Teoría crítica
El aprendizaje-servicio, teniendo en cuenta sus vínculos con Dewey, con la comunidad y con la democracia, puede percibirse como una forma de educación para la ciudadanía y, partiendo de esta base, la teoría crítica cumple un papel en el aprendizaje-servicio. Este modelo implica analizar cuestiones tales como la de sociedad civil, las virtudes civiles y las nociones de ciudadanía, en definitiva, contribuye a una sociedad mejor o al bien común.
Históricamente, el objetivo de la política educativa ha sido lidiar con la ignorancia. Lo que los alumnos aprenden y cómo lo aprenden puede servir a diferentes intereses. La educación puede servir a los intereses del individuo, del estado o de ambos. Invariablemente, uno precederá al otro, y esto dependerá en gran medida de qué partido político esté en el poder en un momento dado y de la naturaleza de sus políticas educativas. El objetivo, por ejemplo, puede ser la provisión de educación en interés del individuo, aunque los efectos colectivos de esto sean en beneficio de la sociedad y del estado. De forma similar, la educación puede tratar de beneficiar al estado; por ejemplo, una fuerza de trabajo educada puede ser beneficiosa para la economía nocional, pero indirectamente, los individuos también se beneficiarán de ello.
Es discutible si el principal beneficiario de la educación del ciudadano es el estado o el individuo. Si el estado impone la educación para la ciudadanía en un currículum nacional, por ejemplo, puede argumentarse que representa un "aterrador autoritarismo". En este caso, el estado tal vez dirija lo que hay que enseñar en el corpus de educación para la ciudadanía, usándolo como una herramienta para fortalecer la supremacía del Estado. A este respecto, la educación para la ciudadanía puede en última instancia concernir al control social y sería en interés del estado. Sin embargo, indirectamente, puede aun así ser en interés del individuo, porque con un control estatal como ese podría argumentarse que los ciudadanos tal vez disfruten de una sociedad más pacífica.
Un contraargumento aquí es que la estabilidad social puede darse a precio de la pacificación, en la que se mantiene a los ciudadanos en una posición de "consciencia semi-intransitiva" (Freire, 2000: 48) o bajo control. Una alternativa a esta posición es que la educación para la ciudadanía puede considerarse a través del prisma de la liberación personal. Facilitando el proceso de concienciación la educación para la ciudadanía puede ofrecer a los individuos la oportunidad de convertirse en seres críticos. Así, puede argumentarse que esta es la posición fundamental del aprendizaje-servicio y que permite el espacio conceptual para la teoría crítica dentro de su paradigma.
Puede afirmarse que la teoría es importante porque permite que el sentido emerja. En el aprendizaje-servicio es vital que los alumnos doten de sentido a sus experiencias en relación con el trabajo teórico del curso que realizan. Nuestras interpretaciones, explicaciones y predicciones se basan normalmente en nuestra propia comprensión del mundo o en nuestro pensamiento en torno al mismo y a cómo este funciona. De todos modos, nuestra comprensión puede contener fallos o ser incluso dañina para nosotros mismos o los demás.
Un problema importante que concierne a la teoría es que a veces podemos asimilarla de forma acrítica partiendo de los demás, especialmente cuando proviene de quienes percibimos como una fuente de autoridad. Además, cuando esto sucede, y reconocemos que nos está dañando, puede aun así que atribuyamos erróneamente este daño a una confusión por nuestra parte, en vez de a una teoría equivocada o dañina. La teoría crítica es altamente relevante aquí porque concierne al modo en que aceptamos el statuo quo. Podemos, por ejemplo, contemplar las injustas desigualdades de la sociedad como normales y como algo que no se puede cambiar.
La teoría crítica aborda las injustas desigualdades creadas por la generalmente aceptada explotación sistemática de la mayoría, por parte de unos pocos de la élite. Esta idea proviene de una perspectiva neomarxista porque trata principalmente de la interpretación, la crítica y la reformulación de ideas provenientes del marxismo. Los conceptos destacados dentro de la teoría crítica son similares a los que se hallaban en el marxismo, tales como las nociones de falsa conciencia, hegemonía, mercantilización, objetualización, alienación y praxis. Estas ideas de la teoría crítica se originan en Marcuse, Adorno y Horkheimer, del Instituto de Investigación Social, en Alemania, que más tarde se convirtió en la escuela de Frankfurt de teoría de la crítica social.
El concepto de falsa conciencia se refiere a la creencia y aceptación de que la forma del mundo no puede cambiarse y que es el orden natural de las cosas. En un estado de falsa conciencia o de conciencia semi-intransitiva, se infiere una aceptación ciega de que el estatus, situación o circunstancias de una persona en la sociedad son algo que no se puede cambiar. Representa una rígida mentalidad propia del pensamiento acrítico, que es reforzada por la hegemonía prevalente. La hegemonía se refiere a las ideas que son comúnmente aceptadas o dadas en interés por sentado en la sociedad, que parecen ser o benignas o ir activamente en interés de la mayoría de las personas, aunque tal vez de hecho sean dañinas. Las ideas son prevalentes porque son perpetuadas por quienes se benefician del hecho de que las masas adopten las ideas hegemónicas, las tendencias o la moda.
La hegemonía cala en cada una de las facetas de la vida, desde las relaciones personales hasta el terreno público de la comunidad, las instituciones o el trabajo. Gramsci (1971) cree que existe una relación hegemónica que recorre la sociedad en su conjunto y en cada individuo en relación a los demás. Existe entre los sectores intelectuales y no intelectuales de la población, entre los dominados y los dominantes, entre las élites y sus seguidores, entre los líderes y los liderados, entre la vanguardia y el cuerpo del ejército.
A través de la educación, se puede identificar y cuestionar la hegemonía. En consecuencia, se puede lograr la conciencia crítica, que es beneficiosa para el individuo. Es más, ser consciente y oponerse a la hegemonía puede también implicar cuestionar las injusticias sociales. Por medio del desarrollo de la conciencia crítica, por tanto, no solo puede darse la liberación personal, sino también una sociedad más justa y legítima. Lo importante aquí es que todo esto se puede integrar en los objetivos y funciones del aprendizaje-servicio como una forma de educación para la ciudadanía.
El proceso hegemónico refuerza la noción de mercantilización, en la que las cualidades y habilidades de los individuos son reducidas a meros productos que contratar, comprar o vender en el mercado. El valor intercambiable de las competencias o iniciativas humanas es una parte inherente de un proceso de deshumanización. Es en este proceso que pasamos a ser objetualizados y tratados como medios para un fin en vez de como un fin en nosotros mismos. En consecuencia, estamos alienados de nuestra humanidad, reducidos, por ejemplo, de trabajadores manuales a mera mano de obra, de soldados a meras botas en el terreno y en el que los empleadores potenciales son cazadores de cabezas.
Aunque estas ideas se originan en la teoría crítica, no se anquilosan como mera teoría o explicaciones sobre el mundo, sino que son un estímulo para la acción a al hora de introducir un cambio. La acción crítica que emerge del pensamiento crítico se denomina praxis. En última instancia, el cambio social puede emerger del individuo o partir de la liberación personal. La meta de la teoría crítica, según Horkheimer es la emancipación del hombre respecto a la esclavitud u opresión. Se trata de liberarnos de la falsa conciencia. La teoría crítica tiene como objetivo la transformación de la sociedad, no solo la transformación de ideas, sino la transformación social y por tanto la reducción y eliminación de la miseria humana.
Ser consciente de las influencias hegemónicas en nuestras vidas es un importante logro para el crecimiento del pensamiento crítico. De manera insidiosa, estas influencias pueden afectar y determinar nuestras relaciones personales o nuestras expectativas. El ubicuo brillo de los medios de masas y los ardides del marketing por medio de los cuales se nos guía para que creamos que el valor de cambio de las mercancías o que el precio de los productos es equivalente a su valor intrínseco nos puede cegar. Dicho materialismo no es un fenómeno moderno. La tulpomanía europea emergió en las postrimerías del siglo XVI y los albores del siglo XVII; por ejemplo cuando era frecuente que se tuvieran ansias de poseer bulbos de tulipanes que se vendían a precios ridículos.
Los productos se han convertido en objetos de fetichismo, incurriendo en nuestro deseo de poseerlos, y es que produce satisfacción adquirirlos, hasta el punto de que a menudo se denomina terapia de consumo. Podemos comprar en la hegemonía y creer que solo ciertos tipos de productos saciarán nuestros deseos. Estos tipos de productos son marcas de comercialización que se popularizan aún más cuando, por ejemplo, las marcas lucen a la vista en las prendas. Esto muestra a los demás que quien las lleva está a la moda o su riqueza, llegando a ofuscar el hecho de estar haciéndole publicidad gratuita a la marca en interés de los beneficios e la empresa en cuestión.
De forma similar, el trabajo también es un producto. Intercambiamos nuestro trabajo físico o intelectual por un salario. La educación superior se ha mercantilizado, en tanto que un producto que comprar y vender. Las instituciones de educación superior compiten entre sí y se exige que la enseñanza se optimice mediante medidas tales como clases con un mayor ratio. Esto tiene un impacto negativo en la pedagogía progresista y en el aprendizaje experiencial. Tener un planteamiento de la educación en términos de los beneficios del producto o del mercado es algo que tiene implicaciones negativas, en particular para el aprendizaje-servicio, en el que lo más efectivo son las clases reducidas que hacen posible los debates reflexivos de los alumnos.
La teoría crítica también concierne al modo en que los individuos interpretan y comprenden el mundo a través de su experiencia personal, cosa que resuena en el aprendizaje-servicio, en el que los alumnos deben dotar de sentido sus experiencias de prácticas, que son varias e impredecibles. Para hacerlo, estos deben construir y deconstruir sus propias experiencias para dotarlas de sentido. Implica un aprendizaje activo en vez de pasivo.
En este sentido, la educación no puede embalarse como un producto que se pueda vender a un determinado precio. Allí donde se aplica la teoría crítica en la educación, emerge el concepto de pedagogía crítica.
Pedagogía crítica
La pedagogía crítica, que se origina a partir de las ideas y la obra de Freire, suele aplicarse a la educación de personas adultas y se emplea con mayor frecuencia cuando la enseñanza y el aprendizaje implican la reflexión crítica y el aprendizaje transformativo. El objetivo de la pedagogía crítica es, en última instancia, reforzar los valores democráticos, tales como la justicia y la equidad. Puede argumentarse que esta empieza en el aula y se desarrolla a través del aprendizaje colaborativo.
Si adoptamos la idea de que la teoría crítica sirve de fundamento de la pedagogía crítica, vemos que este tipo de educación implica la diseminación de la ideología prevalente en la sociedad y el modo en que esta puede cuestionarse. Inevitablemente, implica praxis, o la unión de la teoría y la acción, como muestra claramente el aprendizaje-servicio. Un objetivo de la pedagogía crítica es que, en la educación, los alumnos deben identificar la hegemonía prevalente. Fromm explica que las ideologías propagan productos del pensamiento por medio de la prensa, los oradores y los ideólogos para manipular a las masas con propósitos que no tienen nada que ver con la ideología, y que muy a menudo son exactamente lo opuesto.
Otro objetivo de la pedagogía crítica es reconocer las fuentes de poder y control. El uso del lenguaje, por ejemplo, es una fuente de este tipo. Los políticos y los medios son adeptos a la creación de ideas en la conciencia de las masas por medio del uso de frases y marcas. Estas pueden entonces incorporarse al uso cotidiano del lenguaje y por tanto pasar a formar parte de la hegemonía. Un ejemplo de esto es la frase armas de destrucción masiva, que se empleó con falsedad para justificar la invasión de Irak en 2003. El pensamiento puede ser manipulado por medio del lenguaje. Para suavizar ante las masas las noticias de la curda realidad, se confeccionan cuidadosamente cálidos eufemismos como el de crisis de crédito en 2008.
La pedagogía crítica también implica cuestionar las ideas preconcebidas de la hegemonía prevalente y de la sabiduría convencional o sentido común. Los medios de masas son una importante fuente o canal del poder hegemónico y de manipulación de la mente. A través de constantes y prevalentes imágenes presentes en la publicidad, por ejemplo, se nos bombardea con determinadas ideas de lo que constituye la belleza que se convierten en ubicuas.
Estas cuestiones ofrecen fértiles recursos para comprender e interpretar el aprendizaje-servicio como un pensamiento crítico en torno a las fuentes de poder, formas de opresión y la falsa conciencia. De todos modos, encontramos interesantes ironías, por ejemplo, cuando las redes sociales se emplean para dar cuenta de las tendencias hegemónicas; por ejemplo, en el caso del rapero alternativo y el activista de hip-hop, que crean una música con conciencia social que opera como una crítica a la ideología.
De forma similar, la educación para la ciudadanía puede ser implementada como una herramienta de control social del gobierno, pero, irónicamente, también puede utilizarse como una pedagogía crítica y operar potencialmente como una herramienta de reforma social revolucionaria. La pedagogía crítica trata de elevar la conciencia de los desequilibrios de poder y desarrollar el pensamiento crítico hasta el punto de transformar el pensamiento en acción crítica. Este proceso se denomina concienciación. El aprendizaje-servicio ofrece una oportunidad ideal para implementarlo.
Concienciación
El concepto de concienciación también parte de la obra de Freire. La concienciación puede percibirse como un medio para un fin y un fin en sí mismo. Como medio para un fin, la concienciación puede resultar en la conciencia crítica. Alcanzar la conciencia crítica implica cambio: cambio en las maneras de pensar y/o maneras de conocer. Por tanto, la concienciación puede interpretarse como un despertar, una mayor conciencia, cognición, conocimiento o liberación. Puede percibirse como un fin en sí mismo, que es la conciencia crítica, y presupone un elevado grado de funcionamiento intelectual es esencialmente crítica.
Freire cree que la concienciación es un proceso singularmente humano que implica la autoconciencia del pensamiento y del conocimiento. Tenemos la capacidad de separarnos mentalmente de lo que nos rodea lo que denomina estar en el mundo (Freire, 1985). Aunque tenemos la capacidad de tomar distancia respecto al mundo, también es necesario estar inmersos en el mundo para las interacciones sociales y relaciones, y que denomina estar con el mundo (Freire, 1985). Por lo tanto, lo que es significativo en la capacidad humana es el potencial para estar con el mundo y ser conciencia de uno mismo dentro del mismo.
A pesar de la capacidad humana para estar en y con el mundo, el pensamiento de algunas personas puede ser manipulado y contenido en un determinado nivel de conciencia que inhibe el análisis crítico de su situación. Se trata de una falsa conciencia que les hace creer que su situación en la vida es inmutable y sirve para mantener su subordinación respecto a quienes detenta mayor poder en la sociedad. Partiendo de las ideas marxistas y de la teoría del constructivismo social, somo socializados a través de la vida.
El lenguaje da forma al pensamiento, de modo que nuestra comprensión es, en gran medida, un producto social. Nuestras creencias, valores y los estereotipos que podemos sostener, invariablemente se originan a partir de nuestras experiencias tempranas, en el seno de la familia o en las relaciones más cercanas. Estas ideas, formas de pensar y de ver el mundo influyen invariablemente en nuestras experiencias actuales. Puede que no seamos conscientes de estos marcos de referencia o que no seamos capaces de articular, comprender o modificar nuestras perspectivas de sentido. Por tanto, vivimos en base a conjuntos de ideas preconcebidas sobre el mundo y sobre nosotros mismos en él. Dada esta situación, la sociedad, la cultura y los medios pueden influir en nuestro pensamiento y manipularnos para crear falsas identidades, miedos y creencias.
Los medios de comunicación de masas, empleados tanto por la empresa privada como por los procesos del estado, se aprovechan de nuestras inseguridades para el beneficio de individuos poderosos, el lucro, las empresas o gobiernos dentro de la hegemonía prevalente. Esta es la fórmula de un pseudo-mundo que los medios inventan y sostienen. Esto se opone y atrofia el pensamiento crítico. Los medios de masas son como una fuerza maligna que no capacita al individuo para transcender su reducido entorno ni tampoco clarifica su sentido privado. Es en los intereses de la élite en el poder o del corpus gobernante donde se exige este control social. La ceguera metafórica que se cierne sobre la masa de población impide que perciba la realidad. Esto conduce a la opresión y en consecuencia el público permanece en la cultura del silencio. Esto es indicativo de la conciencia inmediata que los trabajadores tienen de su situación, que alude a la falsa conciencia.
Escapar de la falsa conciencia es algo que puede darse por medio de un proceso de concienciación, que puede explicarse como un aumento de la conciencia. La concienciación puede conducirnos a través de diferentes niveles aumentados de conciencia y, en última instancia, hasta un estado de criticismo. De todos modos, este proceso es más complejo que un mero despertar. Hay diferentes niveles de conciencia que hay que atravesar en este proceso.
Extraído de: Deeley, S. J. (2016). El aprendizaje-servicio. Teoría, práctica y perspectiva crítica. Narcea: Madrid