Steiner en sus Coloquios pedagógicos describió cuatro principios en los que el docente debía mantener fiel su postura. Estos son:
Primero: tanto en lo general como en lo particular, el maestro dentro de la escuela, en la plena espiritualización de su profesión, en el modo cómo pronuncia cada palabra, en cómo desarrolla cada idea y crea cada sentimiento, está actuando sobre sus alumnos. Recordemos que el maestro ha de ser una persona de iniciativa, nunca negligente. Ha de poner todo su ser en lo que hace en la escuela, y en cómo se comporta con los niños. La primera cosa fundamental es: “El maestro debe ser una persona de iniciativa en lo general y en lo particular.”
Segundo: los maestros hemos de tener interés por todo lo que pasa en el mundo, por todo lo que concierne al ser humano. Hemos de interesarnos por todos los asuntos del mundo y del hombre. Sería lamentable mantenernos alguna vez al margen de lo que pueda afectar al ser humano. Hemos de interesarnos por las grandes inquietudes de la humanidad; y también por todos los asuntos, grandes y pequeños, que tengan que ver con cada niño. Ese es el segundo aspecto: El maestro debe interesarse por todo lo que sucede en el mundo y en el hombre.
Tercero: el maestro ha de ser una persona que en su interior no pacte nunca con la mentira; debe ser profundo e interiormente sincero, nunca ha de establecer compromiso con la mentira, pues si así fuera, veríamos cómo la mentira se infiltra en nuestra enseñanza, por muchos canales, especialmente a través del método. Nuestra enseñanza llevará el sello de la verdad, solo si nos esforzamos en aspirar a ella dentro de nosotros.
Cuarto: y, finalmente, algo que es más fácil de decir que de hacer, pero que es también una regla de oro en la profesión del maestro: el maestro no ha de agriarse ni marchitarse. Ha de tener frescura de ánimo; ni sequedad ni acritud. A eso ha de aspirar el maestro.
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