  • Es durante el sueño cuando nuestro cerebro traslada los recuerdos de la vigilia a la memoria a largo plazo. Si justo antes de irnos a dormir volvemos a leer lo que hemos estudiado a lo largo del día, nuestro cerebro lo tendrá más fresco en su memoria a corto plazo para poder consolidarlo.

  • Las rutinas ayudan a regular los ritmos circadianos y a conseguir que el cerebro encuentre un guía que le indique en qué momento toca dormir y en qué momento toca estar despejado. De esta forma, podrá concentrarse mucho más en esos momentos del día en que le hemos acostumbrado a hacerlo. Para acostumbrar al cerebro a una rutina, es necesario levantarse y acostarse todos los días a la misma hora, aunque los primeros días nos cueste trabajo levantarnos o dormirnos; respetar unos horarios de desayuno, comida, merienda y cena; estudiar de forma regular y diaria, etc. El tiempo que necesita el cerebro para interiorizar un hábito es alrededor de tres semanas, aunque puede variar en función de la persona y de cuál sea el hábito. Pero de forma general, si conseguimos seguir una rutina durante tres semanas, nuestro cerebro se acostumbrará a ella y, a partir de entonces, conseguirá seguirla de forma natural y sin esfuerzo.   

 

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