martes, 5 de septiembre de 2023

Comunidades imaginadas

    Al igual que la familia nuclear, la comunidad no podía desaparecer completamente de nuestro mundo sin algún sustituto emocional. Los mercados y estados proporcionan hoy la mayor parte de las necesidades materiales que antaño proporcionaban las comunidades, pero también han de suministrar lazos tribales.
    Los mercados y estados lo hacen promoviendo comunidades imaginadas que contienen millones de extraños, y que se ajustan a las necesidades nacionales y comerciales. Una comunidad imaginada es una comunidad de gente que en realidad no se conocen mutuamente, pero que imaginan entre sí. Tales comunidades no son una invención reciente. Reinos, imperios e iglesias han funcionado durante milenios como comunidades imaginadas. La antigua China, decenas de millones de personas se veían a sí mismas como miembros de una única familia, cuyo padre era el emperador. En la Edad Media, millones de devotos musulmanes imaginaban que todos eran hermanos y hermanas en la gran comunidad del islam. Sin embargo, a lo largo de la historia estas comunidades imaginadas desempeñaban un papel secundario frente a las comunidades íntimas de varias decenas de personas que se conocían bien unas a otras. Las comunidades íntimas satisfacían las necesidades emocionales de sus miembros y eran esenciales para la supervivencia y el bienestar de todos. En los dos últimos siglos, las comunidades íntimas se han desvanecido, dejando que las comunidades imaginadas ocupen el vacío emocional.
    Los dos ejemplos más importantes para el auge de estas comunidades imaginadas son la nación y la tribu de consumidores. La nación es la comunidad imaginada del Estado. La tribu de consumidores es la comunidad imaginada del mercado. Ambas son comunidades imaginadas, porque es imposible que todos los clientes de un mercado o que todos los miembros de una nación se conozcan unos a otros de la manera en que los aldeanos se conocían en el pasado.
    El consumismo y el nacionalismo hacen horas extra para hacernos imaginar que millones de extraños pertenecen a la misma comunidad que nosotros, que todos tenemos un pasado común, intereses comunes y un futuro común. Esto no es una mentira. Es imaginación. Al igual que el dinero, la sociedades anónimas y los derechos humanos, las naciones y las tribus de consumidores son en realidad intersubjetivas. Únicamente existen en nuestra imaginación colectiva, pero su poder es inmenso.
    La nación hace todo lo que puede para ocultar este carácter imaginario. La mayoría de las naciones aducen que son una entidad natural y eterna, creada en alguna época primordial al mezclar el suelo de la patria con la sangre de la gente. Pero tales afirmaciones suelen ser exageradas. En el pasado lejano había naciones, si bien su importancia era mucho más pequeña que en la actualidad debido a que la importancia del Estado era mucho menor. Además, tuvieran la importancia que tuvieran las naciones antiguas, pocas de ellas sobrevivieron. Muchas de las naciones actuales solo se formaron en los últimos siglos.
    Oriente Próximo es un buen ejemplo de ello. Las naciones sirias, libanesas, jordana e iraquí son el producto de fronteras fortuitas dibujadas en la arena por diplomáticos franceses y británicos que ignoraban la historia, la geografía y la economía locales. Estos diplomáticos determinaron en 1918 que los habitantes de Kurdistán, Bagdad y Basora serían a partir de entonces iraquíes. Sadam Husein y Hafez al-Asad hicieron lo que pudieron para promover y reforzar su conciencia nacional creada por ingleses y franceses.
    En la batalla por la lealtad humana, las comunidades nacionales han de competir con tribus de consumidores. Las personas no se conocen de manera íntima entre sí pero comparten los mismos hábitos e intereses de consumo, se sienten miembros de la misma tribu de consumidores y se definen a sí mismos como tales.

    Extraído de: Harari, Y. N. (2022). Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Penguin Random House: Barcelona.

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