jueves, 3 de diciembre de 2020

Repensar los deberes: una propuesta para su sustitución

El equipo directivo y algunas familias esperan que los profesores manden deberes, así que “no tienen” otra opción. ¿Es esta opción aceptable cuando estamos hablando del bienestar de los hijos o alumnos?

Como cuestión de principio, quienes defienden los deberes como necesarios o deseables son quienes tienen que demostrar que sus ventajas superan a las desventajas. Como cuestión práctica, solo se debería pedir a los estudiantes que lleven deberes a casa cuando haya una probabilidad razonable de que una tarea concreta sea beneficiosa para la mayoría. Por otra parte, una evaluación de los efectos potenciales debería tener en cuenta el posible impacto de las tareas sobre su interés por aprender y con relación al tema que se está trabajando.

Cambiar el valor por defecto, es una posición menos extrema pero sería una revolución plantear que solo se pudieran mandar deberes si realmente fueran importantes y valiosos. Una expectativa de no deberes, excepto bajo circunstancias especiales, es muy diferente de las “políticas de deberes” que muchas escuelas y distritos escolares han venido adoptando en muchos lugares. En primer lugar, pedir a los profesores que se aseguren de que es probable que una determinada tarea va a ser beneficiosa es una manera de fomentar la toma consciente de decisiones en el aula. Lo contrario de las típicas políticas sobre los deberes que quitan el poder a los profesores, sacrificando parte de su autonomía con el fin de conseguir una mayor coherencia entre aulas. De hecho, esta es exactamente la razón por la que algunas personas establecen estas políticas.

La coherencia entre escuelas tiene sus ventajas, pero viene compensada, con creces, con los problemas que conlleva especificar de antemano el tipo o la cantidad de deberes adecuados para todos los alumnos de un determinado curso. El profesorado debería ser capaz de aplicar su criterio para determinar cómo quiere plantearse los deberes, teniendo en cuenta las necesidades y preferencias de los niños concretos que tiene en sus aulas, en lugar de tener que ajustarse a una política inmutable impuesta desde arriba.

En algunos centros educativos, se obliga a los profesores a anunciar, de antemano, los deberes que mandarán durante la semana; algo que, por definición, limita su flexibilidad y capacidad para dar respuesta a unas circunstancias cambiantes. Peor aún, se puede obligar a los profesores a mandar deberes cada semana con el mismo esquema. Esto es un claro reconocimiento de que dichos deberes no vienen inspirados por una determinada lección, y mucho menos como una respuesta a lo que estos niños concretos necesitan en un momento determinado. Decidir por adelantado qué deberes se mandarán determinados días para determinadas asignaturas es sacrificar una enseñanza reflexiva en aras del control. Anunciar que todos los martes y jueves del año se mandarán algún tipo de tarea de matemáticas es un ejemplo claro de cómo se obliga a los niños a acomodarse a una política de “talla única” en vez de situar a los niños en primer lugar, tratarlos como individuos y diseñar prácticas que les sean de utilidad.

Por otra parte, muchas madres y padres obligan a sus hijos a terminar todos sus deberes incluso cuando la cantidad parece excesiva, si no abusiva. El criterio oficial en artículos y folletos es que si los deberes se les van de las manos, los padres deberían hacérselo saber al profesor. Esto suena como una invitación amable y tranquilizadora hasta que piensas más detenidamente en lo que implica. En primer lugar, fíjate en que casi nunca se anima a los propios alumnos, que son quienes realmente hacen los deberes, a hablar, desde su vivencia, de lo que piensan; una queja solo se considera legítima si es hecha por un adulto. En segundo lugar, lo que se nos va a decir es que por supuesto que los niños se van a sentir infelices por tener que hacer todos estos deberes; lo previsible de la respuesta con que nos vamos a encontrar impide que tomemos en serio la recomendación.

Es un engaño decir que una tarea lleva veinte minutos si solo los alumnos más rápidos pueden hacerla en este tiempo. Se está perjudicando al resto de niños. Con lo que, también, puede haber una diferencia entre la política de deberes establecida y la cantidad de deberes que realmente tienen que hacer los estudiantes.

Idealmente, los educadores deberían respetar los límites para asegurarse de que los deberes no son excesivos, y deberían quedarse siempre por el lado de menos mejor que por el de más. Pero si no los respetan, padres y estudiantes deberían hablar con el profesor. Mejor si se puede encontrar otras familias que piensen de la misma manera; un grupo de familias que expresa su preocupación con respeto pero con firmeza, tendrá más efecto que cualquier iniciativa individual. Las personas que desempeñan los roles de enseñante y padre o madre están más predispuestas a entender el limitado valor de los deberes, especialmente cuando hay una gran cantidad, así como a sentirse seguros para actuar a partir de esta convicción.

Hay una relación, aunque imperfecta, entre cantidad y calidad. Para empezar, hemos argumentado que cambiar la configuración por defecto sobre los deberes tendría como resultado que hubiera menos deberes y, a la vez, mejores deberes. Para llegar a esta idea por otro camino, las aulas en las que actualmente hay una gran cantidad de deberes suelen ser las mismas en las que no son particularmente valiosos. Deberíamos estar preguntándonos qué filosofía educativa, qué teoría del aprendizaje hay detrás de cada tarea. ¿Una teoría que asume que los niños son creadores de significados, o que les ve como recipientes vacíos?, ¿El aprendizaje se ve como un proceso fundamentalmente activo, o pasivo?, ¿Se trata de elaborar ideas, o de seguir instrucciones?. Estas dicotomías, considerablemente simplificadas, pueden dar una idea aproximada de lo que les podemos pedir a los deberes en función de su valor desde un punto de vista intelectual. Los mismos criterios, por supuesto, ayudan a determinar el valor de lo que los estudiantes hacen dentro de las aulas: si por las tardes están saturados con tareas inútiles, probablemente también estarán teniendo tareas inútiles por las mañanas. Los deberes son un problema en sí mismos pero, en muchos casos, también son un síntoma de problemas más profundos.

Si tiene que haber deberes, los profesores deberían esforzarse por mejorarlos, y los padres exigirlo. Pero hasta que no cambie la opción por defecto, no bastará con mejorar la calidad de los deberes. Los buenos profesores muchas veces pueden crear tareas razonablemente buenas. Pero esto no quiere decir que sea legítimo obligar a los estudiantes a hacer algo en casa, por defecto, aunque no sea necesario. Deberíamos insistir en que los deberes no solo deberían ser disculpables sino estar realmente justificados. Tres tipos de deberes que se podrían considerar adecuados:

  1. Actividades naturalmente adaptadas a la casa: es lógico invitar a los estudiantes a proseguir en casa algo que han estado haciendo en clase, como la realización de un experimento en la cocina a ser posible diseñado por el niño, que pueda repetir lo descubierto en un experimento llevado a cabo en el aula. Entre muchas otras ventajas, este tipo de proyectos puede ayudar a crear una conexión entre casa y escuela. Por supuesto, que esto debería ser el resultado de todas las tareas; pero no suele ser así, al menos de verdad, cuando los niños se limitan a hacer un esquema o memorizar.

  2. Actividades en familia que normalmente no vemos como deberes: entre las actividades más útiles y satisfactorias que los niños pueden hacer en casa, se encuentran aquellas en las que pasan mucho tiempo en compañía de los adultos y, tal vez, aprendiendo también a calcular o construir significados como cocinar, hacer crucigramas, jugar a juegos de palabras, jugar a las cartas… Como regla general, cuanto más lejos estén este tipo de actividades de las tareas escolares tradicionales mejor para el desarrollo social, emocional e incluso intelectual.

Los adultos pueden sentirse más tranquilos en relación con el valor académico de este tipo de propuestas si les piden a los niños que lleven un registro de lo que van haciendo. Si se les pide que reflexionen sobre el significado de una determinada actividad o cómo lo han vivido, entonces, contarlo por escrito puede estimular su capacidad de pensar y, lógicamente, ser una oportunidad para usar el lenguaje. Pero incluso cuando estos registros se realizan, ¿cocinar juntos o hablar sobre un documental cuenta realmente como deberes? Se trata, principalmente, de una cuestión semántica. Podemos pensar en dichas actividades, por un lado, como una alternativa a los deberes. Así, nuestro veredicto final sobre si algo cuenta como deberes dependerá, en parte de cómo definamos este concepto. Cuanto más amplia sea la definición, más fácil será rescatar el concepto, suponiendo que tengamos interés en hacerlo. También puede haber una razón táctica para referirse a estas actividades en familia como deberes. Los profesores que no encuentran valor a las tareas tradicionales ven que, a menudo, su vida se complica cuando anuncian que no van a mandar nada de deberes. Pero si los profesores explican que simplemente están mandando un tipo diferente de deberes, algunos tradicionalistas se quedarán más tranquilos.

  1. Leer: algunos de los profesores de primaria más reflexivos mandan solo la lectura de los libros que los propios niños elijan. Se trata de una política interesante. En primer lugar, porque la lectura cotidiana ayuda a los niños a convertirse en lectores más competentes. De hecho, la investigación que apoya esta conclusión es tan poderosa como débil la que apoya los deberes. En segundo lugar, la lectura auténtica es una de las principales víctimas de los deberes. Hacer que la lectura sea la única tarea tiene claras ventajas tanto por lo que los niños hacen como por lo que dejan de hacer. Y si los estudiantes tienen la oportunidad de hablar con sus compañeros de clase sobre lo que han leído, esto puede hacer de una cosa buena, algo todavía mejor.

Los beneficios de una lectura voluntaria se ponen en peligro cuando los profesores establecen obligaciones como leer cada tarde un determinado número de páginas o de minutos. Esto ya no es un ejemplo de dar alternativa constructiva a las tareas tradicionales, y llamarlo deberes para tranquilizar a padres y administradores conservadores. Más bien, es un ejemplo de cómo convertir algo potencialmente positivo en una tarea tradicional y, así, reducir el valor de la idea.

Una alternativa a los requisitos cuantitativos es pedir a los niños que escriban algo sobre lo que han leído. Pero aquí tenemos que ir con cuidado, sobre todo si nuestro objetivo fundamental es ayudarlos a desarrollar un amor por los libros para toda la vida.

En definitiva, esto plantea la interesante posibilidad de que las tensiones y los conflictos familiares asociados con los deberes mejoren con tareas que no solo son más cortas sino mejores, y que incluyen aquellas propuestas que no se parecen, en absoluto, a lo que hemos acabado considerando deberes.


Una manera de juzgar la calidad de un aula es por el nivel de participación de los estudiantes en la toma de decisiones sobre su aprendizaje. Los mejores profesores saben que los niños aprenden a tomar buenas decisiones tomando decisiones, no obedeciendo instrucciones. Los estudiantes deben tener algo que decir sobre lo que van a aprender y las circunstancias en que lo van a aprender, así como sobre la forma y el momento de evaluar el aprendizaje, la manera de organizar el espacio, de resolver los conflictos, o cualquier otro tema que les afecte. Lo que es cierto en el caso de la educación en general, también es cierto para los deberes en particular. Los profesores más competentes tienden a involucrar a sus alumnos en las decisiones sobre las tareas, en vez de limitarse a decirles lo que van a tener que hacer en casa. Lo que realmente les diferencia es su voluntad de debatir no solo sobre el cuándo, el cómo o el qué, sino sobre el sí. Se puede preguntar a los estudiantes, en la asamblea de clase, si tiene sentido seguir trabajando sobre un determinado proyecto después de clase. Cuando se trata a los estudiantes con respeto, cuando las tareas tienen valor, la mayoría de los niños harán frente al desafío y superarán nuestras expectativas más positivas.

Debemos fijarnos en que la idea que se defiende no es, tan solo, que la ausencia de los deberes convencionales no es es perjudicial; esto es, que no existe ningún coste intelectual como consecuencia de reducir la cantidad de deberes, o de suprimirlos. Sino, más bien, que este cambio está asociado con beneficios intelectuales: cuando los deberes no se interponen en su camino, los niños quedan libres para hacer cosas más importantes, que movilizan su pensamiento, que surgen de sus intereses y que les resultan motivadoras.

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