martes, 12 de octubre de 2021

La transición de la niñez a la adolescencia

Cuando el niño ha alcanzado la pubertad, el cuerpo astral, que ha estado actuando a través del lenguaje hasta este punto, se libera ahora, es libre para trabajar independientemente. Previamente, las fuerzas que obraban a través del lenguaje eran necesarias para la construcción de la organización interior del cuerpo del niño. Pero después de la pubertad, estas fuerzas, que también están actuando en muchas otras esferas -en todo lo que da forma, en relación con las formas plásticas y las musicales- estas múltiples fuerzas se están liberando, para ser utilizadas en la actividad del pensamiento. Solo ahora se convierte el joven en una persona que piensa de una manera lógica e intelectual.

Uno puede ver claramente cómo lo que está así brillando, fluyendo y surgiendo a través del lenguaje libera una sacudida final al cuerpo físico antes de liberarse. Observad un chico de esta edad y escuchad cómo cambia su voz durante la pubertad. Es un cambio igual de decisivo que el  de la dentición a los 7 años. Cuando la laringe comienza a hablar con tono distinto de voz, es la última sacudida que el cuerpo astral, es decir, las fuerzas brillando y trabajando a través del habla, dan en el cuerpo físico. Un cambio correspondiente sucede también en el organismo femenino, solo que de una manera diferente y no en la laringe. Se produce a través de otros órganos. Al haber experimentado estos cambios, el ser humano ha madurado sexualmente.

Y ahora el joven entra en ese periodo de la vida en que lo que irradiaba anteriormente dentro del cuerpo desde el sistema nervioso-sensorial ya no es el factor determinante. Ahora es el sistema locomotor, el sistema de la voluntad, tan íntimamente relacionado con el sistema metabólico, el que asume el papel del liderazgo. El metabolismo vive en los movimientos físicos. La patología en los adultos puede mostrarnos cómo a esta edad tardía las enfermedades irradian predominantemente desde el sistema metabólico.

Solo cuando tiene lugar la transición desde el segundo periodo vital al tercero se da la posibilidad de que los jóvenes observen las actividades que suceden a su alrededor. Anteriormente se percibía el gesto significativo, y posteriormente el lenguaje significativo de los sucesos que rodean al niño. Solo ahora existe la posibilidad de que el adolescente observe las actividades que realizan otras personas en el entorno. También a partir de la percepción de los gestos significativos, y a través de la experiencia de la gratitud, se desarrolla el amor de Dios, y a través del lenguaje significativo que proviene del entorno, se desarrolla el amor por todas las cosas humanas como fundamento del sentido de moralidad del individuo. Si ahora al adolescente se le permite observar las actividades de otras personas de la manera correcta, se desarrollará el amor por el trabajo. Mientras que a la gratitud se la debe permitir crecer, y al amor se le debe despertar, lo que ha de evolucionar ahora debe hacer su aparición con la plena consciencia interior del joven. Debemos haberle permitido entrar en esta nueva fase de desarrollo tras la pubertad con plena consciencia interior, para que, en cierta forma, el adolescente llegue a encontrar el yo. Entonces se desarrollará el amor por el trabajo. Este amor por el trabajo ha de crecer libremente con la fuerza de lo que ya se ha logrado. Es el amor por el trabajo en general y también el amor por lo que uno mismo hace. En el momento en que se despierta una comprensión por las actividades de las demás personas, debe surgir una actitud consciente hacia el amor por el trabajo, "amor por hacer", como una imagen complementaria. De esta manera, durante las etapas intermedias, el juego temprano del niño se ha transmutado en la concepción correcta del trabajo, y esto es a lo que debemos aspirar hoy en nuestra sociedad.

Extraído de: Steiner, R. El tercer septenio, observaciones sobre la adolescencia.

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