martes, 8 de agosto de 2023

Los órdenes imaginarios que crean nuestros sistemas

    ¿Cómo se hace para que la gente crea en un orden imaginable como el cristianismo, la democracia o el capitalismo? En primer lugar, no admitiendo nunca que el orden es imaginado. Siempre se insiste en que el orden que sostiene a la sociedad es una realidad objetiva creada por los grandes dioses o por las leyes de la naturaleza.

    También se educa de manera concienzuda a la gente. Desde que nacen, se les recuerda constantemente los principios del orden imaginado, que se incorporan a todas y cada una de las cosas. Se incorporan a los cuentos de hadas, a los dramas, a los cuadros, las canciones, a la etiqueta, a la propaganda política, la arquitectura, las recetas y las modas. Por ejemplo, hoy en día la gente cree en la igualdad, de manera que está de moda entre los niños ricos llevar pantalones tejanos, que originalmente eran la indumentaria de la clase trabajadora. En la Europa de la Edad Media la gente creía en las diferencias de clases, de manera que ningún joven noble se habría puesto un sobretodo de campesino.

    Las humanidades y las ciencias sociales dedican la mayor parte de sus energías a explicar exactamente de qué manera el orden imaginado está entretejido en el tapiz de la vida. En el espacio limitado de que disponemos solo podemos arañar la superficie. Hay tres factores principales que impiden que la gente se dé cuenta de que el orden que organiza su vida existe únicamente en su imaginación:

    El orden imaginado está incrustado en el mundo material. Aunque el orden imaginado solo existe en nuestra mente, puede entretejerse en la realidad material que nos rodea, e incluso grabarse en piedra. En la actualidad, la mayoría de los habitantes de Occidente creen en el individualismo. Piensan que cada humano es un individuo, cuyo valor no depende de lo que otras personas crean de él o ella. Cada uno de nosotros tiene en su interior un brillante rayo de luz que confiere valor y significado a nuestra vida. En las escuelas modernas de Occidente, los maestros de escuela y los padres les dicen a los niños que si sus compañeros de clase se burlan de ellos, deben ignorarlos. Solo ellos, y no otros, conocen su verdadero valor.

    En la arquitectura moderna, este mito salta de la imaginación para tomar forma en piedra y hormigón. La casa moderna ideal está dividida en muchas habitaciones pequeñas de modo que cada niño pueda tener un espacio privado, oculto a la vista, que proporcione la máxima autonomía. Esta habitación privada posee casi de manera invariable una puerta, y en muchos hogares es práctica aceptada que el niño cierre la puerta, hasta con llave. Incluso los padres tienen prohibido entrar sin llamar y pedir permiso para ello. La habitación está decorada como al niño le gusta. Quien crezca en un espacio así no puede hacer otra cosa que imaginarse que es un individuo, cuyo verdadero valor emana de dentro y no de fuera.

    Los nobles medievales no creían en el individualismo. El valor de alguien estaba determinado por su lugar en la jerarquía social y por lo que otras personas decían de ellos. Que se rieran de uno era un grave ultraje. Los nobles enseñaban a sus hijos a proteger su buen nombre a cualquier precio. Como el individualismo moderno, el sistema de valores sociales medievales dejó la imaginación y para manifestarse en la piedra de los castillos medievales. El castillo raramente contenía habitaciones privadas para los niños. El hijo adolescente de un barón medieval no tenía habitación privada. Dormía junto a otros muchos jóvenes en una gran sala. Siempre se hallaba a la vista y siempre debía tener en cuenta lo que otros veían y decían. Quien creciera en tales condiciones llegaba naturalmente a la conclusión de que el verdadero valor de un hombre estaba determinado por su lugar en la jerarquía social y por lo que otras personas decían de él.

    El orden imaginado modela nuestros deseos. La mayoría de las personas no quieren aceptar que el orden que rige su vida es imaginario, pero en realidad todas las personas nacen en un orden imaginado preexistente, y sus deseos están modelados desde el nacimiento por sus mitos dominantes. Por lo tanto, nuestros deseos personales se convierten en las defensas más importantes del orden imaginado.

    Por ejemplo, los deseos más apreciados de los habitantes modernos de Occidente están conformados por mitos románticos, nacionalistas, capitalistas y humanistas que han estado presentes durante siglos. Los amigos que se dan consejos a menudo se dicen: “Haz lo que te diga el corazón”. Pero el corazón es un doble agente que por lo general toma sus instrucciones de los mitos dominantes del día, y la recomendación “Haz lo que te diga el corazón” fue implantada en nuestra mente por una combinación de mitos románticos del siglo XIX y de mitos consumistas del siglo XX.

    Incluso lo que la gente cree que son sus deseos más personales suelen estar programados por el orden imaginado. Consideremos, por ejemplo, el deseo popular de tomarse unas vacaciones en el extranjero. No hay nada natural ni obvio en esa decisión. Los miembros de la élite del antiguo Egipto gastaban una fortuna construyendo pirámides y momificando sus cadáveres, pero ninguno de ellos pensaba en ir de compras a Babilonia o en pasar unas vacaciones esquiando en Fenicia. Hoy en día, la gente gasta muchísimo dinero en vacaciones en el extranjero porque creen fervientemente en los mitos del consumismo romántico.

    El romanticismo nos dice que con el fin de sacar el máximo partido a nuestro potencial humano, hemos de tener tantas experiencias diferentes como podamos. Hemos de abrirnos a un amplio espectro de emociones; hemos de probar varios tipos de relaciones; hemos de catar diferentes cocinas; hemos de aprender a apreciar diferentes estilos de música. Y una de las mejores formas de hacer todo esto es librarnos de nuestra rutina diaria, dejar atrás nuestro entorno familiar y viajar a tierras distantes, donde podamos experimentas la cultura, los olores, los sabores y las normas de otras gentes. Oímos constantemente los mitos románticos acerca de “cómo una nueva experiencia me abrió los ojos y cambió mi vida”.

    El consumismo nos dice que para ser felices hemos de consumir tantos productos y servicios como sea posible. Si sentimos que nos falta algo o que algo no va buen del todo, entonces probablemente necesitemos comprar un producto o un servicio. Cada anuncio de televisión es otra pequeña leyenda acerca de cómo consumir determinado producto o servicio hará nuestra vida mejor.

    El romanticismo, que promueve la variedad, encaja bien con el consumismo. Su matrimonio ha dado origen al infinito “mercado de experiencias” sobre el que se cimienta la moderna industria del turismo. La industria del turismo no vende billetes de avión ni habitaciones de hotel. Vende experiencias. París no es una ciudad, ni la India un país: ambos son experiencias, cuyo consumo se supone que amplia nuestros horizontes, satisface nuestro potencial humano y nos hace más felices.

    Como la élite del antiguo Egipto, la mayoría de la gente en la mayoría de las culturas dedica su vida a construir pirámides, solo que los nombres, formas y tamaños de estas pirámides cambian de una cultura a otra. Por ejemplo, pueden tomar la forma de un chalet en una urbanización con piscina y un césped siempre verde, o un flamante ático con unas vistas envidiables. Para empezar, pocos cuestionan los mitos que nos hacen desear esa pirámide.

    El orden imaginado es intersubjetivo. Si por algún esfuerzo sobrehumano consiguiera liberar mis deseos personales del dominio del orden imaginado, solo soy una persona. Con el fin de cambiar el orden imaginado he de convencer a millones de extraños para que cooperen conmigo. Porque el orden imaginado no es un orden subjetivo que existe solo en mi imaginación; más bien, es un orden intersubjetivo que existe en la imaginación compartida de miles y millones de personas.

    Lo intersubjetivo es algo que existe en el seno de la red de comunicación que conecta la conciencia subjetiva de muchos individuos. Si un solo individuo cambia sus creencias o muere, ello tiene poca importancia. Sin embargo, si la mayoría de los individuos de la red mueren o cambian sus creencias, el fenómeno intersubjetivo mutará o desaparecerá. Los fenómenos intersubjetivos no son ni fraudes malévolos ni charadas insignificantes. Existen de una manera diferente de los fenómenos físicos, pero sin embargo su impacto en el mundo puede ser enorme. Muchos de los impulsores más importantes de la historia son intersubjetivos: la ley, el dinero, los dioses y las naciones.

    El dólar o los derechos humanos existen en la imaginación compartida de miles de millones de personas, y no hay un solo individuo que pueda amenazar su existencia. Si únicamente yo dejara de creer en el dólar o en los derechos humanos no tendría mucha importancia. Estos órdenes imaginados son intersubjetivos, de manera que para cambiarlos tendríamos que cambiar simultáneamente la conciencia de miles de millones de personas, lo que no es fácil. Un cambio de tal magnitud solo puede conseguirse con ayuda de una organización compleja, como un partido político, un movimiento ideológico o un culto religioso. Sin embargo, con el fin de establecer estas organizaciones complejas es necesario convencer a muchos extraños para que cooperen entre sí. Y eso solo puede ocurrir si esos extraños creen en algunos mitos compartidos. De ahí se sigue que para cambiar un orden imaginado existente, hemos de creer primero en un orden imaginado alternativo.


Harari, Y. N. (2022). Sapiens de animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Barcelona: Penguin Random House.

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