martes, 12 de octubre de 2021

Pubertad y música

Con el comienzo de la pubertad y durante los años siguientes, un cierto juicio musical toma el lugar de un sentimiento anterior por la música y de una experiencia musical general. Emerge la facultad de emitir juicios musicales. Esto se hace muy notable a través de la autoobservación del canto del propio alumno y, con ello, la posibilidad de usar la voz más conscientemente, etc. Esto ha de cultivarse metódicamente.

Pero al mismo tiempo, algo más se hace muy notable, es decir, que desde esta etapa en adelante la memoria musical natural comienza a debilitarse un poco con el efecto de que los alumnos tienen que hacer mayores esfuerzos para recordar la música. Esto es algo que ha de tenerse especialmente en mente durante las lecciones de música. Mientras que antes de la pubertad la relación del niño con la música era espontánea, natural, y gracias a ello, su memoria musical era excelente, ahora algunos de ellos empiezan a encontrar dificultades, no al acoger la música, sino al recordarla. Esto necesita ser considerado. Uno debe tratar de escuchar la misma música varias veces, no con una repetición inmediata, sino intermitente.

Otro signo característico justo a esta edad es que mientras que antes las partes instrumentales y vocales de una pieza se experimentaban como una unidad, después de los 16 o 17 años se escuchan con una gran discriminación. (Desde un punto de vista psicológico hay una fina e íntima diferencia entre estas dos formas de escuchar). A esta edad los instrumentos musicales se escuchan con mucha más consciencia. Hay también una mayor comprensión de las cualidades musicales de los diversos instrumentos utilizados. Mientras que antes el instrumento parecía unirse con la voz, ahora se escucha como una parte separada. Escuchar y cantar se convierten en dos actividades separas, aunque paralelas.

Esta nueva relación entre el canto y la apreciación del papel jugado por los instrumentos musicales es característica de esta nueva etapa, y los métodos de enseñanza deben cambiar en consecuencia. Lo que es importante es no introducir cualquier teoría musical antes de esta edad. Han de aproximarse a la música de manera directa, y cualquier observación teórica que un profesor desee hacer debería surgir de la experiencia práctica del alumno. Gradualmente debería ser posible que los alumnos de esta edad hagan la transición hacia la formación de juicios musicales sobre una base más racional.

Uno puede hacer uso de las formas en que los alumnos se expresan musicalmente para incrementar ciertos aspectos de su autoconocimiento, es absolutamente correcto. Por ejemplo, en la escuela Waldorf dejamos que los alumnos mayores hagan modelado, y allí, justo desde el principio, uno puede percibir características individuales en lo que producen. (Cuando se les pide a los niños que modelen algo, su trabajo siempre mostrará características individuales distintivas). Pero en relación con las actividades musicales, solo cuando se alcanza la edad de 16 o 17 años puede el profesor entrar en las características más individuales del alumno. Entonces, para evitar la parcialidad, es correcto tratar cuestiones planteadas por una atracción demasiado grande hacia una determinada dirección musical. Si los alumnos de esa edad desarrollaran una pasión por ciertos tipos de música, por ejemplo, si les atrae fuertemente la música de Wagner entonces el profesor debe tratar de equilibrar su tendencia a ser barridos por la música de una manera demasiado emocional, en vez de desarrollar una apreciación de la configuración interior de la música misma. (Esto no supone ninguna crítica en absoluto de la música de Wagner).

Lo que sucede en ese caso es que la experiencia musical se desliza con demasiada facilidad a la esfera emocional y consecuentemente necesita ser elevada de nuevo al reino de la consciencia. Un músico notará realmente esto en la cualidad de la voz del alumno. Si se experimenta la música demasiado en el reino del sentimiento, la voz sonará diferente a la de un joven que escucha más la formación de los tonos y que tiene una comprensión correcta del elemento más estructural de la música.

Trabajar hacia un sentimiento y comprensión musicales equilibrados es de especial importancia a esta edad. Naturalmente, antes de la pubertad el profesor, que aún es la autoridad, no ha tenido ninguna oportunidad aún de trabajar de esta manera. Después de la pubertad ya no es la autoridad del maestro la que cuenta, sino el peso de sus juicios musicales. Hasta la pubertad, lo correcto o lo incorrecto es concurrente con lo que el profesor considera correcto o incorrecto. Después de la pubertad hay que dar razones, también razones musicales. Por tanto, es muy importante entrar profundamente en la motivación de los juicios musicales de uno mismo si hay oportunidad de continuar las lecciones de música a esta edad.

Extraído de: Steiner, R. El tercer septenio, observaciones sobre la adolescencia.

La consciencia cambiante del niño y la educación Waldorf. GA306. London: Rudolf Steiner Press, 1988

La transición de la niñez a la adolescencia

Cuando el niño ha alcanzado la pubertad, el cuerpo astral, que ha estado actuando a través del lenguaje hasta este punto, se libera ahora, es libre para trabajar independientemente. Previamente, las fuerzas que obraban a través del lenguaje eran necesarias para la construcción de la organización interior del cuerpo del niño. Pero después de la pubertad, estas fuerzas, que también están actuando en muchas otras esferas -en todo lo que da forma, en relación con las formas plásticas y las musicales- estas múltiples fuerzas se están liberando, para ser utilizadas en la actividad del pensamiento. Solo ahora se convierte el joven en una persona que piensa de una manera lógica e intelectual.

Uno puede ver claramente cómo lo que está así brillando, fluyendo y surgiendo a través del lenguaje libera una sacudida final al cuerpo físico antes de liberarse. Observad un chico de esta edad y escuchad cómo cambia su voz durante la pubertad. Es un cambio igual de decisivo que el  de la dentición a los 7 años. Cuando la laringe comienza a hablar con tono distinto de voz, es la última sacudida que el cuerpo astral, es decir, las fuerzas brillando y trabajando a través del habla, dan en el cuerpo físico. Un cambio correspondiente sucede también en el organismo femenino, solo que de una manera diferente y no en la laringe. Se produce a través de otros órganos. Al haber experimentado estos cambios, el ser humano ha madurado sexualmente.

Y ahora el joven entra en ese periodo de la vida en que lo que irradiaba anteriormente dentro del cuerpo desde el sistema nervioso-sensorial ya no es el factor determinante. Ahora es el sistema locomotor, el sistema de la voluntad, tan íntimamente relacionado con el sistema metabólico, el que asume el papel del liderazgo. El metabolismo vive en los movimientos físicos. La patología en los adultos puede mostrarnos cómo a esta edad tardía las enfermedades irradian predominantemente desde el sistema metabólico.

Solo cuando tiene lugar la transición desde el segundo periodo vital al tercero se da la posibilidad de que los jóvenes observen las actividades que suceden a su alrededor. Anteriormente se percibía el gesto significativo, y posteriormente el lenguaje significativo de los sucesos que rodean al niño. Solo ahora existe la posibilidad de que el adolescente observe las actividades que realizan otras personas en el entorno. También a partir de la percepción de los gestos significativos, y a través de la experiencia de la gratitud, se desarrolla el amor de Dios, y a través del lenguaje significativo que proviene del entorno, se desarrolla el amor por todas las cosas humanas como fundamento del sentido de moralidad del individuo. Si ahora al adolescente se le permite observar las actividades de otras personas de la manera correcta, se desarrollará el amor por el trabajo. Mientras que a la gratitud se la debe permitir crecer, y al amor se le debe despertar, lo que ha de evolucionar ahora debe hacer su aparición con la plena consciencia interior del joven. Debemos haberle permitido entrar en esta nueva fase de desarrollo tras la pubertad con plena consciencia interior, para que, en cierta forma, el adolescente llegue a encontrar el yo. Entonces se desarrollará el amor por el trabajo. Este amor por el trabajo ha de crecer libremente con la fuerza de lo que ya se ha logrado. Es el amor por el trabajo en general y también el amor por lo que uno mismo hace. En el momento en que se despierta una comprensión por las actividades de las demás personas, debe surgir una actitud consciente hacia el amor por el trabajo, "amor por hacer", como una imagen complementaria. De esta manera, durante las etapas intermedias, el juego temprano del niño se ha transmutado en la concepción correcta del trabajo, y esto es a lo que debemos aspirar hoy en nuestra sociedad.

Extraído de: Steiner, R. El tercer septenio, observaciones sobre la adolescencia.

Madurez sexual y moralidad

Hoy en día, en esta época de pensamiento tan materialista, la madurez sexual es un tema muy discutido. El asunto se suele tratar aislado, aunque para la observación sin trabas en realidad no es más que la completa metamorfosis de la vida humana a esa edad en particular. Los adolescentes no solo desarrollan la sensación erótica condicionada anímico-espiritualmente o físicamente. En esta etapa comienzan a formarse juicios directamente a partir de su personalidad, relacionándose con el mundo a través de la simpatía y la antipatía. Por primera vez están situados fuera en el mundo. Se vuelven capaces de entregarse al mundo de tal manera que ahora pueden desarrollar el pensamiento, sentimiento y voluntad independientes en relación con el mundo.

El tiempo entre el cambio de los dientes de leche y la madurez sexual se basa principalmente en un sentimiento implícito de autoridad hacia el maestro, el educador. Esta importante edad tiende un puente, en cierto sentido, sobre dos polos opuestos. Por una parte tenemos la niñez, durante la que los niños son abandonados a la objetividad, sin que sientan que son en modo alguno el sujeto. Por otro lado, se aproximan a la madurez cuando, con diversos grados de claridad, se separan ellos y toda su interioridad del mundo exterior. Esto se logra a través de todo lo que se puede poner bajo el título de simpatía y antipatía, todas las expresiones y manifestaciones que llamamos amor. Entre estas dos etapas, estos dos polos, están los años de escolarización obligatoria, un tiempo en que hemos de efectuar esta transición a través de la educación, por medio de las lecciones.

En ambas etapas, en la niñez y en la madurez física, cada persona tiene un cierto centro de gravedad en sus vidas. Durante la niñez está fuera con el mundo, en la madurez dentro de ellos mismos. El tiempo entre estos dos puntos, el de la escolarización obligatoria, es cuando los individuos, completos con su vida anímica, están en un estado de equilibrio algo inestable, una ecuación en la que solo encaja el profesor. Cuando los profesores pueden enseñar a partir de un trasfondo de verdadero conocimiento sobre los seres humanos, harán con éxito la transición para que el niño alcance la madurez con el impulso incorporado de llegar a ser un ser humano práctico.

Por eso tratamos de introducir el trabajo práctico en las escuelas Waldorf en los años que conducen a la pubertad. Introducimos artesanía y trabajos manuales desde un ángulo artístico. Me gustaría decir en este punto, que si uno sigue los fenómenos del rubor y de palidecer como si fueran interiores, uno ve el resultado de todo lo que el profesor, en su papel de autoridad implícita, de artista didáctico y pedagógico, ha modelado dentro del alma y el espíritu del niño entre el cambio de dentición y la madurez sexual. La moralidad no se enseña. La moralidad se vive. La bondad se transforma en simpatía y antipatía del profesor al alumno. Esto sigue viviendo en el rubor y la palidez interiores del alma, cuando alguna amenaza, o algo que le avergüenza a uno, ponen en peligro, incapacitan o destruyen el sentido interior de la vida. De esta manera un sentimiento, un conjunto de sentimientos se desarrolla dentro del niño en respuesta a la verdadera dignidad humana. Dentro de la relación delicadamente equilibrada entre los niños y su maestro, es importantísimo que se desarrolle la moralidad viviente. Pues cuando el niño alcanza la madurez sexual, el cuerpo etéreo en el tiempo, se encara con lo que es ahora una especie de miembro superior de la composición humana. En la madurez física lo que se conoce en Antroposofía como el cuerpo astral, y que ha situado al individuo fuera en el mundo se aproxima ahora al cuerpo etéreo. Todo lo que se ha convertido en un sistema de simpatía y antipatía por medios artísticos se transforma ahora en una actitud moral del alma.

Ya veis, el maravilloso misterio de la madurez sexual es que la moral viviente que atendimos en el niño se convierte en la pubertad en moralidad consciente, en principios morales conscientes. Esto constituye una metamorfosis a gran escala. Lo que sucede en el erotismo es simplemente una expresión subsidiaria de esto. Solo una época materialista ve el erotismo como el principal problema. Pero el problema central debe encontrarse en ese maravilloso misterio, para que lo que atribuimos inicialmente a factores naturales a partir de la experiencia directa, pueda ahora emerger a la luz del día como moralidad consciente.

Extraído de: Steiner, R. El tercer septenio, observaciones sobre la adolescencia.

Educación y métodos de enseñanza basados en la Antroposofía. Forest Row, England: Steiner Schools Fellowship

El corazón de la niñez, de los 7 a los 14 años

El segundo periodo, desde el cambio de dentición hasta la adolescencia, se pasa con la aceptación inconsciente de que: el mundo es hermoso. Y solo con la adolescencia nace la posibilidad del descubrimiento de que: el mundo es verdadero. Así, no es hasta entonces que la educación debería comenzar a asumir un carácter "científico". Antes de la adolescencia no es bueno dar un carácter puramente sistematizado o científico a la educación, pues hasta la adolescencia no se alcanza un concepto correcto e interno de la verdad.
De esta manera llegaréis a ver que a medida que el niño desciende a este mundo físico desde los mundos superiores, el pasado desciende con él; que cuando ha consumado el cambio de dentición el presente se desarrolla en el niño en edad escolar, y que después de los 14 años el ser humano entra en un momento de la vida en que los impulsos del futuro se reafirman en su alma.
Si esto no fuera así, la verdadera educación y enseñanza sería totalmente imposible. Pues suponed que tuviéramos que enseñar y educar al espíritu completo que el hombre trae al mundo solo en germen; entonces nuestra estatura como profesores nos exigiría ser iguales a lo que los seres humanos a nuestro cargo pudieran llegar a ser. Si esto fuera así, bien podríais abandonar inmediatamente la enseñanza, pues solo podríais educar personas con la misma genialidad y habilidad que vosotros mismos. Pero debéis estar preparados, por supuesto, para educar a personas que, de alguna forma, son mucho más inteligentes y brillantes que vosotros. Esto solo es posible si en la educación tenemos que tratar con solo una parte del hombre, pues podemos educar esta parte incluso aunque no seamos tan inteligentes, tan brillantes, quizás ni siquiera tan buenos, como lo es el niño potencialmente. Lo que mejor podemos lograr en nuestra enseñanza es la educación de la voluntad y parte de la educación de la vida de sentimientos. Pues podemos llevar lo que educamos a través de la voluntad -es decir, a través de las extremidades- y a través del corazón, es decir, a través de una parte del pecho del hombre, hasta el nivel de perfección que hemos alcanzado nosotros mismos. E igual que un despertador puede ser entrenado para despertar a un hombre mucho más inteligente que él mismo, del mismo modo una persona con mucha menos inteligencia, o incluso mucha menos bondad, puede educar a alguien que tiene mayores posibilidades que él. Debemos por supuesto darnos cuenta que no necesitamos ser iguales en capacidad intelectual al ser humano en desarrollo; pero como, una vez más, es una cuestión de desarrollo de la voluntad, debemos esforzarnos lo máximo para alcanzar la bondad. Nuestro alumno puede llegar a ser mejor que nosotros, pero probablemente no lo podrá hacer a menos que además de la educación que le demos, obtenga otra educación del mundo o de otras personas.

Extraído de: Steiner, R. El tercer septenio, observaciones sobre la adolescencia.
Estudio del hombre como fundamento de la educación. GA293. London: Rudolf Steiner Press, 1966. Anthroposophic Press, 1996

lunes, 11 de octubre de 2021

El juicio crítico

Cuando un niño entra en el tercer periodo de 7 años de la vida, la edad de la pubertad, el cuerpo astral se libera; de ello depende la capacidad de juicio y crítica y la capacidad de entrar en relaciones directas con otros seres humanos. Los sentimientos de una persona joven hacia el mundo en general se desarrollan en compañía con sus sentimientos hacia otras personas, y ahora al fin es lo bastante maduro para entender realmente. A medida que se libera el cuerpo astral, también se libera la personalidad, y de ese modo hay que desarrollar el juicio personal. Hoy en día se espera de la gente joven que ofrezca críticas demasiado pronto. Se pueden encontrar críticos de 17 años en abundancia, y muchas de las personas que escriben y emiten juicios son bastante inmaduras. Hay que tener entre 22 o 24 años de edad antes de poder ofrecer un sólido juicio propio; antes de esa edad es bastante imposible. Desde los 14 a los 24 años de edad, cuando todo lo que le rodea puede enseñarle algo a la persona, es el mejor  momento para aprender del mundo. Esa es la manera de crecer hasta la plena madurez.

Extraído de: Steiner, R. El tercer septenio, observaciones sobre la adolescencia.
                    En las puertas de la Ciencia Espiritual. GA95. Londres: Rudolf Steiner Press, 1906

Amor sexual

Aquel niño o niña que, entre los 7 y los 14 años de edad, no aprenda a confiar en los seres humanos de tal forma que se adapte a ellos, carecerá en la vida adulta de una fuerza interior y de una energía de voluntad que necesita para ser lo bastante fuerte para la vida... Aquel niño o niña que entre los 7 y los 14 años de edad no desarrolle la posibilidad de admirar y respetar a otro ser humano como una autoridad no será capaz, en el siguiente periodo de su vida que comienza en la pubertad, de desarrollar lo más importante que existe en la vida humana: el sentimiento del amor social.  Pues en la pubertad no solo surge el amor sexual en el ser humano, sino que también surge lo que es la libre devoción social a un alma u otra. Esta libre devoción de un alma hacia otra debe desarrollarse a partir de algo; a partir de la devoción debe desarrollar su camino a través del sentimiento de autoridad. Los seres humanos sin amor y los seres humanos antisociales surgen cuando, entre las edades de 7 y 14 o 15 años, se carece del sentimiento de autoridad en la enseñanza y aprendizaje. 

Para nuestro tiempo estas son cosas de la máxima y más eminente importancia. El amor sexual es, por así decirlo, un determinado aspecto, una parte del amor humano general. Se muestra como aquello que está relacionado más con los cuerpos físico y etéreo, mientras que el amor humano general está relacionado más con el cuerpo astral y el ego. Pero también despierta la capacidad para el amor social, sin la cual no habría instituciones sociales en el mundo.


Extraido de: Steiner, R. El tercer septenio, observaciones sobre la adolescencia. GA 192, 15/06/1919, Stuttgart.