El
idioma español cuenta con aproximadamente 80.000 palabras en su
diccionario, a las que hay que añadir otras palabras de uso
frecuente como nombres propios, extranjerismos o vocabulario técnico
y científico. Se trata de una lengua muy rica y muy diversa que
puede dar lugar a multitud de mensajes y a multitud de emociones.
¿Alguna
vez has pensado cómo una sola palabra puede afectar a las emociones
de una persona? Por ejemplo, un alumno que ha dedicado horas y
esfuerzo a realizar un trabajo, experimentará emociones muy
diferentes si su profesor le recompensa con un “excelente” que si
le dice un “horrible”. Solo es una palabra, pero
cambia por completo la química corporal ya que las emociones, son en
realidad el resultado de reacciones químicas en el organismo.
Por este motivo, un educador debe tener siempre presente que el
refuerzo positivo expresado de forma verbal resulta extremadamente
útil para la aceleración del aprendizaje. Cuando el educador
reconoce verbalmente el valor del trabajo de sus alumnos, en ellos se
generarán una serie de emociones que impulsarán su motivación para
continuar aprendiendo. Cuando el cerebro experimenta sensaciones
placenteras, aprende más y mejor.
Por otro lado, la forma de utilizar el lenguaje determinará el nivel
de comprensión por parte de los alumnos.
El vocabulario empleado por el educador debe ser conocido por
los alumnos. Si el educador utiliza términos desconocidos por el
alumnado, sean palabras técnicas o no, esto supondrá un obstáculo
para la comprensión del mensaje. La dificultad de comprensión del
mensaje provocará una frustración que crecerá cuantos más
términos desconocidos haya en el mensaje verbal del educador, y esta
frustración creará desmotivación en los alumnos y dificultará su
aprendizaje.
El educador debe evitar el uso de términos genéricos que
puedan crear confusión en la comprensión del mensaje. Por ejemplo,
verbos como “hacer”, sustantivos como “gente” o pronombres
personales como “ellos” pueden ser demasiado abstractos en
determinados contextos y situaciones comunicativas. Si utilizamos
estas palabras, debemos estar seguros de que nuestros alumnos
entienden a qué nos estamos refiriendo exactamente. En la medida de
lo posible trataremos de evitarlos, utilizando en su lugar palabras
más concretas; por ejemplo, en lugar de decir “Dalí hizo grandes
obras”, diremos “Dalí pintó grandes obras”. Fijémonos en
cómo puede cambiar el significado del verbo “hacer” si
modificamos el sujeto: “Gandhi hizo grandes obras”, “Jack
Nicholson hizo grandes obras”, “Steven Spielberg hizo grandes
obras”, “Gaudí hizo grandes obras”… Si nuestros alumnos no
conocen al sujeto, no sabrán si las obras que hizo esa persona
fueron pinturas, obras humanitarias, representaciones, películas u
obras arquitectónicas.
Si el educador facilita apuntes escritos redactados por él
mismo, debe recordar que los textos escritos pierden toda la
comunicación no verbal que facilita la comprensión adecuada del
mensaje, de modo que serán necesarias una sintaxis y una redacción
muy cuidadas.
Existe una forma de comunicar mensajes a través de historias llamada
storytelling. El storytelling utiliza los mecanismos de
asociación del cerebro y ayuda a comprender un contenido a través
de comparaciones y metáforas. Por ejemplo, si queremos contarles a
nuestros alumnos cómo funciona la plasticidad neuronal, podemos
utilizar una historia en la que la protagonista sea una neurona que
tenía unos amigos con los que casi no se hablaba. Llegaron unas
neuronas nuevas con las que hizo buenas migas y se unió a ellas.
Esto representa la desconexión por parte de una neurona de
determinada red neuronal que el cerebro no utiliza y el uso de esa
neurona para crear una red neuronal nueva. Contado de esta forma, a
muchos alumnos les resultará más fácil de entender debido a que la
imaginación se activa mucho más ante una historia que ante una
información presentada de forma no narrativa.
Nunca hay que olvidar que una imagen vale más que mil palabras, ya
que nuestro cerebro está evolutivamente más preparado para procesar
la información visual que la información verbal. Es por ello que la
comprensión del mensaje verbal puede facilitarse a través de la
comunicación visual, de forma que ambas se complementen. Unas
palabras acompañadas de gráficos, dibujos o fotografías serán
siempre mucho más fáciles de comprender y de recordar para el
alumnado. Recursos como las tablas o los mapas conceptuales son
herramientas muy útiles y que descubriremos en el siguiente post.
Por otro lado, para mejorar nuestra comunicación verbal como
educadores, es interesante conocer cómo funciona el procesamiento
verbal a nivel cerebral. En nuestro cerebro existen dos áreas
específicas encargadas del lenguaje: el área de Wernicke y el área
de Broca.
El área de Wernicke se encuentra junto al córtex auditivo primario
y se encarga principalmente de procesar la comprensión del mensaje
verbal.
El área de Broca se encarga principalmente de procesar la producción
del mensaje verbal y está vinculada con el córtex motor, que es el
que procesa todos los movimientos del cuerpo, incluidos los de la
lengua y la boca.
Para el alumno, procesar el mensaje verbal escuchado es una tarea que
exige una menor actividad neuronal que producir un mensaje propio a
modo de respuesta, debido a que las áreas del cerebro involucradas
son más en el segundo caso:
Al procesar un mensaje verbal escuchado, intervienen el córtex
auditivo primario y el área de Wernicke, en ese orden.
Al responder a un mensaje verbal escuchado, intervienen el córtex
auditivo primario, el área de Wernicke, el área de Broca y el
córtex motor, en ese orden.
Sabiendo esto, el educador debe procurar que sus alumnos produzcan
mensajes en lugar de limitarse sencillamente a escucharlos. Por
ejemplo, haciéndoles preguntas o utilizando una metodología de
enseñanza por elaboración en lugar de métodos afirmativos. Así
aumentarán su atención, su concentración, su motivación, su
involucración y su creatividad. Y todo ello gracias a una mayor
actividad cerebral. Por eso se dice que recordamos un 70 % de lo que
decimos, mientras que solo recordamos un 20 % de lo que oímos.